El mundo de Gaia

CAPÍTULO DOS

CRENA

 

Cancion: La ciudad de los árboles- Mago de Oz

 

 

Un fuerte golpeteo la hizo despertar de repente, sus músculos se encontraban abarrotados debido al frío que había pasado en la noche y la posición en la que se había dormido.

La respiración se le detuvo cuando se dio cuenta donde estaba. Las paredes gigantes que los dividían del bosque, casi no podían notarse por la espesura de los enormes árboles tapándola. Las grandes rejas de hierro hicieron un fuerte chirrido al abrirse y el carro volvió a andar, produciendo un traqueteo a su paso.

Estaban en Crena, la capital del territorio de los lobos. Nunca pensó —en toda su maldita vida— que terminaría por caer en ese lugar. Todo el tiempo supuso que terminaría en alguno de los pueblos aledaños, siendo vendida como esclava. Esto era, de muchas maneras, peor que ser vendida como esclava, siquiera podía pensar en los escenarios a los que tenía que enfrentarse, ¿cómo demonios había terminado aquí? Por el Dios que la guiaba.

No dejó que el miedo se adueñe de ella, había enfrentado cosas mucho peores, por lo que respirando hondo, se dio palabras de aliento.

«Puedes con esto» se dijo así misma, luego de obligarse a abrir los ojos y observar todo lo que pudiera mientras se adentraban en aquellas calles del averno.

El carro siguió su camino; emitiendo un leve traqueteo por las calles de tierra, adentrándose en el pueblo que se encontraba después de los muros. Ningún humano que hubiese entrado allí —nunca jamás—, había salido con vida, es por eso que nadie conocía con exactitud su ubicación, ni lo que pasaba allí dentro, mucho menos las costumbres arcaicas de los lobos.

Había poca gente en las calles, los escaparates apenas si estaban siendo descubiertos por los comerciantes que empezaban a trabajar más temprano. La miraban con curiosidad, intentando ver quien era la que viajaba dentro de aquella carreta que a leguas se notaba, trasladaba prisioneros. Supuso que los prisioneros rara vez eran traídos a la capital de los lobos, ya que por lo general solían morir mucho antes.

No se dejo intimidar por las miradas que la seguían, sino que sin perder un solo minuto más, comenzó a trazar un plan en su cabeza: seria difícil atravesar los muros de Crena, mucho más difícil salir con vida del bosque negro y regresar a su hogar.

Las cosas no pintaban para nada bien.

«Es difícil, pero no imposible» se dijo para sus adentros, no podía permitirse perder la cabeza antes de saber que demonios era lo que estaba haciendo allí y el dolor de cabeza que comenzaba a formarse auguraba solo que las cosas se pondrían peor más pronto que tarde.

Le reconforto el pensamiento de volver a su hogar: sabia lo que haría nada más llegar allí, encontraría al hijo del diablo que la había traicionado y luego tomaría a su Opa, unas cuantas pertenencias y desaparecería del que había sido su lugar en el mundo los últimos cinco años.

No podía negar que en Setenil había sido todo lo feliz que podía ser alguien como ella, con el pasado que cargaban. Nada más llegar a aquel lugar, se habían hecho de una cabaña pequeña que con el tiempo, y los múltiples conocimientos de su Opa, habían convertido aquella vieja choza en un hogar cálido y un sustento de trabajo. Ella no lo sabía, pero su Opa era un gran panadero, por lo que no tardo en hacerse de un nombre en aquel pequeño pueblo, haciendo buenas migas rápidamente con todos. En realidad Gavin —así era el nombre de su Opa—, era quien se llevaba bien con todo el mundo, ella solía ser más retraída, pero había aprendido a base de golpes y traiciones que no podía confiar en nadie más que en él. De todas maneras, debía admitirse a sí misma que a ella podría haberle agradado aquel pueblo, pero la reciente traición de Miklaus había cambiado radicalmente la perspectiva que tenia de aquel lugar.

«Aghr, Miklaus»

Solo con pensar el nombre de la persona a la que había llegado a considerar amigo, hizo que una furia ciega y ardiente se asentara en la boca de su estomago, haciendo que quisiera golpear cualquier cosa que le pusieran delante, mejor si fuera el jodido idiota que la había metido en este embrollo.

Pensar en Miklaus la llevó indudablemente a pensar en quien había logrado incluso querer con el tiempo: Lila, esa chica de tez morena y ojos negros que había sido buena con ella desde la primera vez que la había visto. Jamás había conocido a una persona más bondadosa y solía repetirle que aquello no la llevaría a buen puerto.

Pensar en Miklaus la llevó indudablemente en pensar en su fiel amiga Lila, esa chica de tez morena y ojos negros que había sido buena con ella desde la primera vez que la vió. Jamás había conocido a persona más bondadosa. A veces le repetía que ser tan buena no la llevaría a buen puerto.

«Confiar tanto en las personas un día terminará por matarte» solía decirle a su amiga, cuando se encontraban con la suficiente paz echadas en algún lugar de los inmensos campos que los rodeaban, el olor fresco de la tierra, el zumbido de los insectos que las acompañaba. Sin embargo, Lila siempre respondía lo mismo: «Sin un poco de bondad entre nosotros, ¿que sería de este mundo? Hay demasiada maldad a nuestro alrededor, ¿cómo puedo siquiera ser parte de ella? Es injusto para la mayoría de nosotros, no quiero influir en ello.»

Ella siempre se quedaba pensativa luego de que su amiga soltara todo aquello y se preguntaba si tal vez en otra vida, en otro tiempo, podría haber confiado de aquella manera en la humanidad. Para ella era casi imposible confiar en las personas, de hecho, tardaba demasiado tiempo en hacerlo —por lo general nunca—, de todas maneras, una vez que lo hacia, cuidaba de ellos con su vida de ser necesario, en cambio, Lila era capaz de dar su vida por alguien sin siquiera conocerlo.




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