El mundo de Gaia

CAPÍTULO TRES

                                                         

LA FIESTA DE POYEN

 

Cancion: Omnia- Fee Ra Huri

 

Los adoquines se convirtieron en un camino empedrado una vez que se alejaron del centro del pueblo de Crena, alejándola también aún más de su libertad.

No pudo divisar mucho a su alrededor, ya que los guardias se habían pegado aún más a sus costados, como si en realidad quisieran taparle cualquier cosa que ella pudiera usar para recordar el camino por el que la llevaban y Keera supuso que al final habían aprendido la lección de no subestimarla.

Las casas que la rodeaban eran cada vez más espaciadas, aunque también se percató de que se veían más bien vacías, como si en realidad nadie viviera en ellas. Se sorprendió también de la cantidad de árboles que habían dentro de la fortaleza, era como a pesar de estar rodeados por los impenetrables muros de Crena, los lobos no quisieran quedarse sin ese pedazo de bosque que los rodeaba, aunque tenía que admitir que la vegetación aquí dentro no era tan críptica como lo era fuera, pero también debía reconocer que los lobos adoraban la naturaleza, así como también sus estúpidos llamados a la luna.

El cansancio estaba abarrotando todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, teniendo en cuenta que la tenían caminando hacía por lo menos veinte minutos y no tenía pinta de llegar pronto.

Diez minutos después iba a comenzar a quejarse cuando se detuvieron frente a una enorme casa de piedra, del color del granito y cubierta en su mayoría de ventanales que tenían por lo menos cuatro metros de altura. Las terminaciones de los techos iban en puntas y tenían los tejados también de colores negros.

Supuso que los colores favoritos de los lobos eran aquellos tonos apagados, no supo bien porqué, pero aquel pensamiento la hizo reír por lo bajo, ganándose miradas confundidas de los guardias, de seguro pensando que había perdido por fin la cabeza, mala suerte para ellos que en realidad nunca había estado demasiado cuerda que digamos.

No le pasó por alto que esta casa se encontraba más alejada que el resto. ¿Se encontraría allí el alfa más temido de Gaia?

La diversión se disipó de repente cuando se dio cuenta de la incertidumbre que la albergaba, a decir verdad se encontraba más cansada de lo que había estado en muchísimo tiempo y en lo único que podía pensar en estos momentos, era en tener un espacio cerrado para ella sola y así poder descansar de una vez por todas, aunque no pudo evitar preguntarse si alguna vez, estando en Crena, podría volver a conciliar un sueño tranquilo.

La casa estaba rodeada de guardias y no pudo evitar murmurar en voz baja: —Sí que cause revuelo.

Por supuesto que nadie respondió, sino que simplemente la hicieron subir las escaleras de aquella enorme vivienda, donde las puertas se abrieron de par en par, dándole la bienvenida al que supuso sería su nuevo hogar hasta que pudiera escapar de allí.

***

Había amenazado con los dientes a las damiselas que habían insistido en querer bañarla, se había armado un revuelo a su alrededor cuando la llevaron a una habitación y habían por lo menos siete de ellas, variando en edades y complexiones físicas.

No le habían explicado mucho, sino que simplemente comenzaron a querer quitarle la ropa sin decir una palabra.

Intento explicarles con calma que malditamente no la toquen y luego comenzó a amenazarlas con matarlas mientras dormían si alguna se atrevía siquiera a asomarse al cuarto de baño donde había una enorme fuente con agua caliente para que se lavara.

Para su completa sorpresa, desistieron de querer bañarla y la dejaron sola en el cuarto de baño, donde agradeció aquel momento de intimidad para ella, sacando su ropa lentamente y siseando al agua demasiado caliente que la esperaba.

No se quiso poner a pesar demasiado en el porque de darle aquel momento, teniendo en cuenta que sería un tributo para el alfa de la manada, el cual quien sabe que cosas pretendería hacer con ella.

Cerró los ojos unos instantes, intentando tranquilizarse de aquellos pensamientos que comenzaban a abrumarla. De seguro nada más verla, el alfa chasquearía la lengua decepcionado y la mandaría a lavar platos a la cocina, o alguna otra actividad de la que se encargara la servidumbre, mientras ella planeaba cómo demonios escapar de allí.

Una vez que estuvo toda enjabonada y su piel volvía a ser de ese color blanco casi pálido, salió de la bañadera, que hizo que una mueca se formara en su rostro al ver en el estado en que ahora se encontraba el agua. Tres días sin bañarse y habiendo recorrido casi medio bosque a pie, no la habían dejado muy limpia que digamos.

Se cubrió el cuerpo con un albornoz que encontró apoyado en una silla y asomó el rostro por la puerta que daba nuevamente a la habitación, encontrándose con la mirada inquisidora de una mujer regordeta que la esperaba sentada en una banqueta con los brazos cruzados.

—Me han dicho que desde mucho antes de pisar Crena has estado causando un alboroto. Escúchame una cosa, pequeña —dijo la mujer, señalándola con el dedo—, no dejaste que las chicas te bañaran, pero dejaras que te prepare para la fiesta del Poyen sino quieres que lo hagan los guardias por mi y déjame decirte que serán varios los que estarán dispuestos a hacerlo.

Keera se limitó a asentir, mientras repasaba a la mujer, decidiendo que no era un peligro para ella, admitiéndose a sí misma que había batallas que era mejor perder.

—Voy a cambiarme sola, no necesito ayuda para eso —y cuando la mujer iba a rebatir, la interrumpió:—No hay manera en el mundo de que lo hagas por mi.

La mujer suspiró con fastidio, murmurando una plegaria a los dioses de Gaia, para acto seguido señalarle un biombo donde Keera se apresuró a esconderse para cambiarse.




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