EL ALFA
Keera había largado una plegaria al cielo cuando había escuchado como se dirigían al alfa de Crena.
Belial: nada más escuchar su nombre, no pudo evitar cerrar los ojos con algo parecido al dolor, teniendo en cuenta quién era él.
Estaba más jodida de lo que pensaba, porque si los rumores eran ciertos…, en realidad los rumores sobre él si eran ciertos, lo sabía porque había visto las consecuencias del odio desmesurado del lobo más fuerte que había caminado por este universo.
El alfa de Crena era uno de los lobos más temidos en Gaia por su brutalidad, pero por sobre todas las cosas, por el odio inmensurable que tenía por los humanos.
Y aquí estaba ella, parada a su lado hacía por lo menos dos horas, después de haber hecho enfadar al alfa mientras se preguntaba cómo era posible que siguiera con vida, incluso después de mandarlo a la mierda cuando insinuó que si estaba cansada, podía sentarse en el suelo al lado de su silla, tal como lo haría una mascota.
«Como si fuera a darle el gusto» pensó ella para sus adentros, ignorándolo de manera deliberada, sus manos todavía encerradas en las esposas que comenzaban a quemarle la piel, imaginando una y otra vez las distintas maneras en la que podría matarlo.
Nadie se había dignado a hablarle, tampoco a mirarla a los ojos y ella tampoco se había preocupado mucho por aquello, sino que simplemente había mirado el fuego sin parar, había algo en él que siempre lograba hipnotizarla.
Hipnotizarla y también darle una barbaridad de sueño, tal como sentía ahora mismo, sosteniéndose sobre sus piernas temblorosas, el cansancio comenzando a afectarla como nunca antes.
Débil.
Se había vuelto débil después de los años, demasiado tranquila, demasiado relajada y por ello se encontraba ahora mismo en Crena, planeando la muerte de una raza entera.
Un hombre fornido se paró frente a ellos, aunque éste le dio una mirada de reojo en la que le hacía saber que la odiaba y que la quería muerta y ella sonrió pensando que el sentimiento, por supuesto, era mutuo.
La barba pelirroja le hizo recordar a alguien, aunque no supo a quien. Llevaba una camisa a cuadros con unos cuantos botones desajustados, dejando ver detrás de ella un pecho dorado y musculoso. No pudo adivinar el color de sus ojos, pero se dijo a sí misma que de seguro eran de un color amarronado.
—Alec, ¿qué sucede? —Preguntó el alfa con algo parecido a la molestia en su voz, debido a que su tributo se estaba llevando la atención del hombre que tenía adelante.
—Alfa —respondió el tal Alec, clavando ahora su mirada en el alfa.
—Dime —insistió éste, alternando la vista entre Alec y la morena de cabello lacio con poca ropa, que a lo lejos le meneaba las caderas al alfa.
Keera se dio cuenta que no era bienvenida en la conversación, cuando Alec alternaba la vista entre ella y el alfa, quien entendió al instante la indirecta y con una sola señal con la cabeza, tomaron a Keera por los antebrazos y la arrastraron nuevamente a quien sabe donde, no sin antes escuchar un «atacaron otra aldea»
Llegaron nuevamente al camino empedrado y si Keera no conservara enteramente su cordura, podría haber rogado que la cargaran, de todas maneras, presiono sus labios con fuerza y se dejo llevar nuevamente, aunque rápidamente llegaron al carruaje que esta vez, si sus cálculos no fallaban y el cansancio no estaba jugándole una mala pasada, estaban tomando un camino diferente.
Luchó por mantener sus ojos abiertos mientras el carruaje se tambaleaba de un lado al otro. Sabia que el viaje estaba siendo más largo que el anterior, porque estaba segura de que había estado por lo menos media hora allí y todavía no se detenían, de todas maneras, presa del cansancio, se había rendido en la tarea de contar las curvas, a decir verdad, estaba demasiado cansada para ello.
Por fin el carruaje se detuvo y fue obligada a bajar de él y ahora si…, esto era lo que esperaba del alfa más poderoso de Gaia: el castillo era simplemente algo que siquiera había llegado a imaginar. Sabía que era más grande de lo que sus ojos podían divisar a través de la negrura de la noche.
A través del camino habían antorchas que parecían enterradas en la tierra y no pudo evitar preguntarse cómo era que se mantenían encendidas.
Intento absorber todo lo que la rodeaba, sin embargo los guardias seguían a su alrededor, caminando a paso rápido hacia las puertas que llevaban dentro del castillo.
—Camina —farfulló uno de los guardias cuando se detuvo al observar movimiento a lo lejos.
Las puertas, del roble más oscuro que hubiera visto nunca, se abrieron nuevamente como si sintieran su llegada y a pesar de todo lo que había visto a lo largo de su vida, cosas como esta seguían provocándole escalofríos.
De todas maneras, tropezó con sus propios pies una vez dentro del castillo: sus pies agradecieron la alfombra de color oscuro que había nada más entrar, siguiendo a lo largo de dos escaleras divididas y en el centro de ellas, un cuadro que parecía que si lo tocabas, podrías incluso sentir las hojas de los árboles pintadas en él.
Volvieron a empujarla para que avance y se sorprendió cuando sus pies tocaron el mármol del más impoluto blanco que había visto nunca, incluso podía ver el reflejo de sí misma en él y fue inevitable no hacer una mueca cuando el suelo comenzó a mancharse con sus pies llenos de barro por hacer prácticamente todo el camino a descalza.
La tomaron un guardia de cada brazo y prácticamente la hicieron avanzar por un pasillo que de repente parecía más sombrío y frio, mientras que las antorchas parecían no poder combatir contra la negrura espesa del lugar.
Sabía que de seguro la estaban llevando a una habitación para nada parecida en la que había estado antes, es por eso que, a pesar del cansancio, se dispuso nuevamente a contar los pasos y las vueltas que estaban dando, hasta que por fin se detuvieron en una puerta de hierro negro, que nada más incrustar la llave en él, hizo un chirrido molesto cuando tuvieron que abrirla entre dos de ellos.