El mundo de Gaia

CAPÍTULO CINCO

PRIMER ERROR

 

Keera fue llevada a una habitación en la que ya la esperaban Judith y Ray. Los dos guardias, después de quitarle las esposas, cerraron la puerta detrás de ella y supuso que se quedarían fuera vigilando.

Según lo que le explicó Judith en un parloteo que a ella le pareció sin sentido, la noche anterior había dormido en las mazmorras debido a su mal comportamiento, pero que a partir de ahora, esta sería su habitación.

Keera no pudo evitar pensar que una sabia decisión, hubiera sido que la dejaran durmiendo directamente en las mazmorras, sin embargo tampoco pudo evitar pensar, que tal vez volvería allí más pronto de lo que esperaba.

Judith también explicó que su habitación se encontraba en el ala sur del castillo, la familia real —supuso que se refería a Edwin, el hermano del alfa—, dormía en el ala oeste, lo más alejado posible de ella y en este sector, por lo general dormían los guardias de altos mandos. No menciono donde dormía el alfa, pero de seguro lejos de donde ella se encontraba.

Habían dos ventanales enormes por donde entraba la luz de las primeras horas de la mañana, las paredes eran de piedra y la ropa de cama era en tonos claros. Había una alfombra acolchada en la mayoría del suelo, de seguro para evitar el frío en ella.

Había una chimenea en el suelo, era enorme y se preguntó si ella podría entrar por ahí dentro para poder escaparse, hizo una nota mental para averiguarlo más tarde, cuando se quedara sola.

Ray acomodaba ropa en el vestidor enorme en la esquina de la habitación, los vestidos parecían viejos y usados y aguanto el escalofrío que la recorrió al imaginar su procedencia.

Había otra puerta abierta, donde dentro pudo divisar una baño, con un lavatorio y bañera de mármol gris, que se veía elegante y fino, todas sus terminaciones en oro.

Keera se acercó donde se encontraba la chimenea, allí, a un costado, había un telar enorme: era un mapa de todo Gaia, que marcaba los pueblos principales y lo que más le llamó la atención, fue que contaba con unos detalles bastante preciso, tanto que tuvo que acercar su mano para verificar que en realidad si fuera un telar y no un lienzo pintado, y casi con devoción, las yemas de sus dedos acariciaron los hilos cosidos, unos pegados a otros en diferentes colores y tonos y no pudo evitar la pequeña sonrisa que se le formó en los labios.

No pudo contener el suspiro resignado que salió de sus pulmones, mientras el peso de la realidad se asentaba sobre sus hombros, mientras se acercaba a los ventanales que daban a unos espesos bosques y de fondo, el inconfundible impenetrable muro de Crena que la dividían del resto de Gaia, de su hogar.

Cada vez se le hacía más difícil la posibilidad de escaparse de allí y por más que se obligaba a mantener su optimismo, la realidad era difícil de ignorar. Sin embargo, no es como si aquello menguara sus ganas de escapar, sino todo lo contrario, quería volver a su hogar y lucharía por ello, por más que no estuviera rodeada de lujos como lo estaba aquí, era su hogar donde había conocido la paz, donde había por primera vez, experimentado la libertad.

Le parecía injusto su situación, todo lo que había peleado por su libertad.

«Habían» se corrigió para sus adentros, tanto ella como su Opa lo habían conseguido trabajando a la par.

Un roce detrás de ella llamó su atención y cuando se giró, vio a la muchacha, Ray, observarla con atención, haciéndola fruncir el ceño ante su escudriño, sin embargo, lejos de decirle nada, ella se dedicó también a observarla en detalle: era una muchacha bastante menuda de piel acaramelada y no tendría más de veinte años, el pañuelo que llevaba en su cabeza tapaba casi al completo su cabeza, sin embargo podía observar debajo de él un cabello negro y liso y bastante largo. No mediría más de un metro sesenta y sus ojos eran de un color tan negro, que casi podía observarse allí misma en ellos.

Ray, al darse cuenta de que también estaba siendo analizada por Keera, apartó la mirada avergonzada, con un rubor extendiéndose por toda su cara que a ella le pareció gracioso, sin embargo —solo por esta vez—, no se burló, sino que apartó la mirada cuando escucho la puerta del vestidor cerrarse.

Judith apareció con varios vestidos y telas en las manos, mientras los apoyaba en un escritorio y comenzaba a doblarlos uno a uno, sin dejar de parlotear, algo que parecía le encantaba hacer:

—Bueno niña, las reglas aquí son bastante sencillas de entender, por lo que dudo que tengas problemas en poder seguirlas— comenzó diciendo, como si Keera no pudiera entender alguna estúpida regla compleja. —El alfa específico que deberías toda las mañanas desayunar con él en el comedor, el resto de las comidas podrás hacerlas aquí o en la cocina con la gente de servicio, a no ser, claro, que él requiera tu presencia en algún momento —y al escuchar el resoplido de Keera a punto de acotar, seguramente algún comentario fuera de lugar, levantó su dedo regordete haciéndola callar y dándole a entender que todavía no había terminado. —Desayuno es para todo lo que te solicita, deberías estar agradecida —y frunciendo el ceño, siguió: —Puedes recorrer las instalaciones del castillo que desees, pero siempre serás acompañada por guardias, aunque probablemente no te percates de ellos, ya que saben mantener sus distancias. Bajó ningún concepto puedes salir fuera de esta propiedad a no ser que él alfa de el permiso, y por el amor a la luna, ni siquiera intentes salir de noche de la propiedad, es altamente peligroso para los humanos.

—¿Las instalaciones del castillo? ¿Es que no podré salir de aquí dentro? —Dijo con voz incrédula, el alfa podía esperar sentado a que ella obedezca aquella estúpida regla si creía que ella iba a quedarse encerrada allí para siempre.

—Son sus decisiones, no las mías y no hay nada que puedas hacer al respecto —contestó de manera determinante, Judith—. En estos días llegaran nuevos vestidos que serán hechos a medida...




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