El mundo de Gaia

CAPÍTULO SIETE

EL CASTIGO 

 

 

—Vas a pagar por lo que hiciste, escoria.

Keera se tensó al sentir como era el vestido que llevaba puesto, rasgado por toda su espalda. Sus manos se encontraban atadas y estiradas, amarradas a un poste y toda la maldita ciudad de Crena se encontraba allí, en la plaza principal, para ver el espectáculo.

—¿Pero qué tenemos aquí? —murmuró aquella horrible voz, y sin siquiera verlo, supo que estaba sonriendo. —Supongo que te has portado mal en otras ocasiones, ¿verdad? —y su verdugo, acercándose más a su oído para susurrarle cerca, continuó: —No eres más que una salvaje que debe ser domesticada, y por la luna que voy a disfrutar de esto.

El viento frío se colaba entre sus ropajes rotos, haciendo un escalofrío recorriera todo su cuerpo, sus pechos se encontraban prácticamente al aire y su respiración agitada debido a la adrenalina del momento.

Se puso a pensar en todas las pésimas decisiones que había tomado a lo largo del día, desde el momento en que se levantó, hasta ahora. Todas y cada una de ellas la habían llevado adonde se encontraba, a punto de ser azotada por alguien que estaba segura, la odiaba.

Sus pensamientos inevitablemente la llevaron a primera hora de esta mañana:

Se había levantado con la luz de alba, y como la noche anterior, había sacado todas las frazadas de la cama y las había puesto al lado del fuego. No sabía muy bien por que lo hacia, pero el crepitar de las llamas era como un arrullo que la relajaba antes de conciliar el sueño.

Judith se presentó en su habitación una vez que Keera terminó de darse un baño y cuando preguntó por la muchacha Ray, Judith simplemente la ignoró.

El desayuno fue raro, Belial no volvía a estar, pero si su hijo, que sin saber por qué motivo, le lanzaba miradas furtivas a Keera a cada rato, haciendo que se sienta incómoda, sin embargo no dijo nada al respecto.

Edwin, por su parte, parecía encontrarse perdido en sus pensamientos, no estaba ese habitual buen humor que lo caracterizaba, dando conversación o haciendo comentarios de la comida.

En definitiva, todo el desayuno fue raro y tenso.

Cuando estaba a punto de abrir la puerta para retirarse a su habitación, Edwin la alcanzó tomándola del antebrazo, deteniendo su andar y Keera —sin poder evitarlo— miró fijamente la mano que la agarraba tensándose visiblemente, a decir verdad, no era muy fanática del contacto físico.

—Lo siento —se excusó él, bajando la mirada y soltándola de inmediato.

—¿Qué sucede Edwin? —preguntó ella, incitándola a hablar.

—Yo..., me preguntaba si tal vez... — Edwin balbuceaba palabras sin sentido, sin siquiera poder mirarla directo a los ojos.

Parecía un chiquillo intimidado, su cabello rubio se encontraba atado en una coleta baja, despejando así su rostro, dejando entrever cuán guapo era.

Keera apartó esos pensamientos de inmediato, sin embargo, su nerviosismo la hizo sonreír, haciendo que el lobo se relaje considerablemente y le devuelva también el gesto.

—Me preguntaba si te gustaría tomar clases de lectura conmigo, si tu quieres puedo enseñarte —terminó diciendo con un suspiro.

Sin embargo, al ver la mueca en el rostro de Keera, Edwin se sintió aún más avergonzado, perdiendo así todo el entusiasmo.

—¿Qué? —Preguntó al final, viendo que ella no hacía otra cosa más que mirarlo fijamente.

—¿A cambio de qué? —Terminó preguntando ella con desconfianza.

—A cambio de nada, Keera —respondió él, frunciendo el ceño sin entender muy bien el por que de la pregunta.

—¿Y porqué habrías de hacer eso entonces? —Insistió ella nuevamente, sin dejar de verse desconfiada.

—Por el simple hecho de que quiero hacerlo, nada más —respondió él con aquella calma que lo caracterizaba. —El otro día parecías interesada en los libros y me pareció buena idea ofrecerme como voluntario, claro si estás de acuerdo.

Keera sopesó la idea; el lobo no parecía ser como el resto y aunque nunca fuera a admitirlo en voz alta, estar cerca de él, le producía cierta calma.

—Esta bien —respondió, todavía vacilante.

—¿Esta bien? ¿Como qué aceptas?

La sonrisa de Edwin era amplia, mostraba todos sus dientes y era una que nunca le había visto esbozar. Se limitó a asentir y antes de que diera media vuelta, le dijo a Edwin:

—Seis de la tarde en la biblioteca ¿Está bien?

—Perfecto —fue todo lo que respondió él, antes de que la puerta se cerrara detrás de Keera.

Supo que ese había sido el primer error del día nada más salir de aquella habitación, dejando a un sonriente Edwin.

Ella iba a salir de aquel lugar, no necesitaba nada que la ate a este. Edwin podía ser encantador, pero no dejaba de ser un lobo que asesinaba humanos sin razón, en definitiva, ella se encontraba allí en contra de su voluntad y él no había hecho nada para ayudarla escapar.

Justo antes de entrar a su cuarto, escuchó unos pasos apurados y vio a Judith acercarse a ella, una vez que se le plantó enfrente, le dijo que no podía simplemente pasar el día sin hacer nada, era hora de que se pusiera con los quehaceres del castillo ayudando a las doncellas que no daban abasto.

En definitiva, ayudándola a ella.

Tuvo que seguir a una de las doncellas que le asignó Judith, que la llevó a una de las habitaciones del tercer piso.

Se detuvo en seco al entrar a la habitación, se dio cuenta en realidad, que era un ala entera lo que ocupaba aquella sala de entrenamiento. Los ventanales llegaban del techo al suelo e iluminaban toda la estancia. Había una pared en el lado opuesto de los ventanales en los que se podía ver cuchillos y espadas de todos los tamaños colgados, también podían observarse hachas que seguramente le doblaban en peso, lanzas y mazas con bolas de hierro.

En el centro del salón, el suelo era de tipo blando, en donde supuso que se hacían los entrenamientos cuerpo a cuerpo. La sala no se encontraba muy llena pero si estaba llena de toallas sucias desperdigadas por todos lados, por lo que llegó a la conclusión de que los entrenamientos habían sido más temprano.




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