El mundo de Gaia

LA PROPUESTA

Judith no había tardado mucho en llegar después de que Belial se había ido. Traía con ella, —como no— pensó Keera para sus adentros, un vestido. Este parecía ser nuevo y un poco más elegante de los que estaba habituada a usar. Era de un color vino con detalles en dorado, las mangas eran muy amplias, tanto que la mano de ella desaparecía dentro. Tenía un cuello cuadrado y aunque se ajustaba con unos cordones por delante, también de color dorado, Judith no los presiono mucho, haciendo que el vestido se sienta ligeramente suelto.

Sus guardias la esperaban fuera cuando salió de la habitación y caminaron por delante de ella para que siguiera sus pasos, cuando creyó que se dirigian al mismo sitio donde desayunaban, los guardias siguieron de largo aquellas escaleras para subir al tercer piso, siguiendo por un pasillo que los llevó hasta una amplia escalera en forma de caracol que comenzaron a subir sin titubear, por lo que Keera los siguió, preguntandose dónde demonios estaban llevandola. No había puerta al final de aquel piso y los guardias, una vez que ella estaba llegando al final de las escaleras, se dieron media vuelta y volvieron por donde habían llegado. Termino de subir los últimos escalones y quedo frente a una gran habitación. En realidad parecía ser una casa entera, ya que contaba con todo lo necesario para ser una.

La sala estaba iluminada con pequeñas antorchas que colgaban en las paredes de piedra, Keera se adentro unos pasos a la estancia, mirando todo a su alrededor con desconfianza. Una mesa, perfectamente armada con velas en candelabros y una cantidad de comida que alcanzaba para diez personas, se encontraba en el medio de aquella sala, las sillas eran de roble con sus asientos de gamuza en color negro. En una esquina había un sillon en forma de ele de cuero negro y frente a este había una chimenea que ocupaba casi la mitad de la pared, con un fuego gran encendido y al costado de esta había un pasillo que supuso desembocaria en una habitación. Una brisa fría le llegó haciéndola estremecer y cuando se giró en su propio eje, descubrió una gran terraza, sus puertas de vidrio se encontraban abiertas y las cortinas blancas revoloteaban debido al viento. 

Un movimiento llamó su atención y de lado, entre las sombras a las que estaba sumida aquella habitación, apareció Belial con una copa en su mano llena de un líquido ambarino. 

—Ahí estás...—. Se lo escuchó murmurar, mientras se acercaba a pasos perezosos hacia ella. 

Él también se encontraba vestido de forma elegante, tenia puesto unos pantalones ajustados de cuero de color beige, unas botas de piel negras que le llegaban por debajo de las rodillas y en la parte superior tenia una camisa de lino de color oscuro con un cuello en v.

—Te vez...—. La repaso de pies a cabeza y fingió pensar un momento antes de agregar con una sonrisa:—Encantadora esta noche Keera.

Keera se limitó a cruzarse de brazos con hastío antes de murmurar enojada:—¿Por que estoy aquí Belial?

—Por que quiero... pensé que habíamos dejado claro quién mandaba en este lugar Keera—. respondió él encogiéndose de hombros con una sonrisa arrogante.

—Si, bueno... pensé que querías que habláramos.

—Todo a su momento, ahora acompáñame a la mesa, vamos a cenar—. Y para sorpresa de Keera, después de unos segundos en los que ella no movió un pelo, agrego:—Por favor.

Keera asintió y termino dirigiéndose a la mesa, volvió a sorprenderse en el momento que Belial arrimó su silla cuando fue a sentarse.

Esto definitivamente se estaba poniendo un poco raro.

—¿Vino?—. preguntó él, ofreciendo la botella.

Keera se limitó a asentir y frunció un poco el ceño ya que toda la situación le resultaba un poco irreal.

—Bueno, tu dirás...—. Volvió a insistir Keera, tratando de terminar lo antes posible con esta ridícula cena.

—Todo a su momento ¿Por qué estás tan apurada? No es como si tuvieses mucho que hacer aquí.

Belial tenia una sonrisa arrogante en la cara, la cual Keera se sentía tentada de borrar a puñetazos. Se dijo así misma que necesitaba relajarse y esperar con paciencia a que el alfa soltara solo lo que quería decir. Si la notaba inquieta o impaciente de seguro lo usaría en su contra.

Comenzaron a comer en silencio, Keera se sirvió carne de ternera con ensalada, y Belial... bueno él se sirvió un poco de cada cosa que había en la mesa.

—¿Por qué el otro día me llamaste Alastair?—. preguntó de repente el alfa.

Keera detuvo el tenedor a mitad de camino a su boca y lo miró con curiosidad. Tenía algún leve recuerdo de ella llamándolo por ese nombre, pero creyó que había sido parte de un sueño en el momento que había caído inconsciente.

Claramente no había sido así y no sabía cómo demonios saldría de esta situación. Término de llevar la comida a su boca, tratando de fingir un poco de tranquilidad antes de hablar.

—Fue una suposición—. Contestó después de unos segundos en silencio.

—¿Por qué se me hace tan difícil creer en tus palabras Keera?—. respondió él, que lejos de estar enojado, como parecía ser su estado natural, parecía hasta divertido con la situación.

Apoyo los cubiertos al costado del plato a medio terminar y lo miró fijamente a los ojos, esos ojos de distintos colores que aunque al principio la ponían nerviosa ahora le resultaban un poco hipnóticos.

—¿Sabías que hay leyendas sobre ti?¿Cuentos que se le dicen a los niños pequeños antes de ir a la cama?

—Me siento alagado...—. Respondió él con simpleza, dándole un sorbo a su vino. 

—No te sientas de ese modo, las historias que se cuentan solo sirven para asustar a los niños.

—Lo se Keera, es por eso que me siento alagado—. Contestó sin borrar la sonrisa de su cara, que comenzaba a exasperar un poco a Keera, y agregó:—Ahora dime ¿Qué tiene que ver eso con la razón por la que me llamaste de ese modo?

—Había una historia en particular, una que solía gustarme de pequeña...




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