El mundo de Gaia

AREN

A la mañana siguiente, Keera abrió los ojos lentamente antes de pegarse un susto de muerte. Frente suyo Ness la miraba fijamente y con seriedad, parecía algo así como una aparición.

—¿Por qué estás mirándome así?—. preguntó Keera frotándose la cara, con la voz un poco ronca por el sueño.

—Por que estoy aburrida y haces cosas raras mientras duermes—. Fue todo lo que respondió ella.

—No hago cosas raras cuando duermo— contestó Keera —, de todos modos, no puedes mirar a la gente así, es raro y me pegué un susto de muerte.

Casi de manera imperceptible, Keera pudo ver a Ness emitir una pequeña sonrisa y justo cuando iba a hacer un comentario al respecto, la puerta se abrió y Ray ingreso con una sonrisa de oreja a oreja.

—Buen día—. Canturreó mientras depositaba una bandeja en el escritorio.

Ness se levantó rápidamente a engullir todo lo que había dejado Ray en la mesa y Keera supuso que llevaba un buen rato despierta para tener tanta hambre.

Ella se dispuso a pegarse un baño como todas las mañanas antes del desayuno y termino por cambiarse en su vestidor:

—No se si sea buena idea que uses eso hoy.

Ella miró la ropa que traía puesta, era una camiseta de manga larga de algodón no muy ajustada de color claro junto a unos pantalones y botas de piel.

—¿Y eso por qué?— preguntó, ya que era la ropa que venía usando a diario.

—Llegaron las manadas del norte— contestó Ray, como si eso fuese toda la explicación que Keera necesitaba.

—Y aquello me importa ¿Por qué?

Antes de que pudiera responder, Herve tocó la puerta avisando que era hora del desayuno y que no se les podía hacer tarde, ella salió de allí ignorando la mirada cargada de preocupación que le había dado Ray mientras salía de la habitación.

—Keera ¿Qué estás haciendo aquí?

Cuando ella se giró, se encontró con los ojos de Edwin, que se veían, al igual que los de Ray, cargados de preocupación.

—¿Cómo que, qué estoy haciendo aquí? Desayunar como todos los días— respondió con simpleza.

—¿Belial no te pidió que te quedaras en tu habitación?— preguntó él, en un tono que parecía de molestia.

—¿Por qué habría de hacer eso?¿ Qué está sucediendo?

Edwin, ignorando por completo sus preguntas, se adelantó hasta poder tomarla por los hombros con delicadeza y mirándola fijamente dijo:—Keera, es muy importante que ignores a las personas que se encuentran ahí dentro ¿Entiendes? Por nada del mundo se te ocurra enfrentarlos como haces con nosotros, son peligrosos y trataran de cabrearte con tal de molestar a mi hermano ¿Podrás hacer eso?— y al ver que Keera no respondía agregó:—¿Por favor?

—Esta bien, no es como si me costara mucho ignorar a la gente que me importa una mierda—, respondió ella con fastidio.

Edwin asintió con un poco de duda, sin embargo le dió una sonrisa dulce; no estaba muy seguro de que Keera pudiera controlarse, aunque sabía que no por su culpa, sino porque aquellos lobos del norte eran la peor escoria que existía.

Cuando las puertas se abrieron, Keera se detuvo en seco nada más entrar a la habitación, con los ojos pegados a aquella situación que se le plantaba enfrente. Ahora entendía las advertencias de Belial, Ray y Edwin.

Este desayuno será desastroso— se dijo así misma.

En la punta de la mesa, como siempre, se encontraba Belial; tenía los hombros rígidos y esa cara amargada que llevaba siempre, pero había algo más en su expresión que Keera no pudo identificar que era.

A su costado derecho, donde solía sentarse Edwin, había un muchacho de tez pálida con los cabellos de color rubio oscuros, sus ojos de un celeste claro la miraban con atención y un deje de maldad y molestia.

Su lado, por supuesto, estaba vacío, pero no el que le seguía a este, donde solía sentarse Herve; ahora había un muchacho de no más de veinte años, el cabello parecido que se encontraba en frente suyo, pero el color de los ojos de éste, era marrón.

El resto de la mesa estaba ocupada por las personas de siempre, la unica ausencia notoria era la de Archie, aunque pensó que era lo mejor ya que podia respirarse la tensión en el aire, mientras un espeso silencio recorría la estancia entera.

Sin embargo, aquello no fue lo que llamó su atención, una mesa llena de lobos que la miraban con curiosidad no era nada nuevo; sus ojos estaban clavados en la chica que se encontraba entre el lugar de Belial y el muchacho de ojos claros a su derecha. Estaba de rodillas, con el torso completamente desnudo, sus brazos delgados estaban llenos de moretones y por la marcadas que se encontraban sus costillas, podía notarse que no comía algo hacía días. Los cabellos rojizos caían enmarañados por todo su rostro y Keera estaba segura que los mechones ocultaban las lágrimas que caían libremente de sus ojos. De todas maneras, no podía quitar sus ojos del collar de hierro que tenia alrededor de su cuello, donde marcas rojas y a carne viva se habían marcado por el roce que le producía la cadena a la que estaba ajustada, que se encontraba enredada en la silla del que sería su dueño.

Como si fuese una jodida mascota—. Pensó para sí misma Keera.

—Bueno ¿quien es este espécimen que tenemos aquí?— Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando el muchacho, el de la derecha, habló divertido —¿Es tu tributo Belial? Pues si que este año no se esmeraron mucho.

Los ojos de ella seguían clavados en la chica, aunque había prestado completa atención a las palabras de aquel lobo y recién se vio avanzando cuando fue Edwin quien la empujó, colocando la palma en su espalda baja. Keera sentía náuseas y estaba tomando todo de ella para poder controlarse y no cometer ninguna idiotez.

Se sentó en su lugar de siempre, aunque se vio incapaz de probar bocado, simplemente se quedó allí, tratando de asimilar lo que sucedía en aquella habitación y pensando las mil maneras en las que podría matar a aquel lobo, que supuso sería del norte.




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