El mundo de Gaia

LA FIESTA

A la mañana siguiente, Keera se negó a compartir el desayuno con aquellos lobos, se negaba profundamente a sentarse en una mesa a comer mientras una pobre chica era maltratada y humillada de la manera en la que había sucedido el día anterior. Sabía que no podría controlarse, ya que sus nervios estaban a flor de piel —más aún— siendo el día de la dichosa fiesta.

Se sentó junto a Ness en el escritorio a comer lo que Ray les había traído mientras juntas practicaban las letras que les había estado enseñando Edwin los pasados días. A decir verdad Ness era mucho más rápida que ella, pero no se quejaba, le gustaba ver a la niña tan entusiasmada.

Llegó la hora de prepararse para la noche; por lo que Ness tuvo que irse a esconderse a la biblioteca en compañía de Ray. A Keera le hubiese gustado que se quedaran con ella para no tener que pasar por aquella tortura sola, pero sabía que era lo mejor, ya que su existencia era desconocida para casi todos.

—Por qué tanto revuelo por una simple fiesta?—. murmuró Keera como por quinta vez.

—¿Una simple fiesta? ¡¿Una simple fiesta?!...—. jadeó Judith ni bien aquellas palabras salieron de su boca.

En definitiva, nadie le explico por qué tanta euforia por aquella fiesta.

Keera observaba con nerviosismo la caja que se encontraba encima de su cama, dentro estaba el vestido que el alfa había enviado para ella y si tenía que ser sincera consigo misma, no confiaba mucho en el gusto de Belial.

Antes de que comenzaran a ponerle el vestido, le hicieron a Keera un recogido con sus cabellos, sujetándolo con horquillas para sacarlo de su cara y dejándolo en caída libre con las hondas naturales que se creaban en este.

Cuando llegó el momento de ponerse el vestido, Judith fue sacándolo de la caja con una sonrisa plantada en su rostro, Keera lo único que pudo ver era la cantidad de tela roja y brillo que aquella prenda llevaba.

Keera odiaba con todas su fuerzas el color rojo.

Aquello, sin embargo, no fue lo peor. El vestido podía hasta considerarse lindo, pero se dió cuenta que algo no iba bien cuando Judith poco a poco comenzó a perder su sonrisa y una vez que las doncellas terminaron de subirle el vestido se dio cuenta el porqué.

Tenía un escote en forma de corazón, nada muy llamativo ni provocador. Decenas de pequeñas piedras adornaban la parte delantera y su forma era ajustada hasta la cintura. No tenía tiras ni cuello y por un momento Keera pensó que podía quedar desnuda si se movía mucho, pero aquella duda fue descartada cuando sintió con la fuerza que aquella prenda se aferraba a su torso. La parte inferior era suelta y caía con varias capas de tela entremezcladas, haciendo que parezca que tenía varios vestidos puestos.

Pensaran que aquel vestido no tenia nada de malo, ya que a simple vista parecía de ensueño, pero el problema principal se hallaba en la espalda de éste, en realidad en la falta de tela en aquella parte del cuerpo de Keera, solo contaba con la ajustada parte de adelante que parecía estar hecho de algún material que hacía mantener todo en su lugar firmemente, sin moverse siquiera un centímetro.

Keera trago saliva de manera pesada, ya que de repente su garganta se encontraba seca. En la habitación se había creado un silencio espantoso y sabía muy bien porque.

Sus cicatrices eran notorias y llamativas, pero sobre todas aquellas marcas —ya casi blanquecinas por el paso del tiempo—, las que más llamaban la atención eran aquellas dos que iban desde sus omoplatos hasta media espalda, con sus pequeñas irregularidades que casi eran imperceptibles si no las mirabas de cerca o las tocabas.

Se dijo así misma que esto había sido demasiado bajo, Belial podría haberse vengado de mil maneras distintas, pero sin embargo había elegido una que la pusiera en ridículo en frente de todos aquellos lobos.

¿No es esa la idea? ¿Poner en ridículo al tributo?

El resto de los preparativos se hicieron en silencio, ya se había perdido aquel aire festivo, hasta Judith se encontraba pensativa.

Cuando llegó la hora de marchar hasta aquel odioso baile, Keera se dijo así misma que no dejaría notar su incomodidad, que si era lo que el alfa quería, pues no le daría el gusto.

Herve le sonrió ni bien la vio aparecer, llevaba un traje azul elegante que parecía ser de seda y se ajustaba muy bien a su amplio torso. Estaba muy elegante.

Ella, sin embargo, no pudo devolverle la sonrisa. Por que si, había dicho que no dejaría detonar su incomodidad, pero todavía le quedaban un par de largos minutos hasta llegar a aquel lugar donde se realizaba el baile y podía regodearse un poco en la autocompasión.

—Lo siento mucho Keera—. Dijo Herve, tomándola del antebrazo, antes de llegar donde se encontraban los guardias que le abrirían las puertas al salón de baile. —Pero déjame decirte que te ves hermosa en ese vestido.

Keera se limitó a asentir y regalarle una pequeña sonrisa antes de seguir caminando, tarea que le resultaba bastante difícil ya que tenia puestos unos zapatos de tacón.

De más está decir que Keera nunca había usado uno de esos antes.

El salón ya era otro cantar, se dió cuenta por que había tanto revuelo por aquel bendito baile. Aquella habitación la había visto en algún momento, pero parecía que la habían cambiado en su totalidad. Los grandes ventanales ahora se encontraban recubiertos con cortinas de gamuza bordo, toda la instancia tenia las antorchas encendidas y los candelabros llevaban elegantes velas encima. En una de las esquinas se encontraban los músicos, entonando alegres melodías que ponían de peor humor a Keera. Había gente elegante por todos lados, riendo y conversando con fingida alegría.

Bueno, tal vez no era fingida, pero ella quería creer que si.

Las mesas estaban recubiertas con unos manteles blancos que llegaban al piso y las sillas eran acolchadas y recubiertas de cuero oscuro. Habían candelabros iluminando las mesas, que se encontraban a rebosar de comida. Las copas, con detalles de oro, eran rellenadas con vino por los meseros cada vez que se encontraban apenas vacías.




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