El mundo de Gaia

VOLANT

Habían pasado ya dos días desde el ataque a Crena, o por lo menos eso creía ella; Keera estaba fastidiada de estar encerrada en la habitación de Belial, la única persona que ingresaba a verla era Marvin, que se encargaba de limpiar su herida en el abdomen y colocarle nuevas gasas.

—Es increíble que sigas viva después de esta herida Keera— murmuró Marvin, concentrado en su tarea.

—Si bueno, eso no quiere decir que no duela como la mierda— respondió ella, fiel a su carácter.

El doctor se limitó a mirarla con severidad y decidió que era mejor no decir nada más, ya que la muchacha podía ser muy borde cuando quería.

Belial no había dormido en la misma habitación que ella —gracias a los ángeles—pensó, y a decir verdad no tenía ni idea si dormía siquiera en aquella ala del castillo.

Una vez que Marvin desapareció por la puerta de la habitación decidió levantarse; estaba cansada de estar acostada todo el día sin hacer nada y sospechaba que el médico ponía algo en los antibióticos que le daba, ya que siempre después de que se marchaba Keera caía automáticamente rendida por el sueño. Fingió tomarlos y terminó sacándolos de su boca y tirándolos al fuego prendido de la chimenea luego de que lo vio desaparecer.

Se puso de pie con dificultad ya que a pesar de que su herida estaba sanando, dolía como el infierno mismo. Respiró profundamente e hizo su camino al lavatorio quedándose unos segundos prendada en el reflejo que le devolvía el espejo. Tres grandes rayas cruzaba por su mejilla derecha en el rasguño que le había dado Ezre en su última pelea, las yemas de sus dedos recorrieron la herida, que a pesar de no ser muy profundas, sabía que dejarían cicatriz.

Serán bienvenidas— se dijo así misma Keera, ya que dejarían el recuerdo de Ezre en su piel.

Apartó la mirada cuando sintió que los ojos comenzaban a aguarse y sacudió la cabeza, como si aquello hiciera que los recuerdos también se alejen.

Estuvo frente a un dilema cuando se dio cuenta que no tenía ropa para ponerse; decidió que usaría algo de Belial y saldría de aquella habitación en la que se sentía prisionera.

La camisa de algodón le llegaba por debajo de los muslos y se había puesto un pantalón de algodón al que había tenido que darle varias vueltas para que no se caiga. No había manera de que consiguiera algo para tapar sus pies, por lo que decidió que lo mejor sería quedarse descalza, aunque su cuerpo entero se quejara por el frío del piso.

Avanzó hasta salir del cuarto principal, el silencio alrededor de la estancia era casi completo y el día, por lo que se veía por los ventanales, se notaba nublado y parecía que llovería en cualquier momento.

Bajo las escaleras con cuidado ya que los puntos de su abdomen tiraban por el esfuerzo de la caminata.

Se sorprendió al llegar abajo y encontrarse con Herve, que la miro sorprendido.

—Keera ¿Qué haces levantada? Deberías estar dormida.

—¿Debería?— preguntó desconfiada y al ver la mirada de Herve lo supo, esas pastillas la mantenían durmiendo todo el día.

Pasó por su lado ignorándolo enojada y a gran velocidad, sin hacer caso al tirón en su abdomen. 

—Espera Keera— trató de detenerla Herve tomándola por él brazo y cuando ésta se dio vuelta con una mirada furiosa, la soltó de inmediato.

En ese momento, en el que sus ojos se encontraron con los de él, se dio cuenta a lo que Belial se refería. Había sido sospechoso lo que había pasado cuando Ezre había muerto, ya no confiaban en ella.

De todas maneras aquello no le importo. Siguió su camino sin dejar que le afecte, tenía cosas más importantes que hacer ahora.

—Keera ¿Adonde vas?— preguntó Herve poniéndose a su lado.

—¿Ahora te importa?

—¿Qué quieres decir?— Keera se detuvo en seco, posicionándose frente suyo para mirarlo a los ojos.

—Vi la manera en la que me mirabas, llevamos semanas compartiendo prácticamente todo ¿Realmente me crees una traidora? Casi muero defendiendo a los niño, estábamos juntos.

—No creo que seas una traidora...— murmuró él, aunque no se lo notaba muy convencido.

—No me tomes por idiota Herve— respondió ella retomando su camino.

Cuando se detuvo frente a la entrada de la biblioteca, sin siquiera mirar a su guardia dijo:

—Espera aquí.

La biblioteca, a pesar de que el día estaba por completo nublado, se encontraba bastante iluminada.

Lo vio ni bien abrió la puerta, habían papeles que parecían ser mapas desperdigados por toda la mesa.

—Sabía que te encontraría aquí— murmuró Keera, llamando así la atención de Edwin.

Sus ojos se encontraron con los de ella rápidamente, escaneando su cuerpo con esa ropa que le sentaba gigante; en un principio la había ignorado creyendo que era su hermano, ya que desprendía su olor.

—Hola Keera—  fue todo lo que se limitó a decir.

—¿Solo eso vas a decirme? Llevamos casi tres días sin vernos, teniendo en cuenta que en el medio casi muero.  

—Mira Keera... — agregó él, poniéndose de pie, en parte para escapar de aquella conversación. 

—No edwin, tienes que escuchar lo que tengo para decir y después de eso decides si quieres seguir ignorándome.

—No estoy ignorándote.

—¿A no? Por qué no es lo que parece Edwin y si tenías algún problema ¿Por qué no viniste a hablar conmigo? 

—¿Por qué no me dijiste que pertenecías a la guardia de Dios? — preguntó enojado. 

—Por que no es algo de lo que esté orgullosa— contestó ella recalcando lo obvio. 

—No parece que tuvieras problemas en contárselo a Belial.

—No lo preguntó amablemente si es a lo que te refieres— respondió poniendo los brazos en sus caderas.

—De todas maneras no importa— contestó él, apartando la mirada y fingiendo que acomodaba los papeles en la mesa. 

—¿Eso es todo lo que vas a decirme?— preguntó Keera y aunque quiso evitarlo, la voz le salió un poco dolida.




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