—No, eso no es amarillo— contestó Keera conteniendo una carcajada—, es más bien un color marfil.
—Este juego apesta— respondió refunfuñada Ness mientras se cruzaba de brazos.
—Tu apestas en el juego, no el juego— respondió Keera y Archie tuvo que esconder una sonrisa para evitar que la niña le pegue.
Hacía cinco días que habían salido de Crena y por ahora todo marchaba con normalidad; esta noche llegarían a una pequeña locación de lobos llamada Olvera y estarían allí por lo menos cuatro días hasta volver a partir, esta vez hacia Hervás.
Keera estaba un poco cansada de montar a caballo por lo que había decidido caminar, Ness y Archie no tardaron ni un segundo en acompañarla mientras hablaban de cualquier cosa observando todo lo que tenían alrededor.
La vegetación todavía era espesa a pesar de estar a las afueras del bosque negro. Los picos de los árboles prácticamente no se veían mientras que los caminos de piedra apenas comenzaban a divisarse.
Todo lo que tenían alrededor era de colores verdes vivaces y el tiempo los acompañaba ya que faltaba por lo menos un par de semanas para que comiencen las nevadas.
—Llegaremos en por lo menos media hora más— interrumpió su juego Gerd con su mal humor característico—, no se queden atrás.
La verdad es que se habían atrasado un poco al ir a pie, sin embargo decidieron no prestar atención a la advertencia de Gerd y siguieron conversando perdidos en su propio mundo.
La locación de Olvera no era de las más grandes en cuanto a manadas de lobos y se dedicaban especialmente al cultivo de las tierras. A pesar de tener el bosque cerca, una vez que penetrabas en esa locación, los árboles parecían ser reemplazados por kilómetros y kilómetros de campos amarillentos con hectáreas de cultivos que eran trabajadas por todos allí.
O por lo menos eso era lo que había creído Keera.
El camino se ampliaba una vez que ingresabas a la zona residencial y poco a poco comenzaban a haber pequeñas cabañas.
Keera observaba todo con atención, la última vez que había recorrido un poco Gaia había sido huyendo y prácticamente sin detenerse en ningún lugar, con largas noches sin dormir y de guardia esperando no ser encontrados.
Un mal presentimiento recorrió su cuerpo y aunque no quisiera aceptarlo, en el fondo sabía a qué se debía.
Los pocos humanos que cruzaron en su camino tenían un aspecto enfermo y desnutrido. Apenas si se percataron de su llegada, su andar era pausado y con la vista al suelo sin siquiera enfrentar a nadie a los ojos, ya sea lobo o humano.
Había varios guardias vestidos con armaduras de bronce a lo largo del camino, que cada vez comenzaba a tener casas hechas de piedra y de mayor tamaño.
Podía ver el mal trato hacia sus pares y aquello no hizo otra cosa más que incrementar su furia, intentando a duras penas contenerse.
Su paciencia pareció acabarse al momento que una mujer de edad avanzada tropezó y cayó al suelo, tirando consigo todas las verduras que traía en su canasta.
Cuando comenzó a acercarse a ella para poder ayudarla vio como uno de los guardias le propinaba un latigazo en la espalda sacándole un gemido lastimero a la mujer.
—¿Qué demonios estás haciendo?— siseo Keera con furia agachándose para ayudar a la mujer.
El guardia la miró unos segundos con los ojos entrecerrados, tal vez un poco confundido por el olor que desprendía de Keera.
—Eres humana— dijo con asco.
—No me digas— respondió ella con ironía mientras ayudaba a la mujer a ponerse de pie.
—No puedes interponerte muchacha— agregó el hombre mientras se acercaba amenazante—, hazte a un lado.
—Tu no me dices que carajos hacer perro— respondió Keera con una sonrisa engreída en la cara.
El látigo salió disparado y Keera llegó a ladear su cuerpo hacia atrás antes de que éste impactara en la cara.
—No deberías haber hecho eso— respondió antes de abalanzarse sobre aquel hombre.
El guardia no llegó a reaccionar a tiempo y cuando quiso darse cuenta, Keera le había propinado una patada en el estomago haciendo que se doble por el impacto hacia adelante y luego cayendo al piso después que le diera un rodillazo en la cara rompiéndole la nariz.
Por supuesto aquel disturbio había llamado la atención de la gente que tenían alrededor, los guardias de Belial estaban más adelante y Gerd—quien se preocupaba bastante poco de Keera— los había dejado atrás, tanto a ella como a los niños a su suerte.
—Archie, Ness— murmuró llamando la atención de los chicos —ayuden a la señora con sus cosas.
Los niños prácticamente corrieron en su ayuda y la señora, luego de unos segundos de titubeo se dejo ayudar.
Vio como un par de guardias más se acercaban trotando y suspiro resignada, sabía que esto pasaría de un momento a otro, de todas maneras no esperaba que fuera en el primer maldito pueblo de lobos que pisara.
—¿Qué demonios está pasando aquí?— preguntó el más bajo mientras observaba todo con atención.
—La chica— jadeó el guardia herido mientras se tomaba la nariz con las dos manos y señalaba a Keera con la cabeza.
Sacó la pequeña espada que Belial le había permitido tener encima y que le había hecho prometer que tan solo la usaría de ser necesario.
—Esto es muy necesario— se terminó diciendo a sí misma mientras se ponía en posición de ataque.
—Niña— siseo el de más tamaño— suelta eso si no quieres terminar herida.
Keera en respuesta simplemente sonrió esperando el ataque y mentalizándose en que tenia que tratar de no matar a ninguno de ellos si no quería más problemas.
Avanzó quien había hablado primero y se dio cuenta en ese momento que seria una pelea fácil por la torpeza con la que éste se movía.
Las espadas chocaron produciendo un sonido chirriante; aquella pelea no fue larga ya que cuando el joven se abalanzó sobre ella por segunda vez, Keera le dio un golpe a la mano con su espada haciendo que este la suelte de inmediato mientras lo empujaba por la espalda haciéndolo caer al suelo.