Mirei se sentía un poco cansada y frustrada, llevaba horas sentada en aquella silla raída mientras observaba la flor de loto morir una y otra vez.
—Eres la peor bruja que existe en todo Gaia— se dijo así misma con frustración.
Observó al pequeño gorrión dentro de la jaula aletear sus alas sin parar y con desesperación debido al poco espacio con el que contaba.
Podía ver el pecho de la pequeña ave moverse frenéticamente, probablemente imaginando cual sería su destino.
—Si no haces el sacrificio la flor nunca volverá a la vida Mirei— se escuchó decir a una voz detrás suyo.
—Tata es solo un pobre pájaro— trató de justificarse y clavando los ojos en su mentora volvió a decir:—y de todas maneras no es más que una estúpida flor.
—Hoy es una estúpida flor mi niña— agregó ésta presionando sus hombros con cariño antes de susurrar en su oído—, mañana puede ser tu vida o la de alguien que realmente ames.
Aquello era lo que su tata solía repetirle cuando se negaba a matar pobres e indefensos animales.
Como todo aquelarre, las brujas de Ora extraían sus poderes de sacrificios —entre más grande el sacrificio mayor poder—. Se necesitaba la muerte de una pequeña ave para hacer que la flor vuelva a la vida, la muerte de por lo menos cien ovejas para revivir a tu Woolly si este moría en batalla. La muerte de un aquelarre entero para traer de los muertos a un ser amado.
Sacudió la cabeza desechando aquel pensamiento que solía venir a su cabeza una y otra vez. Los muertos, muertos estaban y así habían de quedarse si el gran Dios sol de esa manera lo había impuesto.
—Tenemos la opción de revertir ciertas cosas— comenzó diciendo mientras sacaba al ave de su jaula.
—No debería ser posible, no esta bien— respondió Mirei con la vista clavada en las manos de su tata.
—En el caso de que el Dios sol así no lo quiera, el muerto dormido quedará— respondió tomando su mano, envolviendo en el proceso la pequeña cuchilla de sacrificio.
—Y el sacrificio habrá sido en vano— contestó ella mirando como la cuchilla atravesaba el pequeño pecho del ave quitándole así la vida.
—No en vano, depende de cuan grande la ofrenda mayor el poder.
La sangre manaba del pequeño gorrión mientras dejaban que caiga en la pequeña taza de plata.
—Bebe— ordenó su tata, no dando lugar a la discusión.
Mirei tragó saliva con dificultad debido a que su garganta estaba seca. Se dijo así misma que el gorrión había muerto, que de nada servía que no beba de su sangre ahora, sin embargo seguía habiendo algo que le impedía hacerlo, que le impedía seguir las costumbres de los brujos.
—Dije que bebas Mirei— reprendió su tata comenzando a perder la paciencia.
Tomó la copa y la vacío de un solo sorbo, apretando sus ojos con fuerza y concentrándose en no escupir el liquido espeso y con gusto a hierro de la sangre.
Se limpio la comisura de su boca con la manga de su camiseta, manchándola así con sangre y se giró a su tata con furia.
—No necesito del estúpido poder— respondió con firmeza, o por lo menos con toda aquella que se podía tener a los once años.
—No digas eso cariño, no sabes cuando las palabras se pueden volver en tu contra.
—No me interesa— respondió esta poniéndose de pie—, no la quiero de todos modos.
—¿Y si algún día atacan a nuestra gente?¿Y si algún día tu familia está en peligro?— preguntó su tata entrecerrando los ojos.
—Hay otras maneras de defenderse— respondió Mirei muy segura de sus palabras.
—Un arco y una flecha no te salvarán de los terrores Mirei— volvió a reprender tata.
—Tu no sabes nada— contestó enojada poniéndose de pie y tirando la silla al hacerlo.
—No se muchas cosas, pero apuesto que se más que ti— respondió su tata con una sonrisa comedida.
—No puedes saberlo todo— contestó Mirei comenzando a ponerse roja de la furia—, no eres más que una simple bruja.
—Igual que tu— agregó tata señalando lo obvio.
Mirei salió de aquella habitación ofuscada, prácticamente corrió hacia las cascadas escondidas detrás del valle y se quedó— junto a su Woolly— hasta que el sol comenzó a ponerse de color azul, dando la señal de que pronto llegaría la noche.
Estaba con la espalda apoyada en su Woolly al que —nada más conocerlo— lo había apodado Tyre, que según los viejos libros significaba fuerza y eso era todo lo que su Woolly representaba.
Por supuesto no siempre habían sido como eran ahora, tenías que ganarte la confianza de tu Woolly ya que estos solían ser bastantes desconfiados y toscos. Fueron días y días invertidos en él; la mayoría en su aldea los domaban a base de golpes para disciplinarlos, sin embargo Mirei se negaba a hacer aquello, sabía que podía conseguir su confianza sin necesidad de ellos.
Muchos le dijeron que no lo lograría y por momentos ella así lo había sentido, no fue hasta que casi muere siento atacada por un dientes que Tyre estuvo ahí para salvarla, defendiendola de aquella bestia y evitando que caiga por un barranco.
Los Woolly tenían un tamaño similar al de los hombres lobo, a diferencia que en su hocico tenían un gran cuerno casi del tamaño de su cabeza y que además de ello, era irrompible. Siendo un gran arma de defensa al momento de pelear.
Hacía décadas que los aquelarres los usaban como animales de montura y también como fieles compañeros de batallas, una vez que un Woolly te elegía ya no podías volver a tener otro así este muriera.
Se monto encima de él y acarició su amarronado pelaje con mimo mientras lo incitaba a caminar; el humo blanco a lo lejos fue lo primero que llamó su atención produciendo un leve cosquilleo por todo su cuerpo. Aceleró el paso y una vez cerca de su aldea pudo escuchar los gritos aterrorizados de su pueblo.
El corazón comenzó a latirle desenfrenado mientras un sudor frío se instalaba en su nuca produciéndole un hormigueo en la espalda.