IN THE END
Belial se despertó sobresaltado, sintiendo una presión en su pecho que lo hizo sentir extraño. Antes siquiera de que abriera los ojos sabía que ella no se encontraba allí, de todas maneras fue un golpe cuando lo terminó haciendo y vio que su lado de la cama estaba vacío y frío, matando las últimas esperanzas que le quedaban de que tal vez no se habría ido mientras él dormía.
Se levantó de manera apresurada y comenzó a recorrer los alrededores, despertando antes a Edwin, Alec y Herve para ayudarlo con la búsqueda.
Todos salieron apurados intentando dar con ella, sin embargo a todos los dejo en el mismo lugar: el que solía ser su hogar y donde había sido enterrado su padre, casa de la que ahora solo quedaban ruinas.
—Hasta aquí llega— murmuró Edwin a su lado.
Belial simplemente asintió dándole la razón.
El amanecer estaba llegando, cubriendo el cielo de un manto anaranjado mientras el suelo se cubría de una leve niebla y el barro crujía cada vez que lo pisaban debido a la helada que había caído en la noche.
¿Cómo podía ser que simplemente haya desaparecido? ¿Por qué era que su olor llegaba hasta allí?
Esas eran las preguntas que se había hecho una y otra vez sin conseguir respuestas. Habían pasado horas desde que su fyring había desaparecido y no habían rastros de ella.
—¿Dónde demonios estás Keera?— susurró Belial mientras intentaba dar con ella. Olfateando el aire en busca de su olor y pensando en dónde demonios se podría haber metido.
¿Y si había muerto?
Dejo esa pregunta en su mente solo por unos segundos, esa podía ser una posible teoría al no dar con su olor, sin embargo el cuerpo tendría que haber sido encontrado de un momento a otro.
—No puede ser— se dijo para sus adentros—, ella no moriría así.
Se frotó la cara con frustración ya que no tenia idea que hacer a continuación.
¿Y si la guardia había dado con ella? ¿Y si había ido en su búsqueda por venganza y la habían capturado?
Las puertas de su tienda se abrieron y Edwin ingresó sosteniendo a Mirei por el brazo.
—Ella puede ayudar— comenzó diciendo mientras la bruja rodaba los ojos con aburrimiento—, es una gran bruja después de todo ¿No?— agregó su hermano con optimismo.
Belial se puso de pie al momento que la encaraba, no quería deberle nada a Mirei y sabía que esto lo cobraría caro, por ejemplo con su libertad.
—¿Qué necesitas?— terminó diciendo el alfa de todas formas, necesitaba a Keera con él.
—Solo un poco de tu sangre lobito— respondió Mirei con una sonrisa maliciosa en el rostro.
Belial sacó una afilada cuchilla de su bolsillo mientras extendía la mano sobre la mesa sin dejar de mirar a la bruja, sin embargo antes de que hiciera el corte a Herve entró de manera agitada y clavando sus ojos en el alfa murmuró:—Humo a lo lejos.
Belial se apresuró a salir de la tienda, silbó en un claro llamado a Ares —su caballo— que apareció trotando con un semblante majestuoso, no creía necesario trasladarse en su forma de lobo y sea lo que sea que se encontraran quería estar en su forma humana.
Si habían llegado a capturar a Keera no quería darles una muerte rápida, se regodearía haciéndolos sufrir lentamente.
No eran muchos los soldados que lo acompañaban, pero sí los más fuertes y de su entera confianza y para su total sorpresa no tuvieron que cabalgar más de una hora hasta llegar al origen del incendio.
El olor a carne quemada fue lo primero que entró en sus fosas nasales, el sol comenzaba a salir por el horizonte iluminando todo a duras penas. Había cuerpos esparcidos por todos lados, o por lo menos lo que quedaba de sus extremidades.
Eran por lo menos cincuenta y por los estándares blancos —ahora llenos de barro y sangre— con la cruz en medio, Belial supo que se trataba de un campamento de la guardia de Dios.
Sus pies hicieron eco al chocar con el suelo lleno de barro cuando desmontó a su caballo. Miró a su alrededor escaneando todo con sigilo y listo para atacar ante cualquier peligro.
A su alrededor había un silencio sombrío mientras observaba las tiendas —ahora reducidas a nada— crujir con las pocas brasas encendidas que quedaban en ellas.
No tuvo que caminar mucho hasta divisar a Keera a lo lejos y soltó un suspiro de alivio al ver que se encontraba —dentro de lo posible— entera y bien. Sin embargo aquel alivio que había recorrido su cuerpo entero se convirtió en verdadero pánico nada más mirar con un poco más de atención.
Pocas veces en su vida Belial había sentido un terror así e inmediatamente comenzó a orar a la luna para que sus sospechas —al escuchar a Keera hablar en ese idioma— no se hicieran realidad.
Ella estaba de espalda a ellos, cubierta por una capa de color vino y en su mano —llena de sangre mezclada con barro— llevaba el arma de las profecías.
"Una vara hecha de plata"
"Un rubí con la sangre del primogénito de Dios"
"Las runas a su alrededor"
El entendimiento golpeó a Belial como si le hubiesen arrojado un balde de agua helada mientras veía a Keera —o por lo menos a quien imaginaba que se llamaba así— cerniéndose encima de alguien mientras susurraba palabras que él creyó que nunca volvería a escuchar.
—El idioma de los ángeles— pensó para sus adentros.
—¿Tu reminiscamini quia ego dixi vobis in tempore novissimo?— susurraba ella en el oído del muchacho que temblaba de miedo—¿Memento?(*)
Nada más decir aquello, con la punta afilada de aquella vara, termino cortándole todos los dedos de la mano derecha mientras el grito dolorido del muchacho hacía eco por todo el descampado en el que se encontraban.
—Ire ad Mosén autem dico, quod non est altera.(*)