Sumido en sus pensamientos, no escuchó a Jennel acercarse.
Jennel se sentó sobre el tronco de árbol, con los brazos cruzados sobre sus rodillas.
A diferencia de antes, ya no llevaba sus gastados pantalones militares. Esa noche, vestía una falda corta de mezclilla que dejaba al descubierto sus piernas delgadas y musculosas. Cruzó las piernas, y Alan no pudo evitar notar lo hermosas que eran.
Desvió rápidamente la mirada, pero ya era demasiado tarde. La había visto. Y no podía negar lo que sentía.
Jennel era hermosa. De una belleza discreta, casi inasible, pero innegable. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados alrededor de su rostro, y sus ojos, profundos e inquietos, parecían analizar el mundo con una atención silenciosa.
Alan se mordió el interior de la mejilla. Se reprochó por dejarse llevar por esos pensamientos. No era el momento ni el lugar. ¿Cómo podía estar pensando en eso cuando el mundo entero se estaba desmoronando?
Y, sin embargo, la idea persistía.
Se enderezó ligeramente, metiendo las manos en sus bolsillos, tratando de ocultar su incomodidad. Pero la sensación permanecía dentro de él, arraigada. Una sensación que no había experimentado en años.
El amor quizás era una victoria sobre la muerte... pero no estaba seguro de estar listo para aceptarlo.
—Perdón por mi actitud —dijo ella después de un momento de silencio—. Me desconcertó todo eso de los Espectros, como lo llamas.
Alan alzó levemente los hombros, con una sonrisa divertida en los labios.
—No hay problema. Me gusta tu aire gruñón.
Jennel sonrió, un poco tensa, pero con sinceridad.
—No es un aire gruñón.
—Sí lo es.
—No.
—Sí.
Estallaron en carcajadas, rompiendo finalmente el hielo.
Los ojos de Jennel brillaban mientras inclinaba ligeramente la cabeza.
—¿Has rejuvenecido?
Alan asintió.
—Desde los 64.
Jennel abrió los ojos con fingida sorpresa.
—¡Un abuelo! —exclamó con una sonrisa burlona—. El anciano del grupo.
Alan se encogió de hombros.
—Yo, 27.
Un breve silencio se instaló entre ellos. Alan permaneció impasible, luego añadió con una sonrisa traviesa:
—Sabes que a los viejos les gustan las chicas jóvenes.
Jennel soltó una carcajada.
—Espera, voy a llamar a la policía.
Sus risas resonaron en la noche tranquila, disipando aún más la tensión del día.
Y, sin saber muy bien cómo, las risas dieron paso a confidencias.
Al principio, sus palabras fueron vacilantes. Ninguno de los dos se atrevía a hablar de los primeros días. Era demasiado reciente, demasiado doloroso. Las imágenes de sus seres queridos desaparecidos, las calles vacías, el silencio opresivo... todo eso seguía enterrado en un rincón oscuro de su mente, un rincón que no estaban listos para abrir.
Así que se quedaron en la superficie, compartiendo recuerdos que aún podían soportar.
Después de un largo momento de silencio, Alan finalmente habló.
—Fue en el atrio de la catedral.
Jennel giró lentamente la cabeza hacia él, atenta, su mirada era una invitación a continuar.
—Estaba loco. Gritaba profecías. Cosas incomprensibles sobre el fin del mundo, sobre señales divinas... Sostenía un cuchillo de cocina, oxidado.
Hizo una pausa, su mirada perdida en un recuerdo demasiado vívido.
—Se acercaba. Yo... lo vi demasiado tarde. Aún no podía ver los Espectros en ese entonces. Me amenazó. Yo tenía un arma, un viejo fusil... y disparé.
Alan pasó una mano por su rostro, como si intentara alejar un escalofrío invisible.
—El disparo resonó en todo el barrio. El silencio que siguió... fue peor. Como si la ciudad misma contuviera la respiración.
Jennel no dijo nada, pero sus ojos seguían fijos en los de Alan, ofreciéndole un consuelo silencioso.
Él continuó, las palabras fluyendo más fácilmente ahora.
—Después apareció aquella mujer. Estaba completamente perdida. Lloraba, gritaba... Decía que los muertos iban a regresar, que no debían permanecer a la intemperie. Así que cavé. Enterré los cuerpos. Algunos ya estaban en descomposición. El olor...
Negó con la cabeza, su expresión torciéndose ligeramente.
—Se me quedó pegado durante días. No importaba cuántas veces me lavara, seguía oliéndolo. Como si se hubiera convertido en parte de mí.
Hubo un instante de silencio antes de que Jennel tomara aire con un temblor leve y se animara a compartir su historia.
Bajó la mirada un instante, como si las imágenes resurgieran ante ella.
—Fue al principio... —susurró—. Buscaba comida en un supermercado. Estaba sola. Creí que nadie vendría...
Hizo una pausa, sus manos se crisparon levemente sobre sus rodillas.
—Y entonces apareció él. No lo escuché llegar. Se abalanzó sobre mí sin decir una palabra. Me resistí... Recuerdo el ruido de las estanterías cayendo, las latas rodando por el suelo. Y luego... el cuchillo.
Alan permaneció en silencio, dejándola continuar.
—Ni siquiera sé de dónde lo saqué. Supongo que del suelo. Todo está borroso. Pero lo hundí en él. Una vez, dos veces... y otra más. La sangre... estaba por todas partes. En mis manos, en mi ropa.
Su voz se quebró ligeramente y pasó las palmas por sus muslos, como si aún pudiera sentir la viscosidad del líquido.
—No podía moverme. Me quedé ahí, sentada en medio de todo eso. Él estaba muerto... y yo ni siquiera sabía si debía llorar o vomitar.
Alan, instintivamente, posó una mano sobre la suya. Ella no se apartó. Su mirada seguía fija en el suelo, pero el contacto parecía traerla de vuelta al presente.
—Después de salir del supermercado... creo que estaba en estado de shock. Aún tenía ese cuchillo en la mano. El hombre al que... al que tuve que matar ni siquiera sabía mi nombre. Solo quería... quería robarme, o algo peor, seguramente.
Jennel dejó escapar un suspiro tembloroso antes de continuar.