Cuando llegó la noche, José volvió a sacar su guitarra, y las conversaciones se fueron apagando poco a poco para dejar espacio a la música. Tocó varias piezas sencillas que el grupo cantó al unísono, el ambiente volviéndose cada vez más cálido.
Rose lanzó una mirada pícara a Alan.
—¡Podrías al menos cantar algo!
Alan negó con la cabeza, divertido pero firme.
—Creo que prefiero dejar eso para los demás.
La noche avanzaba suavemente, las risas y la música llenando el aire marino. Y llegó por fin el momento más temido por Jennel.
Fiel a sí misma, Rose tomó la palabra.
—¡Muy bien, muy bien! ¡Ahora, nuestra solista! Jennel, prometiste una canción.
Jennel se sonrojó, buscando una escapatoria, pero ya era demasiado tarde. Todas las miradas se volvieron hacia ella. Alan sintió que el corazón se le encogía al verla tan nerviosa.
Jennel se levantó despacio, las manos temblorosas, y se acercó a José para susurrarle algo al oído. José sonrió y ajustó su guitarra.
Jennel tomó una gran bocanada de aire.
Y empezó a cantar.
Stuck on you
Estoy enganchada a ti
I've got this feeling down deep in my soul that I just can't lose
Tengo esta sensación en lo más profundo del alma que no puedo
perder
Guess I'm on my way
Supongo que estoy en camino
Needed a friend
Necesitaba un amigo
And the way I feel now I guess I'll be with you 'til the end
Y con lo que siento ahora, supongo que estaré contigo hasta el final
Guess I'm on my way
Supongo que estoy en camino
Mighty glad you stayed
Muy feliz de que te quedaras
I'm stuck on you
Estoy enganchada a ti
A medida que las palabras resonaban, Alan sintió el corazón encogerse. Cada verso parecía dirigido solo a él. Jennel, con los ojos cerrados, cantaba con una emoción cruda, sincera. Su voz era extraordinaria.
Cuando terminó, cayó un silencio denso, lleno de significado. Luego estallaron los aplausos.
Jennel abrió los ojos y buscó a Alan entre la multitud.
Sus miradas se cruzaron.
Alan, conmovido, no pudo pronunciar una sola palabra.
La velada terminó con ese momento intenso. Uno a uno, todos se fueron retirando, el corazón en paz, con la certeza de que ya no eran solo Supervivientes reunidos por las circunstancias. Ahora eran un grupo de amigos, unidos por una esperanza común.
Jennel, todavía emocionada, corrió hacia la playa. Su cabeza daba vueltas: la canción, los aplausos, las felicitaciones de todos... Todo eso formaba un torbellino de emociones.
Caminó hasta el borde del agua, la arena aún tibia bajo sus pies descalzos. El suave vaivén de las olas acompañaba su respiración agitada.
Y esperó.
Levantó los ojos hacia el horizonte, buscando una respuesta en el mar tranquilo. El viento acariciaba suavemente su largo cabello castaño, entrelazando algunos mechones con el aire salado.
Cerró los ojos, sintiendo el susurro de las olas en sus oídos, como un lamento melancólico. Luego, un escalofrío la recorrió. No por el viento, sino porque sintió su presencia detrás de ella. Su corazón se aceleró, como respondiendo a un llamado invisible.
Alan posó las manos suavemente sobre sus hombros, rozándolos como si fueran de porcelana. Ella no se movió, pero una sonrisa sutil se dibujó en sus labios. Lentamente, él se inclinó, y el mundo pareció desaparecer. El sonido del mar se convirtió en una simple nana lejana mientras depositaba un beso en su mejilla, justo en el borde de sus labios, como una promesa inconclusa.
El tiempo pareció desgarrarse en ese instante, mezclando pasado, presente y un futuro incierto. En ese beso estaba todo: la ternura de una despedida, la esperanza de un nuevo comienzo, y la fuerza de un amor que desafiaba incluso el fin de las cosas.
Ella abrió los ojos, se giró lentamente, y en su mirada él vio el eco del infinito. Eran dos almas perdidas en un mundo que se apagaba, pero vivas, vibrantes, y por un instante eterno, invencibles.
Sus labios se encontraron al fin. Cuando se separaron, sus frentes quedaron unidas, sus respiraciones entrelazadas.
Ella se echó hacia atrás ligeramente, los ojos brillando con una chispa traviesa.
—Entonces... esa cabaña de la que todos hablan… ¿la vamos a visitar? —preguntó en un susurro.
—Si quieres —respondió él con una leve risa, entre la emoción del momento y la diversión ante su espontaneidad.
Ella alzó una ceja, ladeando la cabeza:
—Y dime… ¿la cama es estrecha?
Él estalló en una risa clara y franca, que disipó el peso de un mundo moribundo y devolvió algo de vida, de ligereza. Le tomó la mano, apretándola suavemente.
—Lo verás tú misma —dijo, fingiendo misterio, los ojos chispeando con picardía.
Juntos, se alejaron del borde del mar, caminando entre las dunas donde la arena aún guardaba el calor del día. Cada paso los acercaba más a la cabaña, que se dibujaba frente a ellos: sencilla y modesta, una pequeña estructura de madera desgastada por el viento marino.
Cuando llegaron, él abrió la puerta, revelando el interior rústico, iluminado por los últimos rayos del sol. Ella recorrió la habitación con la mirada, y luego la posó sobre la cama: pequeña, sí, pero acogedora.
—Sabía que tenía razón —dijo con una sonrisa ladeada.
—Siempre —respondió él, sin saber del todo a qué se refería.
Sus miradas se encontraron y se detuvieron allí, suspendidas en un silencio donde cada latido del corazón resonaba como un eco profundo. Alan dio un paso hacia ella, lento, casi con contención. Jennel, inmóvil, lo seguía con los ojos, los labios entreabiertos como si contuviera el aliento.
Él posó una mano vacilante sobre su mejilla, la palma cálida sobre su piel suave. Ella cerró los ojos ante ese contacto, inclinando ligeramente la cabeza, invitando sin palabras. Sus labios se encontraron en un beso tierno, pausado, cargado de una emoción que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.