El Mundo de Jennel : 2 - La Selección

Capítulo 2 - A través de los Océanos

Alan se levantó mucho antes del amanecer. Jennel, preocupada al verlo tan alterado, se sentó en el borde de la cama.

—Alan, casi no duermes estos días… —dijo con voz suave.

Alan, con una mano apoyada en el borde de la mesa, suspiró antes de volverse hacia ella.

—Estoy pensando en todo: la Base, los Supervivientes, los próximos pasos. Y además… —hizo una pausa, buscando las palabras—. Y además, tengo miedo de no estar a la altura.

Jennel se levantó y se acercó a él. Puso una mano sobre su brazo.

—Alan, si hay alguien capaz de liderar todo esto, eres tú. No olvides que no estás solo. Estoy aquí. Y ellos también, aunque a veces no sepan cómo ayudarte.

Él hundió su mirada en la de ella, dibujando una leve sonrisa en su rostro cansado.

—Gracias, Jennel. A veces, solo tu mirada me recuerda por qué hago todo esto.

Ella le apretó suavemente el brazo antes de susurrar:

—Entonces déjame cuidarte, al menos un poco.

Se sirvió un chocolate caliente: se sentía orgulloso de sí mismo porque había hecho analizar por Léa una barra de chocolate medio derretida en su bolsillo. Y ella había programado el sintetizador para obtener una bebida chocolatada. Resultado satisfactorio. Ahora toda la ciudad tenía acceso a ella.

Pasó por la ducha sin agua, cuyo principio aún desconocía: aparentemente era eficaz, aunque lamentaba la sensación del agua sobre su piel.

Se puso una prenda gris, sobria y práctica, pero que reflejaba una autoridad natural. El tejido, finamente texturizado, se ajustaba con precisión, destacando una silueta segura sin ostentación. Delgadas franjas plateadas, discretas pero distintivas, recorrían los hombros y las mangas, sugiriendo que solo faltaban los distintivos de mando para completar esa apariencia imponente. Jennel, al crearla en el sintetizador, había insistido en la elegancia y la practicidad, dándole a Alan una presencia digna de un líder.

Luego se dirigió a la sala principal. Estaba medio iluminada por los innumerables habitáculos, cada uno proyectando un resplandor suave que se reflejaba en las paredes como metalizadas de la Base. Las sombras de las estructuras y pasarelas se entrelazaban en el suelo, formando patrones efímeros, mientras que algunos puntos más intensos, provenientes de apartamentos aún iluminados, añadían profundidad al espacio. Era un espectáculo hipnótico, que recordaba a Alan la inmensidad y complejidad de la Base que dirigía.

Se sentó frente al complejo de haces luminosos y comenzó a interactuar con Léa. Hologramas complejos e interactivos se desplegaron a su alrededor: esquemas, diagramas, planos, histogramas y otras figuras que manipulaba con concentración. Sus gestos eran precisos, pero estaba tan absorto que no notó que Jennel se acercaba en silencio.

Ella se quedó quieta unos instantes, fascinada por las formas brillantes y móviles, antes de extender una mano y modificar una de las figuras. Alan se sobresaltó levemente y se volvió para verla. Jennel sonreía, intrigada.

—Es extraño, entiendo perfectamente lo que estoy haciendo. Son las producciones de las celdas hidropónicas, y estás haciendo una simulación, ¿verdad? —dijo segura de sí.

Alan esbozó una sonrisa divertida:

—Bravo, pronto serás mejor que yo.

—De eso no hay duda —respondió ella con tono provocador.

Alan se giró completamente hacia ella y se quedó un momento contemplándola. Jennel vestía una chaqueta negra ligeramente escotada y un pantalón a juego, de gran sencillez, pero que acentuaban su elegancia natural. Le dedicó una sonrisa amplia y aprobadora.

—Léa, quiero un mapa del mundo con la ubicación de todas las Bases —pidió de repente Jennel.

El mapa apareció instantáneamente frente a ellos, proyectado en tres dimensiones. Jennel frunció el ceño.

—Pero solo muestras cuatro. ¿Dónde están las otras tres? —preguntó.

—Lo ignoro. Solo Alan lo sabe —respondió Léa con total neutralidad.

Jennel lanzó una mirada interrogativa a Alan, buscando una explicación.

La mañana se dedicó a familiarizarse con la Base. Jennel formó cuatro equipos motivados que debían recorrer la Base para explicar y tranquilizar sobre su funcionamiento. Tenían como misión principal convencer a los habitantes de usar el casco de hipnoaprendizaje presente en cada módulo, diseñado para enseñar la estructura de la ciudad y sacar el máximo provecho de los sintetizadores.

Los intercambios no siempre fueron sencillos.

En una de las secciones, un hombre desconfiado negó con la cabeza frente al casco.

—¡No quiero que me laven el cerebro! —protestó.

Una de las integrantes del equipo, paciente, respondió:

—No es manipulación. Solo le ayudará a entender cómo usar los recursos aquí, como los sintetizadores. Podrá verificar todo después.

El hombre finalmente cedió, no sin refunfuñar.

En otro sector, una mujer dudaba:

—¿Y si cambia algo en mi forma de pensar?

Jennel, que pasaba por allí, intervino directamente:

—Yo también tuve ese miedo. Pero lo probé primero, y lo único que hace es enseñarte conocimientos prácticos. No altera nada más. Pruébalo, verás.

La mujer, aún dudosa, terminó por dejarse convencer al ver la determinación de Jennel.

Por la tarde, se celebró una reunión oficial con los representantes de la comunidad y los allegados de Alan en una gran sala del primer piso de la torre. La sala, bien iluminada, estaba equipada con asientos simples y una mesa central donde Alan tomó asiento.

Alan se levantó para dirigirse a la asamblea. Con voz clara, presentó una versión suavizada pero real de la situación:

—Les prometí un año de refugio seguro, y esa promesa sigue en pie. Pero podremos extender esta seguridad si hacemos algunos esfuerzos. Piénsenlo como un contrato de arrendamiento renovable por un año, pero con un propietario al que le gusta poner desafíos.

Algunas risas suaves recorrieron la sala.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.