La atmósfera era acogedora en el pequeño apartamento adyacente a la sala de control. La luz tenue de los sintetizadores murales proyectaba un resplandor cálido sobre las paredes, dando al lugar un aspecto casi acogedor a pesar de la gravedad de la conversación.
Alan, sentado en el sofá minimalista, acababa de terminar su relato. Jennel, apoyada en la mesa con los brazos cruzados, lo miraba en silencio. La historia era pesada, macabra. El olor a sangre seca parecía aún flotar en el aire entre ellos, aunque Jennel nunca había salido de la Base.
Finalmente, ella negó con la cabeza, suspirando suavemente.
—¿Sabes qué? Por una vez, me alegro de no haber ido.
Alan alzó una ceja, una sonrisa sin alegría asomando en sus labios.
—No voy a mentirte, yo también. Pero más allá del horror, hay lecciones que aprender.
Jennel asintió con la cabeza, esperando la continuación.
—Primero, tenemos la confirmación de que las reglas de la selección Gull tienen prioridad sobre ciertas reglas de seguridad. Eso nos da un margen de maniobra si sabemos cómo explotarlo.
Ella frunció el ceño.
—¿Prioridad sobre qué exactamente?
—Sobre todo lo relacionado con la organización de las Bases. Eso significa que si somos capaces de insertarnos en su lógica, podemos sortear ciertos bloqueos.
Jennel asintió lentamente.
—¿Y la segunda lección?
Alan se apoyó contra el respaldo del sofá, mirando al techo un instante antes de responder.
—Las IAs de las Bases, como Léa, están subordinadas a la del barco en órbita.
Esta vez, Jennel se enderezó.
—Eso es un problema.
Alan se encogió de hombros.
—Puede ser un problema, o una oportunidad. Todo depende de cómo lo explotemos. Por ahora, aún no sé qué hacer con ello.
Se instaló un silencio. Luego, Alan se volvió hacia Jennel.
—¿Y tú? ¿Cómo van las medidas de estabilidad de la Base?
Jennel se echó hacia atrás, sorprendida por la pregunta.
—Francamente... me parece tan secundario en comparación con lo que acabas de contar.
Alan frunció el ceño y se inclinó ligeramente hacia ella.
—No. En absoluto. Es tan importante como la búsqueda de los anillos, si no más. No podemos avanzar si la Base no se mantiene. ¿Qué has implementado?
Jennel dudó, luego suspiró antes de sentarse a su lado.
—De acuerdo, escucha. Para empezar, hemos organizado paseos por la montaña. No importa la condición física, todos pueden ir gracias a los nanites. Eso da un poco de aire, una impresión de libertad.
Alan asintió con la cabeza.
—Bien. ¿Y?
Ella esbozó una sonrisa.
—También hemos implementado sesiones explicativas sobre el funcionamiento de los sistemas vitales de la Base. Léa nos ayuda haciéndolo más ameno. Hay demostraciones, intercambios, y eso tranquiliza a la gente sobre su futuro aquí.
Alan la miraba con renovada atención.
—Vas más lejos de lo que imaginaba.
Jennel tuvo una pequeña sonrisa.
—Eso no es todo. Hemos empezado a utilizar las grabaciones de los vuelos de las lanzaderas para proyectar hologramas en los sectores comunes e incluso en los slots. Eso permite a la gente ver algo más que estas paredes. El mar, las montañas, las ciudades desaparecidas...
Alan la observó con un destello de orgullo en la mirada.
—Es genial, Jennel.
Ella se encogió de hombros.
—También estamos pensando en crear grupos de actividades para evitar el aislamiento. Pero eso aún está en proceso.
Alan puso una mano sobre la suya.
—Estás haciendo un trabajo increíble. No se puede construir un futuro sin dar sentido al presente.
Jennel, conmovida por el entusiasmo sincero de Alan, se acercó ligeramente a él. Su intercambio cambió imperceptiblemente de tono.
—Sabes, en lo que me he convertido... es surrealista —murmuró.
Alan la miró atentamente.
—¿Qué quieres decir?
Ella inspiró profundamente, buscando sus palabras.
—He cambiado hasta el punto de que, a veces, me pregunto si todo esto es real. Si este mundo no es solo... una simulación, una ilusión creada para mantenernos aquí. ¿Y si todo esto... si nosotros... no fuéramos más que fragmentos de otra cosa?
Alan se tomó su tiempo antes de responder.
—Estás cometiendo un error de razonamiento, Jennel.
Ella alzó los ojos hacia él.
—¿Cuál?
—Todavía distingues un 'antes' y un 'después'. La Ola, los nanites, los Gulls... ves todo eso como una ruptura, un colapso seguido de un despertar. Pero no es así como funciona la historia. No hay una realidad antigua y una nueva. Solo hay una secuencia de eventos. Este mundo no es una ilusión. Es la continuación lógica de lo que lo precedió.
Jennel bajó los ojos, pensativa.
—Entonces... no hay un despertar posible.
Alan negó con la cabeza.
— Ni para esperar, ni para temer.
Guardó silencio un instante, y luego se dejó ir contra él, apoyando la cabeza sobre su hombro.
— Entonces habrá que sobrellevarlo.
Alan sonrió suavemente.
— Sí. Y lo haces mejor que nadie.
Así se quedaron un momento, en silencio, dos Supervivientes de un mundo que seguía reinventándose ante sus ojos.
Aquella mañana, reinaba un frío intenso en la Base, y los Supervivientes preferían quedarse resguardados en sus slots. Los proyectores holográficos difundían programas variados para ocupar la mente: imágenes detalladas de las plantas extraterrestres cultivadas en los jardines de la Base, secuencias impresionantes de las lanzaderas sobrevolando las montañas del Altái, filmadas durante las últimas misiones. La atmósfera era tranquila, casi inmóvil por el frío cortante que se infiltraba a pesar del sistema de regulación térmica de la ciudad.
Una silueta apareció en la entrada del primer piso de la torre central. Una mujer, alta y atlética, avanzaba con paso seguro. Su cabello rubio estaba trenzado de forma práctica, y su mirada clara recorría el espacio con una concentración casi militar. Llevaba un atuendo sobrio pero funcional, una mezcla de ropa de expedición y adaptaciones hechas en el lugar, sin adornos innecesarios.