Alan invitó a Awa y Thabo a sentarse alrededor de una mesa, tomando él mismo asiento junto a Jennel. El silencio inicial se rompió con una bienvenida por parte de Alan, que los animó a mantener un intercambio abierto y constructivo.
Thabo esbozó una leve sonrisa irónica y soltó con voz seca:
—Imagino que nuestra acogida podría haber sido más cálida. Pero nos las arreglaremos.
Alan no reaccionó a la pulla, limitándose a una mirada mesurada.
Awa, más serena, observó a Jennel con atención antes de preguntar:
—¿Eres una Vidente?
Jennel inclinó ligeramente la cabeza.
—Sí —respondió simplemente, sin rodeos.
Thabo cruzó los brazos y adoptó un tono más grave:
—Estamos aquí en paz y nos ponemos en tus manos, Alan. No tenemos otra intención que comprender mejor lo que está ocurriendo. Quizá podamos intercambiar información útil para todos.
Alan asintió.
—Eso también espero.
Awa tomó el relevo:
—Al reactivar la Base del Altái, reanudaste la Selección. Se la consideraba caduca.
Alan arqueó las cejas, visiblemente sorprendido.
—¿Cómo que caduca?
Posó la mirada en Awa, tratando de captar el trasfondo de su afirmación. Awa intercambió una mirada con Thabo antes de responder.
Inspiró hondo y entrelazó las manos frente a ella antes de comenzar su relato.
—Mucho antes de su llegada, las Bases no estaban en competición. La Selección existía, sí, pero no era más que una idea lejana, un concepto más que una realidad. Yo fui la primera en activar una Base, la de Comoé, en Costa de Marfil. Poco después, una mujer mongola llamada Enkhjargal activó la Base del Altái. Establecimos contacto rápidamente y desarrollamos buenas relaciones.
Alan escuchaba con atención, grabando cada detalle en su memoria.
—En ese entonces —continuó Awa— los intercambios eran cordiales. Compartíamos información, recursos. No había hostilidad ni sospechas. Luego vino la tercera activación: la Base de Canadá, en Banff. También allí, las relaciones fueron inicialmente positivas. Pero...
Lanzó una breve mirada a Thabo, que permanecía impasible, y prosiguió:
—Thabo llegó, y fuimos cuatro. Por primera vez, la noción de Selección cobró forma real en nuestras mentes. Hasta entonces, primaba la colaboración, e incluso habíamos desactivado nuestros campos de repulsión para favorecer los intercambios.
Alan anotó mentalmente esa información. Desactivar los campos de repulsión podía parecer una buena idea… salvo por la inevitable naturaleza humana.
—Yo mantuve el mío —precisó Thabo con voz tranquila—. No me fiaba.
Awa asintió.
—Y tenías razón. Porque Brian, el Elegido de Banff, rompió ese equilibrio. Militarizó a su población, aprovechando los arsenales abandonados del ejército estadounidense. Luego lanzó el ataque. Envió a sus tropas contra la Base del Altái. Fue una masacre.
Jennel apretó los labios, percibiendo la emoción que empezaba a filtrarse en la voz de Awa.
—Enkhjargal murió —continuó Awa tras un breve silencio—. La Base sufrió daños considerables, especialmente en la IA. Pero, sobre todo, el anillo se volvió inaccesible. Éramos cuatro… y volvimos a ser tres. Como la Selección requiere siete anillos, quedó sin efecto. Entonces renunciamos. Se acabaron las alianzas, se acabó el proyecto. Cada uno trató de sobrevivir por su cuenta.
Se enderezó y clavó la mirada en la de Alan.
—Hasta que llegaste. Tú despertaste el Altái, Alan. Y con él, la Selección.
Alan inspiró profundamente. Su mente hervía. Comprendía ahora que su mera presencia había alterado el equilibrio. ¿Pero era eso bueno o malo?
Awa lanzó una mirada significativa a Thabo antes de concluir:
—La alianza entre Thabo y yo se forjó en un contexto en el que la Selección era impensable. La identidad de los Elegidos ya no importaba. Simplemente nos apoyamos para sobrevivir, no para jugar a este juego impuesto por los Gulls. Pero hoy, aunque la Selección resurja, esa alianza sigue en pie.
Thabo asintió con la cabeza, aprobando.
—Y estoy dispuesto a devolverle el anillo si ella así lo desea —declaró con calma.
Jennel arqueó una ceja, intrigada por ese cambio repentino. Awa no se inmutó, su mirada seguía fija en Alan.
—Pero antes de llegar a eso —retomó Thabo, dirigiéndose directamente a él—, hay algo que nos gustaría entender. ¿Cómo conoces la ubicación de las otras Bases?
Awa añadió enseguida:
—¿Y cómo reactivaste una Base que estaba destruida?
Alan se lo esperaba. Se tomó un momento para formular su respuesta, pesando cuidadosamente sus palabras.
—Voy a ser honesto con ustedes —respondió con voz serena—. Los emplazamientos de las Bases me fueron proporcionados por una fuente que no puedo identificar con certeza. Todo lo que sé es que, en mi momento más bajo, en un desierto, alguien me dio esa información y la posibilidad de venir aquí.
Thabo no ocultó su escepticismo.
—¿No sabes quién fue?
—No —admitió Alan sin rodeos.
Se hizo un silencio. Awa, siempre impasible, analizaba cada palabra.
—¿Y sobre la Base del Altái? —insistió.
Alan cruzó los brazos y apoyó los codos sobre la mesa.
—No la reactivé. El domo fue reiniciado, pero no la Base como tal. Es una distinción importante. Simplemente obligué a su IA a conectarse con la del nave en órbita. Fue a través de ese vínculo que logré tomar el control.
Awa y Thabo intercambiaron una mirada breve, un destello de preocupación y reflexión pasando entre ambos.
—La nave... —murmuró Awa.
Thabo frunció ligeramente el ceño.
—Lo que significa que, potencialmente, cualquier IA puede ser influenciada por esa nave.
Alan inclinó levemente la cabeza.
—Exactamente. Y eso es lo que más debería preocuparles.
El silencio volvió a caer, más pesado que nunca.
Alan cruzó los brazos, observando a Awa y Thabo por turno.
—Ese vínculo con la nave puede ser una amenaza, pero también podría ser una oportunidad.
Thabo alzó una ceja, desconfiado.
—¿Una oportunidad? ¿De qué estás hablando?
Jennel intervino sin dudar:
—Por ejemplo, para impedir el debilitamiento del campo anti-nanites.
Awa asintió lentamente, dejando que la idea germinara en su mente.
—O para prescindir de los siete anillos —añadió Jennel.
Alan suspiró.
—Queda por saber cómo.
Thabo cruzó los brazos, su mirada endureciéndose.
—¿Y si no es posible? ¿Si estamos atrapados por estas reglas y no existe escapatoria alguna?
Se hizo un silencio en torno a la mesa. Todos buscaban una respuesta, pero nadie tenía aún una solución clara.
Fue entonces cuando Jennel, con un aire falsamente inocente, se enderezó ligeramente.
—Cuando era niña, tenía un libro de cuentos.
Alan giró lentamente la cabeza hacia ella, intrigado.
—¿Un libro de cuentos?
Jennel asintió.
—Sí, un regalo de cumpleaños. Había una historia de África Oriental que me gustaba especialmente, se llamaba La hiena y la miel…
Todos la miraron, perplejos.
Jennel esbozó una sonrisa y empezó a contar el cuento.