Brian estaba muerto. La Base de Banff ya no tenía un Elegido. Su desactivación era, por tanto, obligatoria. Sin embargo, Alan aún podía ordenar a Aquiles que mantuviera activo el campo anti-nanites, ya que este no se veía afectado por el proceso, a diferencia de los otros sistemas.
Alan abrió un canal seguro y contactó con Thabo.
—Misión cumplida. El anillo de la Base de Banff ya está disponible.
Hubo un silencio breve, luego la voz de Thabo se alzó, cargada de una satisfacción contenida:
—Felicidades, Alan. Fue un movimiento arriesgado, pero lo lograste. Ese símbolo, ese anillo, permitirá que la gente vuelva a vivir allí.
—¿Cómo piensas llegar hasta allá? —preguntó Alan.
—Iré con un grupo reducido. Mejor evitar demasiada visibilidad al principio. Pero una vez retirado el anillo, no será más que cuestión de minutos para que la Base renazca.
Alan asintió lentamente.
—Sé prudente. El equilibrio allí es frágil, y la calma apenas se sostiene.
Thabo soltó una risa grave.
—Lo sé. Pero confío en que sepamos aprovechar lo que tú has logrado imponer desde allá arriba.
Alan cerró la comunicación y luego llamó a Léa.
—¿Cuál es la situación del equipo de Mehmet?
La voz sintética de Léa respondió casi de inmediato:
—Exfiltración en curso. Ningún herido grave. Solo un esguince leve en András, pero el equipo se encuentra en buen estado.
Alan relajó los hombros.
—Perfecto. Asegúrate de que regresen sin incidentes.
Léa confirmó, y la comunicación se cortó.
Alan dejó que su mirada se perdiera un instante en el espacio visible a través de una de las proyecciones holográficas de la nave. Todo avanzaba según lo previsto.
En Banff, la desesperación se había apoderado de la ciudad. Privada de sus sistemas de apoyo, la población oscilaba entre la ira y la resignación. Las provisiones eran escasas, el agua estaba racionada y la falta de protección contra los elementos comenzaba a minar los ánimos. En las calles, algunos murmuraban plegarias en silencio, otros seguían buscando culpables.
Antiguos oficiales —los que no habían estado demasiado implicados en las maniobras de Brian— intentaban restablecer un mínimo de orden. Reunían a los grupos dispersos, repartían los pocos recursos disponibles e intentaban evitar que el pánico derivara en violencia abierta. Pero el equilibrio era delicado.
El ejecutor de Brian había sido arrestado bajo un pretexto conveniente, acusado de traición. Era una forma de canalizar la frustración colectiva hacia otro chivo expiatorio. Muchos consideraban que había matado a Brian solo para ocultar su propia responsabilidad en el ataque a la Base asiática.
Un pequeño grupo, mejor organizado, intentaba reunir a la población en la plaza central, buscando una forma de avanzar.
Entonces, un rumor recorrió a la multitud.
Una nave se acercaba.
La inquietud creció de inmediato. ¿Una nueva catástrofe? ¿Un castigo final? Las siluetas se congregaron alrededor de la plaza, con los ojos fijos en el cielo, expectantes.
Cuando la nave aterrizó fuera de la Base, cayó sobre la multitud un silencio sepulcral.
Los más temerosos intercambiaban murmullos nerviosos, algunos susurraban que esa llegada no presagiaba nada bueno. Otros, más pragmáticos, mantenían una postura rígida, listos para adaptarse a lo que viniera.
Cuando la rampa se abrió y reveló a Thabo y sus acompañantes, un escalofrío recorrió a los presentes. Una delegación africana. No era lo que esperaban. Se cruzaron miradas de duda; algunos observaban a Thabo con recelo, otros con una chispa de esperanza, como si la llegada de un forastero pudiera significar una oportunidad inesperada.
Thabo descendió con paso firme, su mirada abarcando a la multitud. No había arrogancia ni desafío en su actitud, solo la determinación serena de quien sabe que camina sobre terreno frágil. Detrás de él, sus acompañantes le seguían con la misma serenidad medida, acentuando lo inusual de su presencia.
Se detuvo en el centro de la plaza y alzó lentamente las manos, buscando calmar la tensión palpable.
—Habéis perdido a un Elegido. Vengo a ofreceros otro.
Un silencio denso se extendió por la plaza.
Thabo continuó:
—Pero yo no soy Brian. No habrá Selección.
Se alzaron algunos murmullos entre la multitud.
—Solo tengo dos anillos. Mi aliado Alan posee cuatro. Pero eso ya no importa. Lo que importa es que reactivemos esta Base y recuperemos el control de nuestro futuro.
Respiró hondo antes de añadir:
—Os propongo organizar una votación. Si aceptáis, tomaré el anillo y pondré nuevamente en marcha la Base. Pero es vuestra decisión.
La verdad era que no tenían elección. Sin un Elegido, estaban condenados.
La votación fue rápida. Thabo ganó de forma contundente.
Sin esperar, se dirigió al domo donde reposaba el anillo. Cuando lo tomó, un zumbido eléctrico recorrió la estructura de la Base.
Los sistemas de soporte vital se reactivaron.
Alan avanzaba lentamente por el gran vestíbulo de la nave. Sus pasos resonaban débilmente sobre el suelo liso mientras se dirigía a Aquiles.
—Mi Alianza controla los siete anillos y las siete Bases. Vamos a formar una tripulación óptima. La Selección modificada ha sido un éxito.
Hizo una pausa y luego añadió:
—Anuncio oficialmente que asumo el mando de la nave, respetando los objetivos de la misión.
Siguió un silencio. Aquiles tardó varios segundos en responder. Finalmente, declaró:
—Autoridad reconocida.
Alan inspiró hondo. Ya estaba hecho.
—Primera orden: transferencia del control de todas las Bases operativas a Léa.
—Ejecución en curso.
—Segunda: recalcular de inmediato la reducción de los campos anti-nanites a trece siglos.
—Parámetros ajustados.
—Tercera: acceso autorizado a la nave para toda lanzadera bajo mi autorización directa.