El Mundo de Jennel : 3 - El Alte

Capítulo 2 - Primera Victoria

Las sesiones de hipnoenseñanza se sucedían, proporcionando conocimientos que iban desde la descripción del complejo Gull hasta las capacidades de los cruceros que debían pilotar. Algunas eran específicas, especializadas para miembros concretos de la tripulación. Así, Alan recibió información sobre diversas estrategias de combate empleadas por los mercenarios, así como sobre las tácticas conocidas de los Arwiens.

El problema era que las enseñanzas solo se activaban mediante una necesidad inmediata o preguntas interiores muy precisas. En otras palabras, a menudo uno ignoraba lo que ya sabía. Era necesaria una estimulación intelectual para hacer surgir ese conocimiento. No había inconveniente si se trataba de encontrar un camino o identificar un objeto. Pero para elaborar una estrategia, el proceso era mucho más delicado. Jennel y Alan trabajaban juntos en ese punto con un éxito relativo.

Esa noche, la víspera de su traslado a su nave, Alan se hacía preguntas sin respuesta. Se sentó frente a Jennel y, con tono pensativo, dijo:

—Esta guerra lleva cuarenta y dos años.

Jennel alzó una ceja.

—Es mucho y poco a la vez...

—Empezó después de una gran batalla que desangró a ambos bandos, especialmente a los Gulls.

Jennel asintió.

—Se volvieron tan escasos que tuvieron que organizar las Selecciones para conseguir combatientes.

Alan cruzó los brazos y fijó la mirada en un punto invisible frente a él.

—He revisado los números. El número de mercenarios disminuye con el tiempo, mientras que las estimaciones sobre los Arwiens parecen constantes.

Jennel frunció el ceño, pensativa.

—Hay una anomalía.

Alan giró la cabeza hacia ella, esperando la continuación.

—Según los Gulls, los Arwiens poseen una especie de Imperio, que traducen como Imperium en nuestra lengua. Contaría con decenas de planetas, tal vez más. Lo que les da recursos industriales y humanos gigantescos.

Alan asintió lentamente.

—Entonces... deberían haber ganado esta guerra hace tiempo.

Jennel suspiró.

—Sí, eso creo.

Alan se pasó una mano por el rostro, pensativo.

—¿Cómo podemos combatir eficazmente contra un enemigo cuyo potencial ni siquiera comprendemos?

Jennel se encogió de hombros.

—Podríamos preguntarle a Bulle.

Alan alzó la mirada. Bulle estaba frente a la puerta, inmóvil, esperando a que Alan o los Gulls requirieran sus servicios.

Con voz firme, Alan lo llamó:

—Bulle.

—Sí, Comandante.

Alan cruzó los brazos y esbozó una leve sonrisa.

—Tengo una pequeña pregunta muy simple: ¿por qué los Arwiens no han ganado ya la guerra?

Bulle respondió de inmediato, sin la menor vacilación:

—Porque no pueden.

Alan alzó una ceja, sorprendido.

—¿No tienen suficiente poder económico para hacerlo?

—No conozco su poder real.

Alan se irguió, intrigado.

—¿Alguien lo conoce?

—No dispongo de esa información.

Alan reflexionó un momento, luego preguntó:

—¿Podemos reunirnos con un Gull para hacerle la pregunta?

—Demasiado pronto —respondió Bulle, sin más explicaciones.

Jennel frunció el ceño y tomó la palabra:

—Bulle, teniendo en cuenta la evolución del número de mercenarios disponibles y suponiendo que el poder de los Arwiens se mantiene constante, ¿en cuántos años terrestres los Gulls tendrán que volver a combatir directamente y, después, perderán la guerra?

—Nueve y doce años, con un margen de error de un año —respondió Bulle sin demora.

Alan intercambió una mirada con Jennel y luego asintió lentamente con la cabeza.

—Gracias, Bulle. Puedes retirarte.

La interfaz obedeció sin decir una palabra y abandonó la sala. Jennel suspiró.

—Esta guerra no tiene ningún sentido, Alan.

Alan fijó la vista un momento en la puerta antes de responder, pensativo:

—O quizá… somos nosotros los que no lo vemos.

La mega-lanzadera, esta vez con paredes transparentes, transportó a los tripulantes hasta el astro-puerto militar de los Gulls.
La inmensa estructura se imponía en el espacio como un anillo colosal que rodeaba una esfera central maciza, conectada a ella mediante innumerables pasarelas y módulos. El anillo exterior, salpicado de bahías de atraque, parecía diseñado para albergar un número vertiginoso de naves, desde cruceros de guerra hasta pequeñas unidades de patrulla. La estructura irradiaba una luz artificial que proyectaba reflejos dorados y metálicos, mientras señales luminosas marcaban rutas específicas para las naves que se aproximaban.

Alan y Jennel observaban en silencio, impresionados por la magnitud del espaciopuerto. Estaba concebido para la guerra, para coordinar campañas militares de una envergadura inimaginable. Y, sin embargo, parecía casi... vacío.

Alan murmuró:

—Casi se diría que todas las naves están en campaña...
Jennel, aún fascinada por el tamaño de las instalaciones, asintió distraída.
—Es impresionante, sí…

Alan negó con la cabeza y precisó:

—Pero en realidad no es así. No hay suficientes mercenarios ni para llenar la mitad de esto.

Jennel parpadeó, comprendiendo la magnitud del problema.
—Entonces, ¿por qué semejante despliegue si la mitad de las bahías están vacías?

Alan se encogió de hombros antes de responder con tono pensativo:
—Quizá ya no les quedan suficientes naves.

Fueron desembarcados de diez en diez sobre una inmensa plataforma conectada a las bahías, donde esperaban sesenta cruceros de batalla. Todos conocían ya la disposición del lugar, el acceso a sus respectivas naves y la sala de control a la que debía dirigirse cada tripulación.

Cada uno halló su puesto sin vacilar, como si la información asimilada por hipnoenseñanza guiara sus gestos con una fluidez natural. Solo al sentarse frente a su consola luminosa, ajustando los mandos y observando las interfaces holográficas interactivas, tomaron plena conciencia de dónde estaban. La magnitud de su nueva realidad los golpeó entonces: ya no eran refugiados supervivientes, sino miembros de una tripulación interestelar, comprometidos en una guerra cuyos verdaderos alcances aún ignoraban.




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