Jennel descendió de la plataforma rocosa que le había servido de nave temporal. Sentía las piernas frágiles tras la prueba del Gran Cataclismo, y tardó unos segundos en recuperar el equilibrio. Sin embargo, mientras avanzaba con cautela, se dio cuenta de que seguían produciéndose modificaciones a su alrededor. Sutiles, casi imperceptibles, pero reales.
El suelo bajo sus pies nunca estaba completamente firme. Algunas rocas parecían disolverse en arena justo al pisarlas, otras se endurecían al instante como si siempre hubieran estado allí. Sintió que el sendero mismo cambiaba, su trazado fluctuando a medida que ella avanzaba, como si la realidad aún dudara entre varias formas posibles.
Pero al fin, divisó el falso río que conocía. El flujo espectral de energía temporal parecía intacto, y eso le produjo un extraño alivio.
Fue al alzar la vista cuando comprendió que la Ciudad ya no era la misma.
La había dejado desierta, congelada en un silencio irreal. Pero ahora, bullía de una actividad febril. Siluetas se movían, deslizándose sobre las corrientes luminosas, apareciendo y desapareciendo en destellos de colores vibrantes.
Los Precursores.
Estaban allí, en todo su esplendor. Iban y venían en una danza armoniosa, un ballet centelleante donde cada movimiento parecía seguir un ritmo invisible, una pulsación propia de la misma trama del tiempo.
Jennel se detuvo en seco, fascinada por el espectáculo.
Un baile de dragones, pensó.
Eran magníficos, majestuosos, pero no sentía miedo. Era extraño, como si su mente hubiese superado el umbral donde el temor tenía sentido. Los acontecimientos que acababa de atravesar habían embotado toda forma de pánico o aprehensión.
Entonces, una idea cruzó su mente: Ami.
¿El Gran Cataclismo también lo habría disuelto en el flujo del tiempo?
Abrió la boca para llamar a su compañero inmaterial, pero su voz resonó inútilmente en la inmensidad.
Entonces, una respuesta se deslizó suavemente en su mente:
—Estoy aquí.
Jennel exhaló con alivio.
—¿Dónde estabas?
—En contacto con los Precursores. Están… sorprendidos.
Jennel arqueó una ceja.
—¿Sorprendidos?
—Eres la primera criatura material de otro mundo en poner pie en Ieya… en este flujo del tiempo. Y yo soy la primera manifestación energética en ascender por este Camino. Están descubriendo.
Jennel desvió la mirada hacia las siluetas radiantes que giraban lentamente a su alrededor. Comprendió entonces que su ballet se había organizado en torno a ella.
La estaban observando.
No con hostilidad. Con curiosidad.
Giraban, danzaban, rozaban el aire como llamas irisadas, creando patrones hipnóticos. Por primera vez, percibían lo que era un Pensador.
Jennel sintió su corazón acelerarse.
Ese encuentro no sería banal. No solo para ella, sino también para ellos.
Para su futuro. O sus futuros.
Intentó escuchar su comunicación. Pequeños rugidos amortiguados, silbidos modulados que resonaban en el espacio, como una lengua antigua que hubiera olvidado cómo fijarse en palabras.
Sonrió sin darse cuenta. Un escalofrío de entusiasmo la recorrió, una emoción súbita que borró toda fatiga.
—Vocaliza tu nombre, Dama Jennel de Sol.
Jennel parpadeó.
—¿Por qué “Dama”? —preguntó en voz baja.
—Es mejor así.
Ami no añadió más.
Jennel dudó un instante, pero aceptó.
Inspiró profundamente y pronunció con claridad:
—Dama Jennel de Sol.
Los Precursores se detuvieron brevemente, y un murmullo de energía recorrió el aire a su alrededor. Una onda de luz serpenteó entre ellos, como una aceptación silenciosa.
Entonces Ami le susurró una nueva instrucción:
—Escribe tu nombre.
Jennel se estremeció.
—¿Dónde? ¿Cómo?
Las luces se apartaron ante ella. Un puente, hecho de energía solidificada, se alzaba sobre el flujo espectral del río temporal.
Un Precursor avanzó, trazando una línea incandescente con una lanza de energía.
Ami susurró en su mente:
—Visualízalo.
Jennel cerró los ojos un instante y luego los abrió.
Con una estela de luz, el Precursor grabó sobre un pilar del puente:
Dama Jennel de Sol.
Jennel contempló las letras incandescentes, suspendida entre la incredulidad y el vértigo.
Sintió un escalofrío al darse cuenta de lo que acababa de hacer.
Así como en los antiguos archivos...
Así como en la Historia.
Jennel abandonó la Ciudad siguiendo las instrucciones de Ami. Los senderos y pasajes que tomaba no le resultaban familiares. También allí cambiaban constantemente.
Caminó durante varias horas por el desierto en las primeras horas del día. El amanecer era fresco, y el trayecto no le pareció demasiado largo. Finalmente, llegó al lugar donde, en el futuro, estaría la nave.
Jennel sintió que el vértigo del traslado temporal se disipaba, y que la realidad se estabilizaba a su alrededor. El aire era abrasador, inmóvil. El horizonte temblaba bajo el efecto del calor. Ieya seguía siendo un desierto.
Parpadeó, ajustando su vista a la luz cruda. Nada.
No había nave. Solo una vasta extensión de arena ocre y dunas inmóviles bajo un cielo metálico. Una sensación extraña de ausencia. Como si algo debiera estar allí, pero no lo estaba.
Una decepción brutal se apoderó de ella.
—No hay nada, Ami.
El Pensador no respondió de inmediato.
—Imposible. Punto de emergencia de transferencia exacto.
Jennel apretó los puños. Había aceptado ese increíble viaje en el tiempo, atravesado realidades cambiantes, soportado el Gran Cataclismo… ¿para llegar frente a un desierto vacío?
Entonces, de pronto, una detonación rompió el silencio del tiempo.
Un bang supersónico.
Un instante después, un haz de energía roja surcó la atmósfera, una bola de fuego estalló en el cielo y una estela negra desgarró el horizonte. Un objeto cruzaba a velocidad vertiginosa, dejando tras de sí una columna de humo en espiral.