El Mundo de Jennel : 4 - Dama Jennel

Capítulo 5 - La Nave Inicial

Jennel pensó que, a ese ritmo, los viajes en el tiempo acabarían por parecerle algo banal. Se esforzaba por calmar el vértigo que aún la invadía, anclando sus pies al suelo para no ceder a esa sensación de ingravidez. El aire parecía inmutable, igual de árido que siempre.

Reemprendió el camino hacia las torres de roca, cuyas siluetas se recortaban en el horizonte, familiares y sin embargo extrañamente distantes.
Ami no se encontraba en buena forma. Su voz interior, habitualmente constante, se volvía escasa, débil, y sus frases habían recuperado aquel tono conciso y enigmático.

Jennel aceleró el paso, impulsada por las nanitas que sostenían su resistencia. Su cuerpo fatigado obedecía de forma mecánica, pero su mente no cesaba de agitarse. Había cumplido su misión. La Nave Inicial estaba atrapada en la resonancia de Ieya, condenada a su propia destrucción en un futuro donde Alan la esperaba.
Pero el agua seguía siendo un problema.

La sed la torturaba más que nunca, y sus reservas estaban agotadas. Apretó los dientes, intentando ignorar el ardor seco en su garganta.

¿Y la cápsula?

Ya debería haberla divisado. Debería estar cerca de las torres, justo donde la había dejado antes de su viaje temporal. Y sin embargo, nada. Ni rastro del aparato.
La inquietud se deslizó en su mente. No era normal.
¿Había “resbalado”, como decía Ami? ¿Había regresado por una senda temporal distinta?

Ami respondió con dificultad, su voz más tenue que nunca:
—No resbalado. Ir Ciudad.

Jennel apretó los puños. No le gustaba nada aquello.
Las bajadas naturales hacia la Ciudad Perdida se abrían ante ella, pero notó que algunos pasajes le resultaban levemente distintos. Nada evidente, sólo una impresión persistente de desajuste.

Aceleró el paso y por fin alcanzó la Ciudad. Pero ya no tenía nada de la vibrante agitación que había conocido.
Los Precursores habían desaparecido.

No había más danzas centelleantes, ni desplazamientos etéreos entre arcos y torres de energía cristalizada. No quedaban rugidos suaves, ni silbidos modulados.

Jennel sintió cómo un vacío opresivo se cerraba en torno a ella.
Incluso Ami guardaba completo silencio.

Avanzó con cautela, cada paso resonando sobre losas mudas.
Entonces, una voz se coló en su mente.

No era Ami.

—Permanecer interior. Cerca puente.

Jennel se detuvo en seco, el corazón desbocado. ¿Quién hablaba?
Intentó una pregunta:

—¿Por qué? ¿Quién eres?

Ninguna respuesta.

Inspiró hondo y se puso en marcha hacia el puente. Lo encontró sin dificultad: su recuerdo del momento en que dejó allí su nombre estaba aún muy presente.

Una idea cruzó su mente.

¿Y si su nombre seguía allí?

Se acercó al pilar, pasó una mano vacilante. Nada a simple vista. Pero al tocarlo, una luz se grabó lentamente en la piedra:

“Dama Jennel de Sol.”

No lo había soñado. Todo aquello había ocurrido realmente.
Pero… ¿dónde estaban los Precursores?

¿Y por qué Ami seguía callado?

Un mal presentimiento la invadió, pero no tenía elección. Debía esperar.
Entró en una pequeña sala abovedada junto al puente, donde un delgado hilo de agua corría por la roca.

Un tesoro.

Cayó de rodillas y bebió largo rato, saboreando cada gota. El agua fresca descendía por su garganta como un bálsamo milagroso.

Su corazón recuperaba un ritmo más sereno, su aliento se apaciguaba.
Jennel se apoyó contra el muro y cerró los ojos un instante.

Esperaría.

El tiempo se estiró en un silencio casi irreal.
Jennel, acurrucada contra la pared de piedra, luchó unos instantes contra el sueño antes de rendirse. El cansancio, implacable, pesaba sobre sus párpados, infiltrándose en cada fibra de su ser. Incluso sus nanitas, normalmente capaces de prolongar su resistencia, parecían sobrepasadas por el agotamiento acumulado.

Cayó en un sueño profundo.

El murmullo del agua, el susurro lejano del viento en las galerías rocosas… todo componía una nana extraña pero reconfortante.

Hasta que un ruido ajeno rompió la armonía.

Pasos.
Un sonido claro, definido, que resonaba contra las losas exteriores.

Jennel abrió bruscamente los ojos, su cuerpo tenso como una cuerda. Imposible. Estaba sola, lo había estado desde su regreso a esa época inestable.

¿Entonces quién caminaba ahí fuera?

Se incorporó con cautela, el corazón golpeando cada vez más fuerte. No era un Precursor. Ellos se deslizaban por el aire, sus desplazamientos no estaban marcados por el peso de un paso.
Se dirigió hacia la salida, dudó un instante… y luego se contuvo.

Mejor era permanecer oculta.

Se refugió detrás de un pilar, dejando justo el espacio necesario para observar sin ser vista.

Y lo que vio le cortó la respiración en un jadeo mudo.

Un Precursor flotaba sobre el flujo temporal.
Su forma luminosa oscilaba suavemente en la penumbra, rodeada de ondas energéticas que ondulaban como halos vivos.

Pero no estaba solo.

Alguien lo seguía.

Ella lo seguía.

Jennel sofocó un grito a duras penas.

Su propio rostro, su propia silueta, avanzaba tras el Precursor.

El corazón estuvo a punto de detenerse.
Estaba viendo una versión de sí misma, más decidida, más concentrada, que caminaba sin vacilar hacia la sala de los pilares.

El impacto la hizo apartar la vista. Cerró los ojos un instante, buscando una explicación racional: había llegado antes de su propia partida.

El Precursor no había sido lo bastante preciso.
El bucle temporal se había cerrado sobre sí mismo, dejándola fuera de su propia trayectoria.

Contuvo la respiración, esperando la continuación.
No podía ver la escena en la que su otro yo desaparecía a través del paso temporal, pero podía imaginársela con claridad.

Entonces, un susurro se deslizó en su mente.
—Me resulta difícil estar en varios lugares a la vez.




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