No estaba seguro de lo que ocurría. Sabía que los conocía a todos, pero no estaba seguro de dónde. Le dolía la cabeza y al mirar su mano, después de sobarla la vio llena de sangre... y ahora se enfrentaban a aquel demonio que los había encerrado durante días en las jaulas.
—Marco, ¿Estás bien? —preguntó uno de los jóvenes que se encontraba a su lado. Tenía cortes en los brazos y un golpe en el rostro.
—Sí, eso creo —respondió él un poco aturdido levantándose del suelo y el joven que le acompañaba le sonrió con alivio.
Los guardianes místicos iniciaron una ardua batalla que sacudían cielo y tierra. Destellos de luz iluminaban estrepitosamente el cielo como si de la misma guerra se tratase. Tenía miedo. Su hermana se encontraba entre ellos y no quería que resultara herida, pero su habilidad para manejar el poder de la esfera y mezclar los elementos y componentes de la tierra la hacían un guardián digno de admiración. Un digno rival. Gorbandolic estaba extasiado. Su sonrisa maligna no se borraba de sus labios y parecía disfrutar de aquella pequeña oponente más que de los demás guardianes
Un joven sacó de una hermosa esfera de luz que sostenía en sus manos un gigantesco fénix de fuego, que pasó volando con sus flamantes alas sobre ellos y barrió con muchos de los demonios que les rodeaban, pero gorbandolic seguía de pie, inmune a aquel fuego.
Su mente comenzó a aclararse. Adriana y su guardián místico estaban en el frente de aquella batalla. Recibían tantos golpes como los daban. Era demasiado hábil y ágil.
Gorbandolic comenzaba a impacientarse, ya se había dado cuenta de la desventaja de su oponente. De todos los guardianes, solo aquella niña era quien podía controlar por completo el poder de la esfera. Los demás guardianes apenas se estaban acostumbrando y no podían utilizarlo a su antojo. Los guardianes místicos no podrían hacer nada si los demás guardianes no controlaban en su totalidad el poder de las esferas.
Adriana dio un paso al frente y sólo con un empujón que pareció querer darle al piso, la tierra se levantó en una ola y se tragó a Gorbandolic.
Todos se quedaron en silencio. Parecía que aquella batalla había terminado. Poco a poco los demás demonios comenzaron a retirarse con sus feas muecas,... ¿o eran sonrisas? Marco sintió que algo no andaba bien y lo que ocurrió le heló la sangre.
Unas garras emergieron del suelo y se aferraron a los tobillos de la pequeña Adriana, quien no tuvo tiempo de soltarse y como si se tratara de cualquier muñeco, Gorbandolic, tras dar un salto y emerger en su totalidad de la tierra la arrastró tras él y la utilizó como si fuera un látigo que estrellaba continuamente en el suelo y la sangre se esparcía por todas partes.
— ¡¡¡ADRIANAAA!!!
Transpiraba mientras reposaba en la tranquilidad de su casa. La imagen había quedado grabada en su mente.
Adriana estaba justo sentada al lado suyo mientras terminaba de pasar la película en la tele y comía crispetas.
— ¿Una pesadilla? —inquirió ella observándolo con sus hermosos y grandes ojos marrones—. Te quedaste dormido Marco, te perdiste la mejor parte.
Marco dirigió su mirada al televisor, quería olvidar aquel sueño tan horrible. Abrazó a su hermana en un impulso y se levantó. Debía distraer su mente si quería dejar de ver aquellas imágenes que se repetían en su cabeza. Aquella película de demonios le había producido tal psicosis que había soñado con aquellos abominables seres... de nuevo.
— ¿Por qué no mejor salimos a pasear? —inquirió Marco desperezándose y su pequeña hermana esbozó una hermosa sonrisa.
Estaba preocupado. No era la primera vez que se repetía aquel sueño.