El Mundo De Las Esferas. I parte.

2. LA EXCUSA PERFECTA.

Eran cerca de las dos de la tarde y aquel día había salido de clases bastante temprano. 

Las vacaciones acababan de comenzar, y aunque sabía que su padre no tenía nada preparado, como ocurría eventualmente desde la muerte de su madre, ese día, había decidido que esas vacaciones en especial haría algo agradable con sus amigos, que casualmente, se quedarían en la ciudad.

Estaba ilusionado. No podía evitar sonreír mientras caminaba rumbo a casa, y en ocasiones sentía que alguna que otra persona se le quedaba mirando. Tal vez parecía un idiota por sonreír demasiado, pero ese día el sentimiento era increíble para él. Todo iba a cambiar, fuera como fuera él se esforzaría por hacer posible ese cambio. Ya no quería vivir más en la monotonía en la que se habían acorralado desde que su madre falleció.

Al llegar a la esquina, una fuerte ventisca sacudió sus cabellos. Cerró los ojos un instante para evitar que el polvo entrara en ellos y tomó, como siempre lo hacía, la desviación que conducía a la calle donde vivía aquella tímida y adorable chica.

Héctor Ruiz, su mejor amigo, le había informado con picardía, que Gaviota estaba vendiendo algunas cosas en el jardín de su casa, desde tonterías sin sentido, hasta libros. Aquello le había dado la excusa perfecta. ¡Libros! Debían entregar para inicio del siguiente semestre, un ensayo acerca de algún libro. Tenían libertad de escoger el tema a su gusto, pero todos sabían que "libertad" para el profesor era, escoger un texto con no menos de trescientas páginas. 

Ir a la casa de Gaviota con la excusa perfecta era el mejor plan de aquel día. Por fin tendría la oportunidad de entablar conversación con ella y ahora que había dado fin a su relación... Ya antes lo había intentado, pero Gaviota era tan tímida, que el simple hecho de que un chico se acercara (sobre todo si ese chico era Marco), ella se sonrojaba por completo y se ocultaba tras lo primero que tuviera al alcance, o simplemente respondía con monosílabas, mientras infructuosamente evitaba el ponerse nerviosa o mirarlo de frente, eso sin mencionar los celos de su ahora ex-novia.

— ¡Lo sabía! —escuchó la voz de Héctor a sus espaldas y sintió rabia al no predecir que lo seguiría. Se dio la vuelta y con él se encontraba también Daniela que sonreía con descaro—. Ya sabía yo que ibas a venir con eso que te dije. Daniela, me debes 20 mil pesos.

—Aquí tienes —dijo ella sin dejar de sonreír—. A ver qué haces galán, porque me hiciste perder bastante esta vez.

—Pues entonces deberían dejar de apostar por lo que yo haga o deje de hacer —repuso él con pereza retomando su camino. De alguna forma sentía que tanta felicidad, comenzaba a escurrirle entre las manos, para perderse en los confines del par de amigos que arruinaban su mágico y bello momento—. ¿Qué no tienen nada mejor que hacer?

—Pues no —respondió Héctor siguiendo de cerca sus pasos—. Nos encanta vivir la vida como se le venga en gana.

—Oye Marco, han pasado tres años desde lo de tu madre y aún no entiendo algo —dijo pensativa Daniela pendiente de las reacciones que pudiera tener él.

—Dilo de una vez, sabes que no me gusta hablar de ese tema —respondió Marco con seriedad.

Daniela lo observó un instante como para darse cuenta que aún no era momento, guardó silencio y se detuvo obligando a los dos a hacer lo mismo.

—Mira Dani, lo que tengas que decir, sólo dilo. Ya sé que llevas tiempo masticando el mismo chicle.

— ¡Iughhh! ¡Qué asco, Daniela, por Dios! —exclamó Héctor.

—Es sólo una expresión, idiota —le aclaró Marco mirándole de reojo—. ¿Y entonces, de qué se trata? —inquirió con insistencia devolviéndole una seria mirada a Daniela y haciéndola sentir acorralada y nerviosa.

Ella titubeo un instante, dudó y luego se sacudió los nervios esbozando una amplia sonrisa.

—Es sólo una tontería. Es más, ya hasta se me olvidó. 

—Pero qué rayos...

— ¡Huy, qué tarde es! —lo interrumpió ella de inmediato fingiendo ver la hora en un reloj de pulsera que ni siquiera llevaba puesto. Los nervios la habían traicionado, pues había olvidado que siempre, tras salir del colegio, lo guardaba en el bolsillo-—. Tengo que hacer el almuerzo hoy ¡Nos vemos! —y tras decir esto, Daniela salió corriendo antes de que ellos pudieran hacer algo.

Héctor y Marco intercambiaron miradas de asombro y confusión.

— ¿En serio era una expresión? Porque nunca antes la había escuchado. Eso del chicle resulta asqueroso —apuntó Héctor que se había quedado de nuevo meditando sobre tonterías.

—Me la inventé, ¿de acuerdo? Así como voy a inventar una excusa para darte un punta pie en el...

—Estás de mal humor ─interrumpió Héctor sin dejarle terminar la oración.

—No, estoy muy feliz —respondió con sarcasmo Marco fingiendo sonreír.

— ¿En serio? —preguntó Héctor con inocencia haciendo que Marco soltara una sonora carcajada, a lo que él quedó más confundido—. Es que me cuesta tanto entenderte amigo. Eres raro.

—Sí, soy raro. Tanto que ni yo me entiendo muchas veces.

—En la vida uno jamás terminará de entenderse ─Héctor sonaba completamente convencido de ello.

—Héctor, el filósofo pensante.

— ¡Eso no es cierto! ¡Yo no filosofo! Ah, mira. Es la casa de tu futura nueva novia —dijo Héctor apenas aquella casa apareció ante ellos.

—No es, ni será mi novia, sólo quiero hablar con ella, ser su amigo —dijo Marco sin exaltarse acercándose al jardín donde habían dispuestas varias mesas con montones de cosas sobre ellas.  Pero no pudo evitar escuchar el murmullo que con sarcasmo su amigo soltó con un claro "Si, cómo no".

Marco se paseó entre las mesas seguido de Héctor que parecía aburrirse. Miraron entre las tantas cosas que había allí; objetos muy comunes y ordinarios que se escondían entre los más hermosos que opacaban su belleza física, porque muchos de esos pequeños ordinarios eran, cuando se les tenían entre las manos, aún más hermosos porque en ellos se despertaba cierto brillo y cierta belleza que solo pocos podían notar. Algunos tenían sonidos únicos e insuperables y otros se movían como el viento. Quedaron un momento distraídos, absortos en tanto misterio con tan maravillosas cosas que allí se encontraban. Un momento después, continuaron husmeando el lugar, los armarios, los estantes, las mesas.




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