No era una muy buena venta, a decir verdad, a los Castaño no les estaba yendo muy bien y eso les disgustaba. Llevaban tres días intentando vender sus cosas más viejas y abandonadas que estaban en perfecto estado y lo que era más viejo aún o estaba un poco acabado lo tenían en la parte de atrás, dentro del garaje. Tenían pocas esperanzas ya de vender algo más y la poca gente que se había acercado, lo habían hecho sólo para mirar o, peor aún, para llevarse algo sin pagar escondiéndolo entre sus ropas o en los bolsillos. Todo dependía del tamaño del objeto. Eso era, tal vez, lo que más los tenía disgustados.
Gaviota Castaño estaba allí; acababa de llegar del colegio para recibir otro cargamento de libros que procedía de la biblioteca de su mejor amiga y que se venderían a bajo precio. Al mirar alrededor, se dio cuenta que su hermano Tomás se había ido, seguramente con sus amigotes, y había dejado abandonado el lugar por quién sabe cuánto tiempo. Tomás nunca cambiaría.
Comenzó por acomodar las cajas de libros sobre una mesa que había libre en el jardín. Gaviota estaba segura que nadie intentaría llevárselos a escondidas como hacían con otras cosas, pues estaban tan gastados, que a muchos no se les veía título ni nada parecido en su portada, por lo viejos que se encontraban.
Despejó un sitio en la mesa para acomodar una caja más de libros. Al abrir la primera, sacó el primer libro que encontró a mano. Sus hojas estaban muy desgastadas y amarillentas. Eran tan delicadas que crujían cada vez que pasaba de página. "Al final de pasillo"-leyó Gaviota al encontrar en la segunda página el nombre del libro, lo apuntó en una tirilla de papel y lo pegó en la portada con un poco de cinta adhesiva. Por alguna razón este libro había llamado su atención. Le recordaba algo que había vivido años atrás. Lo separó de los demás. Lo conservaría para ella. Luego tomó otro libro y repitiendo el mismo procedimiento, encontró su título entre las páginas "A través del espejo" y anotándolo en otra tirilla de papel, la pegó en la portada. Así, poco a poco, fue acomodando cada libro, uno tras otro hasta llegar a los últimos tres libros que aguardaban en el fondo de la caja.
Sacó el primero de los tres últimos libros. Lo abrió, pasó una, dos, tres, cinco hojas seguidas en blanco hasta que por fin encontró el nombre de aquel libro, " La leyenda del amazonas". Lo ojeó un momento en el que se sintió atrapada por una extraña sensación de aturdimiento, como si el libro la hipnotizara. Se acercó más para verlo de cerca y pudo percibir un extraño olor a hierba, humedad y moho. Comenzó a arder en sus manos y saliendo de aquel ensimismamiento, soltó un grito y dejó caer a sus pies aquel extraño objeto que se cerró en el mismo instante en el que golpeó el piso, regresando a su estado inicial, con el aspecto de un inocente y viejo libro. Ya no estaba muy segura de dónde había salido, pues no recordaba haberlo recibido de su querida amiga. Un tanto temerosa, se armó de valor y lo recogió para meterlo de nuevo en la caja. Sacó los últimos dos libros. Uno de ellos parecía ser un libro de bolsillo, maltrecho y gastado, mientras que el otro, era enorme, gordo y pesado. Tanto que le costaba sostenerlo con una sola mano. Ninguno de esos libros le eran familiares.
El teléfono sonó sobresaltándola y sacándola de sus profundos pensamientos de manera brusca. Dejó los dos libros sobre la mesa y entró a su casa para contestarlo, dejando entreabierta la puerta para cuando volviera Tomás... o para sentirse más segura.
En aquel momento en el que gaviota entró a contestar el teléfono, un joven muchacho alto, de cabello castaño cobrizo y ojos color miel comenzó a deambular entre las mesas con otro joven de aspecto pulcro y cabellos desordenados y oscuros, no tan alto como el primero y no tan delgado, pero este segundo, tras seguir al primero unos minutos, se fue sin decir mucho.
Aquel joven era Marco, quien se acercó hasta la mesa en donde Gaviota había estado organizando los libros que habían llegado de la biblioteca. Eso sí era lo que a él más le gustaba: la lectura. Cualquier libro que no fueran los del colegio; sólo novelas, ficción, literatura fantástica, de misterio e incluso algunos de investigación científica, astronomía o fauna: aquellos libros eran los que llamaban realmente su atención, aunque se vieran viejos y gastados.
La edad de un libro no altera su contenido, ese era su lema favorito.
Apartada de todos los demás, había una caja con un sólo libro adentro, y al pie de ella sobre la mesa un par de libros más. Le llamó mucho la atención uno en especial: aquel exagerado en proporciones que logró sacarle de nuevo una buena sonrisa. Era tan grande, enorme y pesado que se preguntaba cuánto tiempo le podía tomar el leerlo por completo. Indudablemente apenas entraría en su maleta escolar. Su portada estaba curtida y apenas, casi perdidas por el desgaste, se veían las letras de su título sobre la superficie, brillando en un tono dorado.
— "Profecías, mitos y leyendas exóticas y perdidas del mundo entero" —leyó Marco mientras sostenía el libro entre sus manos—. Un título muy largo para un libro —pensó Marco en voz alta—, pero ahora comprendía que a eso, tal vez, se debía el tamaño exagerado de aquel libro, que por un momento, pensó que podría tratarse de alguna antigua guía telefónica.
En la parte inferior de la portada resaltaban unas diminutas letras plateadas y cursivas, e intentó leerlas, pero no tuvo mucho éxito. Parecía ser el nombre del autor del libro, pero eran tan raras que apenas si se podían entender.
— ¿Arango? —preguntó Gaviota al encontrar al joven frente a la mesa de los libros.
—Hola Gaviota —saludó un poco sorprendido Marco por su repentina presencia—. Dime Marco, como todos mis amigos, por favor —Gaviota se sonrojó y evitó su mirada—. Yo no te digo Castaño, dime Marco. Es más fácil —insistió.
No era un secreto en el colegio que Gaviota era la chica más tímida que se había conocido. Si cualquier muchacho se le acercaba, ella siempre se sonrojaba y aún más si se llamaba Marco Arango, pero el era tan terco y obstinado que apenas lo notaba. Gaviota se acercó a la mesa y tomó el libro que había separado para ella, echó una mirada al interior de la caja con preocupación. Aquel extraño libro continuaba en su interior. Miró entonces el libro que Marco llevaba entre sus manos y olvidándose de su timidez lo miró a él.