El Mundo De Las Esferas. I parte.

5. SHAOLIN.

Aquella mañana Marco salió temprano en su bicicleta rumbo al centro veterinario para recoger a Shaolín.  Estaba ansioso por tenerlo de nuevo en casa, más aún después del sermón que tuvo que aguantar de su padre poco antes de irse a su trabajo, y que sus amigos Héctor y Daniela le cancelaran planes por quinta vez desde que habían salido a vacaciones. 

Aquellas dos semanas le estaban dando un sabor amargo a su objetivo ideal de cambio.  Ahora sólo le quedaba continuar con su plan "Adriana retorna a casa", el cual consistía en convencerla de regresar... aunque intuía que eso tampoco iba a funcionar.  Aun así estaba satisfecho porque en la tarde del día anterior Manuel había recibido la llamada que Marco tanto esperaba.

Adriana lo había llamado para informarle que necesitaba que le hiciera llegar sus pijamas e implementos de aseo al campamento, ya que por alguna razón habían desaparecido de su maleta.

Manuel no tenía por qué adivinar de lo que se trataba.  Marco era el responsable y era aquella la oportunidad que él estaba esperando para ir con su hermanita. 

Desde un comienzo a Marco no le había agradado la idea de dejar ir a su hermana a ningún campamento.  Adoraba a su hermana, y aunque algunas veces la molestara, lo que más le gustaba a Marco era hacerla sonreír, pues desde la trágica muerte de su madre, eran pocas las veces en las que ella sonreía.  Incluso para él, aquel instante era difícil de borrar.

Habían pasado cinco años desde aquel día en el que, en sus últimas vacaciones con su familia, Marco, sus hermanos y sus padres habían viajado a San Francisco junto a su tío Eduardo y su esposa Erika.  Sin embargo, en su segundo día visitando aquel lugar, Mónica y Erika habían decidido retirar dinero del banco para visitar algún sitio, pues por alguna extraña razón, sus tarjetas no funcionaban.  Adriana estaba ansiosa por comer caramelos y se había pasado toda la mañana pidiéndolos con empeño.  Por este motivo, Mónica le entregó a Marco unas monedas y le ordenó ir a comprarlos en la tienda, mientras ellas sacaban el dinero. 

—Adrianita, ve con tu hermano mientras tanto y come esos dulces que tanto deseas —dijo Mónica mientras arreglaba el cabello de su hija.

— ¡No! ¡Yo quiero estar sólo contigo, mami! —lloriqueó Adriana haciendo pucheros.

—No te preocupes ma' yo voy y vuelvo rápido como un relámpago —dijo Marco dando un salto, tomó el dinero y se fue volando a comprar los dulces.

No había tardado demasiado tiempo... para cuando regresó la zona estaba acordonada y aislada.  El banco estaba rodeado de patrullas.  Se acercó con angustia y sigilo.  Pudo ver desde la distancia como un hombre que tenía varios artefactos amarrados alrededor de su cuerpo amenazaba a todos los que se encontraban allí.  Parecía nervioso y alterado.  También alcanzó a ver a su madre y a su tía Erika que intentaban proteger a la pequeña Adriana que parecía aturdida y confundida con lo que ocurría. 

Marco intentó acercarse más pero los oficiales de policía no se lo permitieron.  Al cabo de un rato en el que descubrieron a través de preguntas que sus familiares estaban en el interior del banco, metieron a Marco en una de las patrullas e hicieron contacto con su padre. 

Un hombre trató de acercarse a las puertas del banco, pero aquello provocó que el terrorista reaccionara con presura.  Los artefactos se activaron y una oleada de fuego invadió el edificio y se esparció ruidosamente por toda la zona.

Marco no podía pensar en nada.  Ni siquiera pudo soltar aquel grito que quedó atorado a medio camino en su garganta, y las lágrimas rodaron silenciosas por sus mejillas.  No se había percatado del tiempo que había transcurrido cuando su padre apareció a su lado.  Lo rodeo con sus pequeños brazos por el cuello dejando caer todos los dulces en el suelo.

Sólo dos personas sobrevivieron a aquel ataque.  Un joven cajero y la pequeña Adriana habían salido con quemaduras leves.

Cinco años se cumplían ese mismo día.  Podía ser tan poco tiempo y al mismo tiempo, para otros era tanto... Cinco años se pasan volando, pero la ausencia de un ser querido podía hacer que pareciesen una eternidad.

Detuvo su bicicleta en la esquina para despejar su mente, secó sus sudorosas manos en el borde de su camisa y suspiró profundamente.  Debía estar bien para el momento en el que vería a Adriana.  Ese día quería compartirlo con alguien.  Quería evitar estar sólo.  Retomó su ánimo y continuó su camino después de aclarar su mente.

Los guayacanes estaban en pleno florecimiento y las calles estaban cubiertas por flores de color purpura, rosa y amarillo.  Era extraño verlos en aquella época del año, pero era hermoso.

Al llegar al centro veterinario y tras encadenar su bicicleta al poste, entró en busca del veterinario pero la recepcionista lo abordó.

—Buenos días joven, ¿en qué podemos ayudarlo? —inquirió con desconfianza ella.  Al parecer era nueva trabajando allí, pues Marco no recordaba haberla visto las veces anteriores.

—Sólo vengo por mi gato —respondió él con incomodidad ante la mirada desconfiada e inquisitiva de aquella mujer.

—Buenos días señor... joven Arango —dijo una voz a espaldas de la recepcionista haciéndola dar un respingo y obligándola a retirarse.  El doctor estaba allí, sonriendo de oreja a oreja—. Supongo que viene por su gato.

—Supone bien doc —contestó Marco con alivio al sentir que se quitaba de encima aquella recepcionista que lo miró con ceño y se devolvió a su puesto.

—Su gato no presentó ninguna secuela al accidente —explicó el doctor, mientras lo conducía al salón de observación—.  Sólo tiene una leve contusión en la cabeza, pero no pasa de un simple chichón.  Los exámenes y radiografías salieron todos perfectos, así que no tienen de qué preocuparse.




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