PRÓLOGO
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K.
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Bien… En realidad no sé por dónde debería empezar, podría iniciar fingiendo que esta es como cualquier otra historia adolescente, podría hablar de la vida depresiva de un chico o chica de instituto, su vida social decadente, chicas malas o chicos rebeldes rompe corazones, tal vez podría escribir un típico diario sobre mi trágica pubertad llena de acné y resacas luego de una alocada fiesta, pero… esto es más que eso.
Es la historia de cómo la conocí. De cómo logré memorizar cada gesto o manía, cada sonrisa, su mirada, sus ojos oscuros y profundos, aquellos ojos que tal vez para otros serían comunes, tal vez un abismo o tal vez unos simples ojos sin nada especial, pero para mí, eran el mismo universo, podría asegurar ver a la mismísima Sirio o para ser más específico a la mismísima Andrómeda en aquellos ininteligibles orbes sombríos; es la historia de cómo poco a poco me enamoré de la manera más infinita posible. Nuestra historia.
“…Iba caminando a través de jardines victorianos, árboles blancos y almendros se alzaban a los lados, guirnaldas de todo tipo de flores colgaban por todos lados, la tierra vestía rojizas y amarillentas hojas otoñales mientras todo el ambiente denotaba aires de plata y oro,… cuando de pronto la vi, la que sin poder evitarlo se convertiría en mi perdición.”
ABIGHAIL
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Todos en algún momento se toman la tarea de decirte que debes hacer, cómo debes actuar o decir. Pero cuando ocurre algo malo es mucho peor, fingen “saber lo que sientes”, dicen que todo estará bien, que todo tiene un propósito o que ningún mal es eterno. Bueno, creo que ninguno de ellos ha estado en mi posición.
Simplemente me he dedicado a bajar la mirada y asentir, pues no puedo contradecir o desafiar aquellos temas que soy incapaz de reconocer, aquellos a los que llaman “sentimientos”. Luego de aquel día soy más como una muerta viviente que humana.
Con dificultad caminé hasta la cama y como muchas otras veces, sin poder evitarlo, me deshice. Una vez más, en la soledad de las penumbras de mi habitación, me dejé caer al suelo mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas y no hice nada para detenerlas. Intenté tomar la cuchilla de su habitual escondite y hacer lo que siempre solía hacer en estos momentos, pero, algo llamó mi atención y por primera vez desde aquel día juro haber visto algo más que oscuridad.
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Editado: 19.07.2020