El mundo del espejo

Prologo

Si por algún parte tendría que iniciar esta historia, empezaría contando sobre aquella madrugada en el bosque, donde los grillos hacían su sonido y las pisadas alborotadas hacían eco por toda la zona. Una noche donde la niebla era tan densa que apenas se vislumbraba el camino, donde las estrellas de aquel cielo presintieron el destino desafortunado de aquel país, de aquella tierra, de aquel mundo mágico que no sabia lo que le esperaba.

Llevaron a las mujeres descalzas a través de la naturaleza virgen que quedaba detrás del castillo. Guardias por delante, guardias por detrás, marchaban bajo la orden de matar a cualquiera que se cruzara en el camino, el decreto había sido claro, no habría tiempo para preguntas, confusiones o malentendidos, todo aquel que entorpeciera pagaría el precio de su estupidez, o infortunio.

No hubo música, no hubo voces, no hubo espectadores, pues no era un circo, era una ejecución, tan solo el ruido de los cascos de los caballos que chocaba con la tierra mojada y el sollozo de las mujeres en camisón que habían pecado; El sonido del metal en el que estaban vestidos los guardias y uno que otro relincho de las bestias.

Habían cabalgado buen rato en la oscuridad, abrazados por la bruma del bosque profundo y misterioso, hacia un destino de secreto sepulcro. Se hizo la luz, y las mujeres fueron tiradas al suelo sagrado de piedra donde, las estatuas de sus antepasados iluminaron la escena, ante las dos de pie el sacro sacerdote con su cetro en mano, y la mirada de hierro, el cabello le chorreaba húmedo por la cara enfierecida ante el atroz descubrimiento.

Apenas podía ver a las dos mujeres en el suelo, no se comparaban nada con lo que en la mañana fueron, ahora estaban desgastadas y magulladas, pálidas y flacas, despojadas de su fina vestidura donde ahora serian nada. La mayor conservaba la calma, un temple digno de su posición, mientras que la otra sollozaba desconsolada con una sola idea en la mente.

Los soldados como muñecos de metal rodearon la estructura redonda y dieron paso al sequito del sacerdote para empezar la desgraciada ceremonia que sellaría el destino de las jóvenes. Invocaron un cantico de palabras que pocos entendían, mientras que un circulo de luz se formó arriba y debajo de ellas, sellos mágicos con runas y diagramas que solo los que estaban en aquel ritual conocían.

El hombre encorvado apretó su vara y abrio los labios pronunciando otro reguero de hechizos mientras que en el cielo las estrellas desparecieron, la niebla detuvo su baile sensual a través de ellos y los grillos callaron dejando solo al coro recitar aquel conjuro— ahora tanto ellos como ustedes pagaran por el sucio pecado ¡destierro! Por la vergüenza cometida ¡penumbra! Por el infame acto ¡evanescencia! Para el arrepentimiento —dijo con las manos en alto mientras la brisa violenta ondeaba las mangas de su túnica. La pequeña rompió, no temía por si, sino por aquel al que había amado y quien seguro no corría con el mismo privilegio de ella. La mayor apretó los puños de su hermana.

—si mi pecado a sido amar entonces alegre pagare mil años mi condena, pero pese a mi vida pierda, el sabor dulce del amor que he probado, si fuere este mi cruel veneno, entonces de él habré vivido sin pena alguna y arrepentimiento, entregándome al fuego eterno que consagrara mi pecado— grito con el cabello en el rostro.

Entonces los cuerpos de las princesas cayeron inertes.




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