El mundo del espejo

Capítulo 26

Era un cuento de hadas, la manera en la que caminaba, como la tela acariciaba sus piernas, como su pies descalzos pisaban la tierra dejando huellas detrás de ella como si quisiera ser encontrada. Se giro una que otra vez para mirarlo dejándole una sonrisa que lo ponía ansioso ¿podría ser? Se preguntaba queriendo arriesgarlo todo por sostenerla en el aire y darle vueltas ¿era de suya? No, ella no era de nadie, era libre como el viendo y al mismo tiempo tan prisionera de su propio castillo como lo era él.

Desde joven le habían impuesto a temerle a la oscuridad, a lo desconocido, a lo misterioso de la noche. Ya de adulto lo único que quería era ser consumido por esta masa aterradora de poder y sensualidad que era ella, la quería completamente para sí, aunque eso le costara la vida y es que de que valía una vida sin ella. Sin poder ver su sonrisa, los colmillos que sobresalían, su pálida piel de porcelana que parecía nunca haber visto el sol, sus cabellos negros que ondeaban en al aire a cada salto que daba en el bosque, toda una ninfa que lo esperaba dejando una tras otra las prendas en su camino.

No vayas lejos, le decía sin emitir un sonido de sus labios, descuida amado, le respondía esta directo a su mente ¿tendría el un pensamiento que no fuera de ella? No lo tenía  del todo claro, pero sabía que estando a solas como lo estaban, donde él se suponía que tenía  que cuidar de sus espaldas y evitar que se metiera en problemas, la observaba sonrojado correr desnuda y saltar envuelta en un manto hecho de la noche en el agua que la trago por completo — ¡espera! —le llamo en vano, sabiendo que no le haría caso, así mismo como nunca le había hecho desde el día en que lo nombraron para hacerse cargo del comportamiento impropio de la princesa Amara, el mismo comportamiento que lo había hipnotizado a seguir el camino que ambos recorrían.

Amara salió del agua despedida por los aires, nadando entre las estrellas como si aun estuviera en el agua y descendió despacio hasta pararse frente a su guardia— ¿no me acompañaras? —pregunto ladeando la cabeza.

—no debería—le contesto intentando no seguir a ciegas todo lo que ella le pedía.

— tampoco deberías mirarme de esa manera—comento poniéndose la mano en la cintura—tampoco es correcto que me hicieras lo de anoche—continúo haciendo que el joven sintiera las mejillas calientes—mucho menos deberías dejarme besarte—murmuró en sus pensamientos cuando él ya la había recibido en sus brazos y sumido en un beso.

Él había cuidado de ella desde hacia dos años, y tan solo llevaba siguiéndola en el juego del amor por unos pocos meses, meses que le habían sabido a infinito, recordaba al dedillo como ella apareció flotando en su ventana y se escabullo en su cama a mitad de la noche con la excusa tan poco creíble como que no podía conciliar el sueño, ella, princesa de la noche, heredera de los tenebrosos poderes de la oscuridad, la única e igualable bella durmiente. Con una sonrisilla la recibió, como lo hubiera hecho incluso si ella no decía nada, pues ya llevaba demasiado tiempo amándola como la negarse a que ella diera sus primeros pasos hacia él. Así como ahora, la cubrió con sus inadecuados brazos, agradeciendo lo que podía tener de ella y pidiendo a los dioses que sus existencias vivieran por siempre en aquel abrazo.

—si nos vamos ahora podremos llegar sin alarmar a nadie—le recordó a la chica que de inmediato convirtió su rostro en un puchero—no seas terca, ya te he dejado divertirte.

—no creo que Jorah le diga eso a Izellah cuando de pierden por ahí—comentó amara sentándose en la tierra mientras le enviaba una mirada que le puso los ojos en blanco al joven sirviente.

—no debes hablar de eso a la ligera—dijo ayudándola a ponerse de pie para que un movimiento dramático sacara de la noche un ropaje sencillo que la ayudaría a llegar sin problemas al palacio principal donde debía reportarse con los demás recipientes—además, somos muy diferentes a ellos.

— ¿Cuál es la diferencia? —cuestiono con los hombros en alto—ambos son amores prohibidos.

—tal vez las condiciones sean semejantes, pero la Princesa Izellah esta comprometida con alto sacerdote del capitolio, yo solo soy un cuidador de ti, ni siquiera tengo un pacto de sangre con la familia real—le recordó a la joven que caminaba delante de el con los brazos cruzados—la princesa y Jorah no con corren con su suerte—le dijo avanzando hasta abrazarla despaldas.

— ¿llamas suerte a que te quiten la vida? —le reto indignada con la forma de solucionar los problemas de su amante.

—si solo yo cargare con los pecados de esto, lo hare gustoso princesa—volvió a la chica y planto un beso en la frente—ahora apurémonos, tiene que cambiarse de ropa para la celebración.

 

*****

El cielo del palacio del amanecer donde se anunciaría a la alta clase de avalum donde se bendeciría la unión de la reina Lavina con el afortunado elegido entre todo el mundo para la concepción del siguiente heredero de los poderes divinos del Dios del tiempo, estaba recubierto de flores. Hoy en día tal agasajo había perdido fundamento, solo se buscaba notificar al mundo que la reina actual estaba preparada para tener descendientes en lo que le quedara de vida, que podía estar tranquilos pues habría alguien que retuviera la maldición por otra generación y no una como se había hecho doscientos años atrás donde cada campanada seria una oda a la vida y la alegría, donde las aves volarían y el pueblo cantaría de emoción por una unión que traería dicha y gloria a las tierras del reino.

Guirnaldas de flores bajaban del tejado y adornaba las columnas en unos arreglos exquisitos para todos los sentidos, Lavina amaba la naturaleza como pocas cosas en la vida, por eso en todo lo que ella pudiera poner su mano estaría lleno de esto, convirtiendo así cada espacio del palacio en un jardín encantado justo como a ella le hubiera gustado contraer nupcias con alguien que realmente hubiera deseado. Los sirvientes colocaron jaulas abiertas, columpios y luces, bancos de madera y arcos que caían desde el techo junto a telas y cortinas floreadas, mientras que ella en su habitación era mancillada con aceites especiales que aumentaban la suavidad y el brillo de su piel.




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