24: Me uno.

La marea sube precipitadamente,
las olas de mar golpean las rocas con ímpetu,
el viento ruge cual rugido de león,
y junto a esas fuerzas naturales estoy yo.

Lo único que nos une es el mismo Creador.

Alguien que mueve montañas,
que divide mares por la mitad,
que coloca caminos donde no los hay,
que abre puertas cuyas llaves no están,
que alumbra sombras ocultas en el interior,
y que rompe cadenas que parecen irrompibles.

Cada creación cumple su función,
todos le obedecen al mismo Padre,
desde la cosa más pequeña,
hasta la inmensidad más grande.

No lo desafían o desobedecen,
y el ciclo de la vida fluye sin problemas.

Pero, ¿qué hay de mí?
¿Dónde entro yo en la ecuación?
¿Será que el Rey de Reyes me olvidó?

Doblo mis rodillas y pido perdón,
porque no te he obedecido, Dios.

Me solté del vagón y me quedé atrás.
Me uní a otros trenes y me perdí.
Y a pesar de todo el daño que causé,
fuiste fiel, fuiste leal, en lo pequeño y en lo grande.

Me buscaste, incluso en los lugares más recónditos,
mas me escondía de ti porque me avergonzaba de mí.

Ahora la brisa golpea mi rostro con potencia,
el agua humedece mis pies enterrados en la arena,
y el horizonte se ve tan lejano que me asusta.

Mi eternidad está en un peligro inminente,
y cada vez me hundo más en lo profundo.

Sintiendo todo el peso de mis actos,
yo me dejo hundir por mis miedos.

Pero te niegas a dejarme ir.
Y aunque me sienta inhóspita y desagradable,
te acercas, me agarras y no quieres soltarme.

Me dices que me levante y deje de temer,
porque ya me perdiste una vez,
y no quieres perderme de nuevo.

Me sonríes y me contemplas,
te cercioras de que esté bien,
y aunque sabes que no es así,
me abrazas con anhelo.

Te unes a mí, y decido unirme a ti.
Y juntos somos como uno solo.
Yo estoy en ti, y tú estás en mí.