Entré por la puerta
y oí la música sonar.
El baterista marcó el tiempo,
el guitarrista marcó la melodía,
la vocalista comenzó a entonar,
con su voz tan armoniosa y delicada,
las estrofas de la alabanza más alegre,
y las personas empezaron a reunirse en tu casa.
Algunos danzaron,
otros saltaron,
o levantaron las manos.
Las primeras filas se llenaron de inmediato,
y las que le siguieron detrás también.
Mas yo decidí quedarme
lo más lejos del escenario,
o de las personas, posible.
Mientras adelante todos festejaron y exaltaron tu nombre,
en el fondo mi cabeza era un lío a comparación.
No me sentí parte de esta familia porque
me excluyeron sin darse cuenta de mi presencia.
Aunque supe que la tuya se manifestó en todo el lugar,
no pude conectarme al mismo ambiente.
Preferí alejarme sin decir o hacer nada,
y así me fuí vaciando poco a poco
de lo que alguna vez sentí.
Me sentí como un bicho raro,
como una intrusa en el mismo lugar
que alguna vez llamé hogar.
Todos rieron y rieron
hablaron y hablaron,
lloraron y lloraron,
pero nadie se fijó en mí,
lo suficiente como para notar
o darse cuenta,
de que me caía
en un pozo muy profundo,
sin dimensiones,
sin fondo ni tamaños.
Sentada en mi asiento,
cerré mis ojos,
bajé mi cabeza,
y te pregunté:
//¿Por qué?
¿Por qué estoy viviendo esto?
¿Cuándo va a detenerse?
¿Se detendrá algún día?
Papá, por favor, no me sueltes ahora.
No sé qué hacer, no sé qué decir.
Te necesité, te necesito y te voy a necesitar.
No puedo yo sola, no tengo la fuerza necesaria.
Sé que te prometí muchas cosas y no las cumplí,
sé que te pedí perdón y lo volví a hacer,
aún sabiendo que estabas ahí,
que me veías, escuchabas y sabías lo que pensaba.
Pero no me dejes, te lo ruego, no lo hagas.
Te decepcioné, te mentí, te fallé. Perdón.
No sé si signifique algo ahora, pero te pido perdón.
Por cada una de las cosas que hice o haré.
Papá, no me abandones, no lo soportaría.
Sos lo único que me queda.
Sos el único que está ahí para mí.
Aún sabiendo cómo soy,
aún habiendo visto mi peor lado,
nunca te fuiste.
Que hoy no sea la excepción\\.
Levanté mi cabeza, abrí mis ojos,
y observé aquella cruz tallada en la pared.
Mis piernas tomaron el control, me levanté.
El altar se encontró disponible, y hacia allí se dirigieron.
Comencé a elevar mi voz,
a perfumar tu trono.
Danzé, moviéndome,
de un lado a otro.
Mis ojos se cerraron,
mi cabeza volvió a bajar.
Abrí mi boca
y seguí orando.
//Ayúdame, a superar las circunstancias que estoy atravesando,
ayúdame, a no volver a lo mismo, a no regresar de donde me sacaste un día.
Ayúdame, a tener un corazón sediento de tu presencia como alguna vez lo fue.
Ayúdame, a revivir ese fuego que antes ardía aún en los días más lluviosos.
Ayúdame, a no desfallecer aunque mil problemas se crucen por mi camino.
Ayúdame, a ver lo bueno en cada situación, sabiendo que estás obrando.
Ayúdame, a construir mi casa sobre la roca firme, sobre el amor incondicional.
Ayúdame, a estar en la primera línea de batalla, a pelear en la brecha con las armas espirituales.
Ayúdame, sobre todo, a quebrantar mi corazón terco y sombrío, para reconstruir un corazón humilde.
Ayúdame, también, a dejarme moldear por tus manos santas cual barro en las de un alfarero.
Que sea hoy, padre, no quiero esperar ni un día más\\.
Me quedé en silencio.
Ya no canté.
Ya no danzé.
Ya no oré.
Pero mis mejillas se humedecieron.
Lágrimas que no sabía que existían,
comenzaron a caer sin parar.
Y no supe por qué, pero me encontré llorando.
Desconsoladamente, sentí que se me estrujaba el alma.
Y luego de un rato, te sentí de verdad.
Me abrazaste, me envolviste, me contuviste.
Y automáticamente, volví a sentirme en casa.