El mundo del paraíso: palabras.

37: Algo anda mal.

Inspecciono en los lugares oscuros,

buscando lo que alguna vez fuí.

Un alma que perdió sus colores,

en una tormenta efímera gris.

No encuentro las respuestas necesarias.

Preguntas retóricas rondan por mi mente.

El vacío se agranda con el pasar del tiempo.

No encuentro a dónde ir o con quién estar.

Siento como, dentro mío, la maldad se esparce;

como una enfermedad mortal que amenaza con salir.

Necesito protegerte de lo que escondo en el interior,

prometo que nada bueno podría salir de allí,

solo gente herida por mis propias dolencias,

aquellas cicatrices que aún no se cierran.

Una nube de rencor se aproxima,

el enojo me hierve los huesos,

la rabia se extiende por todo mi cuerpo;

así es como me siento en este tiempo.

Mis puños se cierran con fuerza,

la impotencia quiere cortarme las venas.

Por donde antes salían las lágrimas,

ya no queda una gota de tristeza.

Y a quien más quiero es a mí misma.

El control se me escapa de las manos.

En mis ojos puedo ver las llamas arder.

Me pregunto si mi aura también está contaminada;

si la malo está en mí o lo malo soy yo.

Tenso la mandíbula, aprieto los dientes,

se aproxima la peor de las catástrofes.

Soy demasiado inútil e inservible,

egoísta, orgullosa y maligna,

como para actuar por un bien mayor,

o ver más allá de donde estoy.

Solía llevar una venda,

ahora entiendo, después de todo,

que siempre estuve ciega;

por elección de quien solía ser,

por pura vanidad y suficiencia.

Aquello que debería estar latiendo ya se fue,

solía ser frío como el mismísimo invierno,

ahora ya no está, desapareció por completo.

En su lugar, puedo sentir cómo arde,

me consume una y otra vez, sin piedad.

Los golpes no alcanzan para que frene,

se aleja de mi alcance a la velocidad de la luz.

Nada bueno, recuerda, puede salir de aquí.

Ni destellos de lo que pensé,

ni reflejos de lo que creí.

Ahora toda la negrura se alimenta de lo que sobra.

La conciencia sigue llena, pesa en demasía.

Una vez encontrado el problema,

la solución escasea,

no me atrevo a erradicar desde raíz.

Nunca había tenido agallas para decirlo.

Tengo miedo, no comprendo qué está pasando.

No sé dónde acabarán mis restos luego del calvario.

Entonces solo me queda golpear con enojo el suelo,

gritar desde adentro hasta desgarrar mi garganta,

desplomarme rendida ante la circunstancia.

Algo, es evidente, está mal conmigo.

El viento me levanta como si fuera una pluma,

la corriente me arrastra de un lado hacia el otro.

¿Por qué no significo nada para alguien?

Intento buscar aferrarme a algo en la tempestad,

pero solo puedo ver las sombras negras que me esperan;

ellas quieren robarme el tesoro que escondo.

¡No puedo escapar! El bloque se va cerrando.

El espacio se achica cada que respiro.

Me están matando, eso es seguro.

El líquido rojo no tarda en presentarse,

gracias a él entiendo que la pesadilla es real,

porque mi piel percibe el dolor verdadero,

y mi lengua saborea la sal de la muerte.

No distingo entre mis demonios.

Solía tener un ángel guardián,

quizás, como todos, se cansó de mí.

Caminar por las cenizas del pasado

me debilita la razón y la moral.

El futuro ya no es una opción viable,

mientras que el presente

posee el rostro de Lucifer.

El pecho se me estruja,

las máscaras  se me caen,

las mentiras salen de su escondite.

Me expongo de frente ante la multitud.

Ser vulnerable, alguna vez, me hizo fuerte,

ahora me desarma en mini piezas, en pedazos.

Me siento como un rompecabezas,

tan compleja de descifrar,

tan complicada de manejar,

tan difícil de entender;

así es que se rinden con facilidad.

Todos tenemos dobles intenciones,

muchos ocultamos cosas peores.

Mis pulmones comienzan a colapsar y,

como si me estuviera ahogando,

me hundo en la profundidad del olvido,

donde descansan los pecadores,

y en un último aliento de vida,

acepto que desde el principio fue nuestra culpa,

por la terquedad del ser humano,

por la naturaleza que yacía desde el nacimiento,

donde la raza más fuerte oprimió a la débil,

y solo los enfermos natos pudimos ganar.

Vencimos en la guerra de los multiversos,

ahora, pago el precio con mi vida,

la hora en la que he de aceptar, más que nunca,

que algo anda mal en mí y soy yo.



#21188 en Otros
#6234 en Relatos cortos
#1719 en No ficción

En el texto hay: poemas, poemario, poesía.

Editado: 24.07.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.