El mundo encantado de mamá Anita

El encanto

Paquito caminó al lado de Jenny, Dany y los mellizos hasta el edificio. En la entrada estaba mamá Anita leyendo un diario. No se veía como ella, incluso parecía más joven y delgada. Vestía un sobrio conjunto de pantalón y saco color caqui con una blusa color salmón y un peinado elaborado, se le veía como una elegante dama de sociedad y no como la tierna abuela vestida al estilo del siglo XIX.

Puede ser una imagen de niños

―¿Ya le explicaron todo? ―preguntó

―No, no ha dado tiempo ―Eduardo aun se notaba enfadado con Paquito.

―Bien muchacho… Francisco, ¿no es así?

―Sí señora

―Francisco no funcionará. ―Mamá Anita sobaba su barbilla, dubitativa―. Será… Francis… Franky… ¿Ideas?

―Mis amigos me dicen Paquito ―intervino el niño.

―¿Quién te va a tomar como un actor reconocido con el nombre de “Paquito”? ―dijo Eduardo con Sorna.

―Me gusta mi nombre ―reclamó el niño

―Franz. Será Franz ―Mamá Anita había doblado su diario y lo señaló con él.

―¡Pero me gusta “Paquito”! ―chilló.

―¡Por todos los cielos! ―exclamó la mujer, entornando los ojos―. ¡Es sólo un nombre! Sigues siendo Francisco, sólo que ahora sonará como si fueras alemán.

―Pero…

―Francisco no será un nombre artístico adecuado ―intervino Pablo―, mucho menos Paquito.

―No te quejes ― Violeta hablaba dándole la espalda, con los brazos cruzados y volteando la cabeza apenas lo suficiente para mirarlo de soslayo―. Al menos no pierdes tu nombre por completo.

―¿Alguien ha visto a medianoche? ―preguntó mamá Anita.

Paquito respingó. Un gato negro-azulado saltó hacia los pies de Jenny, como saliendo de la nada.

―Prrr ¿Quieres que lo ponga al tanto, Anita? ―el gato hablaba como en un ronroneo, restregando su cuerpo en las piernas de Jenny.

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―Por favor medianoche. Usará la habitación de Gio, mañana a las doce del día lo quiero en el auditorio. Tenemos muy pocos días para que ensaye su papel.

―¿No me darán clases de actuación primero? ―preguntó Paquito.

―No hay tiempo. Tenemos la presentación en Venezuela a la vuelta de la esquina.

Paquito sintió desfallecer de nerviosismo y temor, no se imaginaba a sí mismo actuando en una obra con sólo una semana para ensayar. Incluso en las pastorelas improvisadas del orfanato se llevaban al menos un par de meses antes de presentarlas.

Mamá Anita se retiró junto con Pablo, ni siquiera había notado cuando fue que Eduardo desapareció. El gato ronroneó de nuevo.

―¿Nos acompañas, Jenny? ―preguntó. La niña asintió y el gato saltó hacia sus brazos. Con una enorme sonrisa, Jenny le indicó hacia dónde dirigirse.

Subieron la escalera hasta el segundo piso donde entraron a un pequeño departamento tipo estudio, muy iluminado y con una preciosa vista hacia el lago y la cascada que destacaban en lontananza. Paquito volteó a ver alrededor, había una cama individual, una cómoda, un escritorio y un espejo de pared a pared.

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―¿Quién más duerme en esta habitación? ―preguntó

―Gio lo hacía ―dijo Jenny encogiendo los hombros―, pero ya que decidió irse, es toda tuya.

―¿Voy a tener un departamento para mí solo? ―Paquito estaba realmente sorprendido.

―En realidad, a mamá Anita no le gusta que estemos demasiado tiempo en grupo ―Jenny suspiró y dejó al gato encima de la cama―, dice que nos distraemos.

―Hay muchas preguntas por resolver ―medianoche se acercó hacia la orilla de la cama. Su cola serpenteaba mientras daba pasos delicados y elegantes―. Bien, haz la primera.

―¿Por qué puedes hablar? ―dijo Paquito aun antes que el gato terminara de decirlo.

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―De hecho, nosotros siempre hemos podido hablar ―Medianoche saltó hacia la cómoda―. La pregunta sería: ¿por qué nos puedes entender?, y al responderte esa pregunta, responderé a su vez a muchas otras.

―¿Cuáles?

―Verás, toda la gente que está en este mundo posee lo que Mamá Anita llama “El encanto”

―¿El encanto? ―Paquito frunció el entrecejo―. ¿Qué es eso?

―Es una condición humana ancestral que se ha ido perdiendo generación tras generación ―Medianoche no parecía poder quedarse quieto, caminaba de un lado a otro de la cómoda―. El humano, a diferencia de otras especies, es capaz de soñar despierto, crear mundos tan extraordinarios como su imaginación se lo permita. Sin embargo, cada vez son menos los que se permiten perderse en esos mundos. Un soñador es un sujeto muy criticado en tu sociedad y eso hace que desde muy pequeños se vean obligados a vivir en la gris realidad.




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