Oscureció pronto, y tras recibir en su habitación una cena de pan dulce con leche (todo a manos de un par de macacos mayordomo), Paquito se fue a dormir, pero fue despertado muy temprano. Susy entró a su habitación con una enorme sonrisa y una bolsa llena de retazos de tela.
―No será difícil ―dijo observándolo de arriba abajo―. Creímos que reemplazarías por completo a Gio quien regularmente hacía papeles de mago. Pero mamá Anita dice que tu fuerte es la sencillez. Me parece que interpretarás los papeles del desprotegido, quizá del niño tierno que ayuda a otros o de la víctima.
―Sinceramente me agradaría más ser mago…
―No te dejarán ―Susy comenzó a sacar diferentes retazos―. Los papeles siempre van con nuestra personalidad, de lo contrario no logramos sacar el cien por ciento de nuestra capacidad. Ya lo entenderás. Creo que esto irá bien contigo ―Susy al fin eligió una tela de algodón en tono vainilla y un pedazo de mezclilla azul claro, las lanzó hacia Paquito y en un santiamén se convirtieron en un infantil conjunto de camisa amarilla de manga larga y un pantalón de peto con una figura de un sol en el bolsillo de la pechera.
―Sí ―dijo la niña―, definitivamente la ternura es tu estilo.
En menos de una hora, Paquito tenía un guardarropa completo. Susy lo acompañó hasta la planta baja, en donde comieron en grupo en un enorme comedor que daba vista a la pradera. De nuevo aparecieron los macacos vestidos con chaquetas blancas y gorros de chef sirviendo el desayuno.
Los niños platicaban amenamente cuando de pronto se hizo un silencio sepulcral. Un cuervo llegó hasta el comedor, encaramándose en el respaldo de una de las sillas. Era un silencio extraño, pero Paquito no preguntó el porqué.
―¡Kwaa! ―graznó―, terminen de una vez, Pablo los espera en el auditorio.
―¡Aun no dan ni las nueve! ―reclamó Christian―. ¡Déjanos desayunar en paz!
―Le diré a Eduardo que…
―¿Quieres un tapón como el de la última vez, Malasuerte? ―preguntó Dany con una sonrisa maliciosa.
―Sabes que me vengaré de eso, muchacho ―chilló el cuervo―. Quizá lograste hechizarme para evitar que te delatara, pero…
―Deja de molestar a Dany ―intervino Lily―, como sea yo fui la de la idea
―¡Lo sabía! ―reclamó el cuervo―. ¡No pude hacer popó en los tres días que la familia estuvo fuera! ¡Sentía que reventaría!
―No seas llorón ―rio Andy―, a final de cuentas los monos te sacaron el corcho.
Todos, incluyendo a Paquito rieron en lo bajo. Era notorio que detestaban a ese cuervo, y Paquito no tardó en adivinar porqué.
―¡Kwaa! ―graznó como ahogando un grito y señaló al bolsillo de Dany―. ¡El amuleto de plata de Eduardo! ¡Se lo diré!
Dany reaccionó muy tarde, de su bolsillo salía una medalla plateada con la figura de una extraña estrella. El cuervo voló llamando a su amo mientras los chicos corrían tras él. Las únicas que se quedaron fueron Jenny y Violeta.
―¿Qué pasa? ―preguntó Paquito. Jenny intentaba ahogar la risa
―Esa medalla es el amuleto de Eduardo ―dijo―. Hace un par de días salió a una cita y llegó furibundo en la noche. Alguien, y por lo que veo fue Dany, convirtió hígado crudo de pollo en la medalla. Eduardo no se dio cuenta que en cuanto salió al mundo real su medalla se transformó. Quien sabe cuánto tiempo pasó antes que se diera cuenta que del cuello le colgaba un hígado de pollo.
―Dany y los mellizos no entienden ―Violeta parecía molesta―, travesura tras travesura. Eduardo los va a colgar un día de estos.
―A mí me parecen divertidos ―dijo Paquito.
―Si logran que Eduardo los castigue con… ― Violeta suspiró como ahogando las palabras que estaban por salir―. No debían arriesgarse tanto con malasuerte rondando tan de cerca
―¿Por qué lo llaman malasuerte?
―Él mismo se hizo llamar así ―respondió Jenny―. Creo que intenta infundir temor con su nombre, pero no es más que un chismoso
―Vamos ―Violeta se limpió la boca con la servilleta mientras se levantaba―, tienes que demostrar que puedes llenar el hueco que Gio dejó. Aunque sinceramente lo dudo mucho.
Violeta salió del comedor caminando a grandes trancos. Paquito volteó a ver a Jenny.
―¿Está molesta conmigo por algo?
―En sí, está molesta con Gio ― Jenny la observó con tristeza―, ellos dos eran como hermanos. Llegaron juntos del mismo orfanato cuando tenían cinco y siete años respectivamente. Ella simplemente no puede creer que Gio nos haya dejado así, sin despedirse.
―¿Sabes por qué se fue?
―No con certeza, aunque hemos escuchado rumores de los animales. Gio ya era mayor de edad, simplemente tomó sus ahorros y se fue.
Luego de algunos minutos, los niños se reunían en un auditorio que estaba cerca de la cascada. Las paredes eran traslúcidas y el ambiente dentro era tranquilo y relajante. En una esquina, Eduardo vociferaba improperios a Dany y a los mellizos, quienes parecían sumisos agachando la cabeza, pero era notorio que intentaban contener la risa.
―Ya basta Eduardo ―interrumpió Pablo―. Tenemos pocos días para entrenar a Franz y no lo vamos a perder en tus peleas con estos niños.
―¡Tienes idea de lo que me hicieron pasar! ―reclamó ― ¡Delante de las chicas! ¡todas ellas burlándose del pedazo de…!
―Sí, me imagino ―Pablo puso los ojos en blanco―. Conquistas una mujer diferente a la semana, ¿cuál puede ser la diferencia? Ya tendrás otras oportunidades.
Eduardo refunfuñó. Ordenó a los chicos subir al escenario excepto a Paquito, a quien dijo que observara con atención.
Editado: 20.09.2023