Pasó toda una semana tan rápido que Paquito sentía que sólo un día antes había estado con el padre Ramiro. Tenía tanto trabajo que hacer con la obra que ni siquiera tuvo tiempo de asimilar la idea de que ya era parte del grupo teatral de mamá Anita.
Durante esos días, las caracterizaciones de Paquito se fueron madurando a pasos agigantados y se sentía satisfecho, sin embargo, no había hecho amistad con nadie más que con Jenny y con medianoche y eso lo hacía sentir relegado. Dany y los mellizos siempre se perdían en los bosques en donde seguramente planeaban diversas travesuras; Susy, Violeta y Christian que eran mayores y ya tenían más el comportamiento de adolescentes, se reunían por aparte para jugar videojuegos o pasear a caballo.
En ocasiones quería encajar en el grupo de Dany, pues parecía que lo pasaban bastante bien, pero malasuerte no permitía grupos de más de tres personas, en cuanto detectaba que platicaban mucho en grupo, iba a espiarlos y buscaba cualquier pretexto para dar aviso a Eduardo. Y en esa semana también comprendió que Eduardo era la persona más enojona que había conocido en su vida. Castigaba a los chicos de diferentes y crueles formas que iban desde dejarlos sin desayuno hasta hacer trabajos pesados en los corrales o sembradíos.
Aun así, lo pasaba bien con Jenny. La niña estaba por cumplir los cinco años y era realmente tierna y quizá la más soñadora de todo el grupo. Medianoche tenía una especial predilección por estar con ella y, por ende, Paquito se integró mucho con ese gato. Además, medianoche gustaba de los mimos y como tanto Jenny como Paquito eran adictos a las mascotas, medianoche pasaba gran parte del día recibiendo caricias de ambos niños.
Una tarde, después de una ardua mañana de ensayos, los chicos se dividieron en los grupos de siempre. Jenny, Paquito y el gato caminaban rumbo a la cascada cuando una quinteta de aves coloridas se posó en los árboles cercanos. Seguidos de ellos, otra ave enorme y de color pardo llegó volando. Medianoche entornó los ojos.
―¡Grandioso! ―exclamó el gato con sarcasmo―. El sabio y los boquiflojos han regresado de su viaje.
―¿Quiénes? ―preguntó Paquito.
―Los tucanes ―explicó Jenny―. Medianoche no los soporta, pero yo digo que son divertidos. Y Teko el búho, es un poco aburrido, pero a veces cuenta cosas interesantes. Ven, te los presentaré.
Los chicos se acercaron al árbol donde estaban encaramadas las aves. El búho discutía con serio semblante mientras los cinco tucanes se desternillaban de risa por algún motivo que, evidentemente, no hacía gracia al búho.
―¿Ahora cuál es el tema de discusión? ―preguntó medianoche.
―No es discusión ―dijo el búho con arrogancia―. Sólo estoy puntualizando los aspectos importantes de nuestro viaje.
―¿A dónde fueron? ―preguntó Jenny
―A la rivera maya ―explicó el búho―. El valor antropológico del lugar es el principal…
―El valor antropológico del lugar ― Imitó uno de los tucanes con voz chocante―. No finjas, lechuza. No puedes negar que lo que más disfrutaste fue la borrachera que te acomodaste con las margaritas que dejaron esos turistas en la playa.
―¿Te emborrachaste, Teko? ―preguntaron Jenny y medianoche, asombrados pero divertidos.
―En primera no me emborraché ―refunfuñó con enfado―, sólo me sentí mareado…
―Sí, y su mareo lo obligó a cortejar a un coco seco cortado en forma de gallina ―dijo uno de los tucanes haciendo que sus amigos soltaran la carcajada.
―Y en segunda ―insistió el búho con voz severa―, ustedes me engañaron, me dijeron que no eran más que refrescos inofensivos. Yo no sé diferenciar las bebidas que preparan los humanos.
―Ahora una gallina de coco está poniendo huevos de los que saldrán coquitos emplumados con pico ganchudo y grandes ojos ―los otros tucanes soltaron a reír ante el comentario de su amigo.
―¡No es gracioso! ―refunfuñó el búho mientras los tucanes se tiraban de espalda sobre la rama, riendo a carcajadas.
―Pero, a todo esto ―dijo un tucán enjugando una lágrima―, ¿quién es este niño? Nunca lo había visto.
―Él es Franz ―dijo Jenny―, es quien reemplazará a Gio.
―Franz ―el búho voló hasta unas ramas más abajo para verlo a detalle―, como el famoso filántropo y coleccionista de…
―Nosotros somos los tucanes ―interrumpió un tucán―, pero no nos preguntes nombres. No tenemos esa manía de los humanos y algunas criaturas que se quieren sentir humanas de ponernos nombres.
―¿Cómo puedo diferenciar a uno de otro? ―preguntó Paquito.
―A mí puedes decirme “el tucán de la izquierda” ―dijo el tucán que estaba más a la izquierda en la rama
―Y a mí puedes decirme “el que está al lado del que está a la izquierda”
―Y a mí me puedes decir “el tucán del centro” ―los cinco tucanes volvieron a reír a carcajadas.
―Permíteme poner el ejemplo de cómo se debe hacer una presentación ―el búho hizo una reverencia―. Soy Teko y te doy la bienvenida a esta…
―Sí, se llama Teko ―interrumpió un tucán
―Y se apellida Lote ―dijo otro
―¿Te llamas Teko Lote? ―dijo Paquito, sonriendo.
―¡No soy ningún Teko Lote! ―reclamó el búho
―¿No eres tecolote? ―dijo un tucán manoteando a otro ― Ya ves, yo te dije que tenía más facha de gallina.
―Con razón le pidió matrimonio a aquella galli-coco de la playa ―y se echaron a reír.
―Mi nombre viene de la lengua maya que se usaba en la tierra donde nací. No soy Teko Lote, solo… bueno, sí, en la lengua azteca nos llaman tecolotes pero… ―los tucanes le remedaban en tono burlón mientras hablaba―. ¡Ustedes son imposibles!
Editado: 20.09.2023