El mundo encantado de mamá Anita

La ciudad de los juguetes

Los primeros días fueron en verdad satisfactorios, Paquito se dejaba envolver por los aplausos y miradas de admiración de los espectadores.

Pero después de cuatro semanas, la frialdad de los adultos que lo acompañaban comenzó a causar escozor en su corazón. Eduardo sólo esperaba a que terminaran las presentaciones del día para salir con alguna nueva joven del público con la que lograra entablar conversación. Pablo los llevaba a algún sitio turístico los domingos y luego se perdía por horas y mamá Anita simplemente no cruzaba palabra alguna con ellos. Esa voz maternal y dulce desaparecía en cuanto el público se marchaba y se transformaba en la indiferente y distante dama acaudalada que era. Y por si no fuera suficiente, había ocasiones en las que no podía encontrar ni a Jenny ni a medianoche por horas.

Una tarde, luego de una función sabatina, los chicos regresaron al mundo de mamá Anita. Pasada la hora de la comida, Jenny corrió con el gato hacia su habitación y de nuevo se perdió en ella. Paquito vio a Dany y los mellizos escabullirse hacia el auditorio. Se sentía tan solo que se arriesgó a hacer una cuarteta con ellos.

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―¿Cuánto es? ― Susurraba Lily

―Déjame ver… cien, doscientos… ― Dany estaba agachado contando algo que tenía en las manos ― ¡En la torre! Son como mil bolívares.

―¿Cómo cuánto es tener mil bolívares? ―preguntó Andy

―No sé con exactitud ― Dany estaba entre la preocupación y la risa ― pero creo que son como cuarenta mil pesos.

―¿¿Tanto??

―¿De quién es ese dinero? ―preguntó Paquito con el entrecejo fruncido

―¿Qué haces aquí, Franz? ― Chilló Lily

―Robar es malo

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―¡No estamos robando! ―Dany guardó el dinero entre sus ropas―. Ese dinero en cierto modo es nuestro. A nosotros nos dan ropa y comida, pero el dinero que ganamos en las obras se lo gastan ellos.

―Pero mamá Anita me dijo que sólo ocupa parte del dinero para mantenernos y cuando seamos mayores…

―¡Reacciona Francisco! ―Andy entornó los ojos con exasperación―. ¿Tú por qué crees que Gio huyó? Él se dio cuenta de que estaban gastando más dinero del que debían. De hecho, aprovechó una visita a la ciudad de México para buscar un abogado.

―¿Para qué?

―Para obligar a la familia a que le den su dinero ―dijo Dany. Chris y Violeta deberían hacer lo mismo pero…

―Ellos nunca van a querer irse ―suspiró Lily―. Como sea… ―los tres chicos se pararon y rodearon a Paquito amenazadoramente

―Más vale que no digas nada de lo que viste o…

―Aaaahhh, pero yo sí lo diré ―todos se sobresaltaron. Malasuerte estaba parado sobre el telón y nadie lo había notado. Voló hasta quedar encaramado en una butaca―. Eduardo estará muy interesado en saber que ya están planeando huir.

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―¿Quieren huir? ―preguntó Paquito con asombro

―Maldito avechucho chismoso ―Andy le lanzó un zapato. Malasuerte sólo saltó para evadir el golpe.

―Oye pajarraco ―Dany saltó del escenario―, creo que no tomaste en cuenta una cosa. Ahora no estás rodeado de tus secuaces.

Sendas sonrisas se dibujaron en los mellizos. Malasuerte volteó hacia todos lados.

―¡No se atrevan!

―¡Atrápenlo!

De inmediato los chicos se transformaron en una suerte de gladiadores que arrojaban lanzas con puntas de corcho y redes sobre el ave que chillaba mientras volaba errática por el auditorio. No tardaron mucho en atraparla. En seguida se transformaron en hechiceros con túnicas negras, rodeando un caldero que apareció de la nada.

―Ave en su árbol, ave en su nido, esa será la poción del olvido ―recitó Lily meneando el contenido del caldero. Los otros le hicieron segunda.

―Ave en su árbol, ave en su nido, esa será la poción del olvido. Ave en su árbol, ave en su nido, esa será la poción del olvido. Ave en su árbol, ave en su nido, esa será la poción del olvido.

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Se escuchaban los gritos de Malasuerte desde el caldero. Salió de él goteando de un líquido grisáceo.

―¿Qué… qué me hicieron? ―preguntó―. ¿Por qué no recuerdo nada?

―Al menos debes recordar que siempre nos andas fastidiando y que lo que te pase, te lo mereces ―reclamó Dany

―¡Miren mis hermosas plumas! ¡Todas mojadas! ¡Se lo diré a Eduardo!

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