El mundo encantado de mamá Anita

Cuando se pierde la inocencia

Jenny introdujo en seguida a Paquito con sus juguetes, conoció a tantos que se perdió en un mar de nombres. De los pocos que se le grabaron fueron el sargento Hueletodo, un sabueso de fieltro con traje de policía que cuidaba las calles, o el doctor Grizzli, un oso de peluche con bata blanca y una lamparilla en la frente.

―Justo ahora el doctor Grizzli me ayudaba a curar a Lucho Perroblanco ―le mostró un perro blanco de peluche con orejas negras, quien llevaba la pata delantera izquierda en un cabestrillo―. Se rasgó su brazo por tratar de corretear un auto.

―Supongo que ya estás bien ―dijo Paquito. El perro asintió con la cabeza

―Lucho no puede hablar ―dijo Jenny, sonriendo y acariciando la cabeza del perro―. Es lo malo de los peluches, tienen la boca cosida, los de plástico y vinyl sí pueden ―Jenny bajó un poco la voz―, pero son un poco chismosos así que no les hagas mucho caso.

Paquito estaba fascinado, casi todo en ese lugar eran juguetes de niña, sin embargo, estaba tan encantado con los pequeños autos y un par de aviones que no le importó que tuvieran vivos florales en colores pastel.

El tiempo se fue rápido. El ventanal que tenía esa habitación siempre daba paso a una pradera soleada y tranquila y nunca notaron que el sol se estaba poniendo al otro lado de la puerta si no hasta que medianoche cruzó para dar aviso de que era hora de cenar.

―¿Cómo lograste que entrara en tu mundo? ―dijo el gato, sorprendido de ver a Paquito con ella.

―Entró por sí solo, ¿puedes creerlo? ― Jenny estaba feliz―. Encontró la puerta. He intentado muchas veces que los mellizos, Dany y Susy la vean y no lo logré, pero él pudo entrar.

―¿Por qué es difícil encontrar la puerta? ―preguntó Paquito.

―Cada mundo creado por los que tienen el encanto posee más magia si está dentro de otro ―explicó medianoche ― Y por ende es más difícil de crear o compartir, se necesita de un encanto muy fuerte.

―¿Cómo se obtiene un encanto fuerte? ―preguntó Paquito

―Con amor ―Medianoche saltó a lo alto de un edificio para quedar frente a frente con Paquito―, mientras más amor puedas dar, más fuerte será tu encanto. Pero ya hablaremos de eso, ahora vayan a cenar antes de que Eduardo comience a preguntar por ustedes.

Pasaron tres meses y la gira por Venezuela se dio por terminada. Durante ese tiempo, Paquito ya no se sintió tan aislado, pasaba gran parte de sus ratos libres en la ciudad de los juguetes. Regresaron a México donde tendrían un mes de descanso antes de ir a una nueva gira en Inglaterra. Eso fue un alivio pues los ensayos de nuevas obras no les absorbían tanto y por ende tenían más tiempo libre, el cual ocupaban en perderse en la ciudad de los juguetes, la cual ya estaba llena de juguetes de niño para ese entonces.

Era verano y los días en la ciudad de México eran lluviosos. Mamá Anita no diferenciaba el clima de fuera que el de dentro de su mundo y por eso los dos niños preferían pasarla en su ultramundo. Paquito observaba con interés el prado fuera de la ventana, Jenny le había dicho que jamás había podido llegar allá. Era un paisaje que adornaba su ventanal, pero no podía salir a él y era una pena pues parecía un sitio maravilloso, y lo más increíble era que conforme Paquito pasaba más tiempo en él, ese sitio ulterior más se parecía a San Juan Tejamanil. Pero había algo más, Paquito se imaginaba que detrás de esas montañas boscosas había una enorme playa de aguas azules. Desde que los llevaron a Acapulco, tenía un sueño recurrente en el cual sólo tenía que cruzar el monte para llegar a una ciudad llena de niños jugando con el mar en lontananza.

Miró a la izquierda, quizá donde el bosque se perdía en el ventanal, encontraría la iglesia del padre Ramiro, además de la casa de la cariñosa señora Viviana que seguramente les esperaría con un pastel de cumpleaños, su clásico tronco navideño de chocolate en navidad o dulce de calabaza para día de muertos. De algún modo sabía que podría encontrar ahí todo ese tipo de cosas que un niño disfrutaría, todo ese tipo de cosas que sus amigos del orfanato apreciarían.

Fue como tener un hambre de muerte y ver una mesa llena de deliciosa comida detrás de esa ventana. Un deseo inminente creció en su pecho de tal forma que sentía que no podía conformarse con mirar desde el ventanal, tenía que entrar, esa ventana se tenía que convertir de algún modo, quizá con las líneas que se dibujaban afuera, formando una terraza con una escalera de caracol que bajaba al prado, y con los rectángulos que transformaban el ventanal en un cancel estilo francés, muy parecido al que tenía el padre Ramiro en la oficina de la parroquia, y podría salir sólo tomando esa manija que había aparecido al centro del cancel.

Paquito estaba asombrado, tal y como lo imaginó se volvió realidad, en verdad había deslizado la puerta del cancel y estaba parado en esa terraza de concreto. Una enorme sonrisa se dibujó en sus labios, todo estaba ahí, detrás del edificio una iglesia idéntica a la del padre Ramiro. Y lo mejor de todo, entre los árboles estaba la vieja casa de la señora Viviana, con humo saliendo de su chimenea.




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