El mundo encantado de mamá Anita

El destino en el tunel

―¡No puedo creerlo! ―doña Viviana estaba en el asombro y la indignación total― ¡Eduardo es un…!

La anciana caminó hacia la pared donde siempre desaparecía Paquito, tentando con sus manos. Negaba con la cabeza.

―Sólo hay una forma… pero es arriesgado.

―¿De qué habla? ―preguntó Paquito quien observaba con curiosidad los movimientos de la anciana

―Hijo, tengo que enfrentar a mi hermana y a mis sobrinos, pero para ello tengo que intentar algo muy arriesgado.

―¿De qué se trata?

―Te voy a pedir que entres en tu ultramundo y desde la puerta me llames a gritos. Vas a poner las manos, ambas manos sobre la puerta y no dejes de gritar mi nombre y de algún modo haz que tu corazón desee más que nada, encontrarte conmigo.

Paquito no entendía, pero obedeció. Puso sus manos sobre la puerta en su propio mundo y comenzó a gritar el nombre de la señora Viviana. No pasaba nada, pero quizá eso era bueno pues se desesperaba cada vez más y eso ayudaba a que su corazón deseara que ella lograra cruzar esa puerta, realmente necesitaba que ella al fin cruzara la puerta.

Pero en lugar de eso, una enorme energía comenzó a crecer al momento en que él también escuchaba, muy lejanos, los gritos de la señora Viviana llamándolo por su nombre. Esa energía iba creciendo como una esfera de agua. De repente sintió una especie de estallido que lo arrojó varios metros atrás, no era que hubiera explotado, si no que creció repentinamente. Ahora se encogía poco a poco hasta quedar como una membrana de jabón en la puerta. Viviana se veía al otro lado de la membrana.

―Señora Viviana ―Paquito se levantó queriendo correr hacia ella

―¡No! ―ordenó ella estirando su mano, indicando que se detuviera―. No debes pasar por aquí ahora

―¿Por qué? ¿Qué es esto?

―Un ultramundo creado por la desesperación que tenemos ambos, pero es un mundo que no es ni tuyo ni mío, es de ambos y de ninguno al mismo tiempo por lo que no tenemos control total sobre él. Si entramos, nos costará mucho trabajo salir.

―¿Qué debo hacer con él entonces?

―Imagínalo más pequeño. Tan pequeño como para que quepa en el bolsillo de tu pantalón

Paquito y la anciana se concentraron en la membrana, la cual iba empequeñeciendo, pero conforme se reducía, la silueta de la señora Viviana se perdía detrás. La cabaña ya no estaba ahí, y la esfera había quedado del tamaño de una canica que Paquito tomó en la palma de su mano.

―¿Señora Viviana?

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―Aquí ―la voz salió de la esfera―. Aun estoy en mi casa. Te tengo un trabajo, deberás llevar la esfera contigo y buscar la oportunidad idónea de ponerla justo en la puerta del mundo de Ana cuando ella esté por cruzar. Eso creará una copia de su propio mundo encantado, pero en el que yo puedo entrar, pues tiene parte del mío. Sin embargo, debe coincidir con un momento en el que yo esté al otro lado de esta puerta. La harás caer en esta trampa para que ella y yo ingresemos en este mundo y al fin ajustemos cuentas.

―Pero ¿y si después usted no puede regresar? Si va a estar en la puerta de mamá Anita, tendrá más del mundo de ella que del suyo ―Paquito se notaba preocupado. Doña Viviana lo pensó por tantos segundos que dudó si realmente estaba segura de lo que pensaba hacer.

―Pero fui yo quien creó esta membrana, y será a ella a quien se le dificulte más salir de él. Ahora ve y estate atento, espera el momento preciso y aléjate para que no quedes atrapado.

Paquito asintió y guardó la canica en su bolsillo derecho, caminó rápidamente hacia el edificio que daba entrada a la ciudad de los juguetes cuando vio a Jenny salir apresuradamente. Se paró en la entrada y comenzó a hacer señales, como indicando a alguien que pasara. Dos vacas y dos becerros caminaron lentamente por la terraza.

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―Tengan cuidado con los escalones, la última vaca se resbaló al llegar abajo.

―¿Jenny? ―Paquito fruncía el entrecejo. No eran los monos, si no Jenny quien provocaba el extravío del ganado.

―¡Franz! ¡Por favor…! ―la niña se veía muy nerviosa―, ¡no vayas a decir nada! Es que…

―¿Crees que después de ver lo que hizo Eduardo con Dany y los mellizos voy a decir algo? ―reclamó acercándose a grandes trancos―, te arriesgas demasiado…

―No es problema ―la niña bajó de la terraza de un salto―, lo hago cuando sé que ellos están ocupados.

―Pero ¿por qué lo haces? ―Paquito veía con interés a las vacas que observaban los alrededores.

―¿Libres? ―dijo una de las vacas con una voz gutural

―Sí, esto es la libertad ―explicó Jenny―. Franz, les he estado enseñando a hablar. Es que no se me hace justo, nosotros somos huérfanos y dejamos que mamá Anita sacrifique a las mamás ―la niña señaló a las vacas y luego a los becerros―, dejando a los hijos huérfanos sólo para poder comer carne y no me gusta la idea.

―¿Cuántos has traído aquí?

Jenny se encogió, avergonzada. Señaló hacia la montaña, sólo entonces Paquito notó que entre los árboles caminaban algunos borregos, vacas, cerdos y al parecer, aves de corral.

―Sólo las que son mamás y sus hijos. Aún no saben hablar bien nuestro idioma y no entienden muchas cosas, pero yo les he estado enseñando. Además… ―Jenny bajó la voz―, ¿crees que Dany y los mellizos hacen bien al querer escapar?




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