El mundo encantado de mamá Anita

Franz protector

No necesitaban preguntar quiénes eran los dos jóvenes que acompañaban a Giovanni. Ellos fueron los primeros en perderse en el terrible mundo de Eduardo, aquellos cuyos padres murieron seguramente intentando que Eduardo les devolviera a sus hijos. Se acercaron a Giovanni una vez que Violeta se calmó y le ayudaron a caminar.

―¿Alexandra? ―preguntó mamá Anita.

―¿No nos reconoce ya, mamá Anita? ―la joven estaba pálida y sucia, pero no se le notaba débil―. Teníamos sólo quince años cuando una de las rabietas de su hijo nos obligó a perdernos en ese mundo de oscuridad y frío.

―Los cuervos nos mandaban algo de comida, pero fue gracias a Alexandra que no morimos de frío ―intervino Jonathan―, mi odio y temor limitaron mi encanto, pero no el de ella. Logró crear un mundo cálido y con algo de luz en el que pudimos sobrevivir.

―Pero yo casi no lo logro ―Giovanni hablaba con dolor en su voz ― Si ellos no me hubiesen encontrado, yo estaría muerto, era casi imposible soportar el frío en ese lugar.

―¡Aléjense! ―Eduardo caminaba hacia atrás mientras los jóvenes avanzaban amenazadoramente.

―¡Basta de peleas! ―ordenó mamá Anita―, Eduardo, me juraste y me perjuraste que estos muchachos habían escapado.

―¡Es que yo pensé…!

―¿Tienes idea de la gran cantidad de problemas en los que nos pudiste meter? Por fortuna los padres se dejaron sobornar, que si no…

―Ellos no se… dejaron sobornar.

Pablo llegaba arrastrando los pies, su mano apretando fuertemente su costado derecho, en donde la sangre empapaba su camisa.

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―¡Hijo de mi vida! ―Anita corrió a atender a Pablo―. ¿Qué sucedió?

―Que Eduardo intentó conmigo lo mismo que hizo con los padres de esos muchachos ―al decir eso, Alexandra ahogó un grito―, lo mismo que hizo con el abogado de Gio.

―¿Qué le hiciste a nuestros padres? ―gruñó Jonathan. Dany y los mellizos se unían a los otros prisioneros, observando amenazadores a Eduardo.

―¡Por amor de Dios, Eduardo! ―chilló mamá Anita―. ¿Es que no tienes control de tu temperamento?

―¡Fue un accidente! Ese hombre sacó un arma, ¿esperabas que no me defendiera? ―la ira hizo que el temor desapareciera de Eduardo―. Y del abogado ese, estabas completamente satisfecha de que te quitara esos problemas de encima ¿O no? Cuando te dije que este estúpido quería pedir su dinero no te pareció en lo absoluto y tú te mostraste muy satisfecha cuando te dije que me había librado de él. Si estos tarados no hubieran…

―¡Deja de insultarnos idiota! ―chilló Alexandra―, ¿qué le hiciste a nuestros padres?

―¡Dije que basta! ―Anita evaluaba con preocupación la herida en el costado del cuerpo de su hijo―. Vamos a tu casa corazón ―era la primera vez que la escuchaban hablar maternalmente fuera de los teatros―, haré una infusión que curará esa herida de inmediato.

Pero los chicos rodearon a Eduardo sin dejarlo ir. Los cuervos llegaban uno a uno encaramándose en los árboles de los alrededores.

―¿Qué le hiciste a nuestros padres? ―insistió Alexandra

―¡Malasuerte! ―gritó Eduardo, el cuervo voló hasta el brazo de su amo

―¡No se atrevan a acercarse a él o no respondemos! ―amenazó el cuervo

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―Eduardo el valiente ―dijo Dany con sorna―, siempre flanqueado de su montón de cuervos.

―¿Insinúas que soy cobarde? ―gruñó Eduardo―, mira lo que puedo hacer aun sin los cuervos.

Eduardo corrió hacia las ruinas de su antiguo túnel. Los ladrillos comenzaron a volar transformándose en rejillas y agujeros oscuros que cayeron en el suelo, formando un pozo sin fondo, cubierto de esas rejillas que rodeaban a Eduardo.

―¡Mientras uno solo de esos ladrillos esté en este mundo, y yo tenga este amuleto, conservo parte de mi poder!

Un viento comenzó a emanar de la nada, absorbido por el pozo que Eduardo recién había creado, como una enorme aspiradora que hizo a los chicos perder el equilibro, lentamente eran arrastrados hacia el pozo, Eduardo estaba parado sobre las rejillas riendo malévolamente.

―Entonces, ¿quién se atreve a amenazarme? ―dijo entre carcajadas―. Ahora la rejilla es lo suficientemente pequeña como para que no caigan, pero puedo hacer que se abra aun más ¿Y saben qué puede haber dentro? No sé… se me ocurre que quizá ese pozo tenga en el fondo un poderoso veneno.

―¿Qué es lo que quieres? ―chillaba Alexandra sosteniéndose fuertemente de un árbol para no ser absorbida

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―¡Lo que he querido siempre! ¡Que se pongan a trabajar sin distracciones, sin pedir más de lo que necesitan para vivir y, sobre todo, sin querer huir luego de robar nuestro dinero!

―¡Lo que quieres son esclavos! ―Giovanni era abrazado por Christian sobre un árbol, protegiéndolo de no caer en el pozo.

―¿No lo quieren aceptar? No hay problema, vayan todos al pozo

―¡No puedes acabar con todos nosotros! ―reclamó Lily―, mamá Anita no estará…




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