El mundo encantado de mamá Anita

Epílogo. La cuarta puerta

La ciudad de los juguetes se veía tan alegre y vivaz como siempre. Medianoche caminó cabizbajo entre los peluches que presenciaban la pelea de box de unos muñecos de madera. El doctor Grizzli caminó hacia el gato al verlo tan triste.

―No sé cómo decirles que Jenny no regresará más ―susurró el gato.

―Simplemente no les digas nada.

El oso se detuvo frente a medianoche ofreciéndole una paleta de frambuesa.

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―Gracias doctor, pero los gatos no comemos caramelos.

Paquito continuó su camino hasta el cancel que daba paso al mundo que él había creado. Medianoche agachó más la cabeza para evitar el brillo de sol que caía a raudales en el suelo de la terraza. De un brinco bajó hacia la pradera, pero no llegó al suelo, dos pequeños brazos lo atajaron al bajar, alzó la mirada y una hermosa niña de pelo rizado le sonreía con ternura.

―¡Medianoche! ―dijo la niña con emoción y abrazó al gato―. ¡Te extrañé mucho!

―Pero… ¿Lograste crear una visión de Jenny en este mundo? ¿La reviviste?, ¿qué hiciste?―preguntó asombrado a Paquito mientras la niña continuaba abrazando.

―Nadie tiene un encanto tan poderoso como para revivir a un muerto ―dijo Paquito sonriendo.

―No soy una visión, medianoche. Soy yo ―dijo Jenny colocándolo en el suelo y poniéndose en cuclillas frente a él―, nunca me fui.

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―Pero ¿el pozo…?

―No queríamos que Eduardo escuchara de estos mundos o mandaría derribar los departamentos ―Teko estaba encaramado en la rama de un pino cercano. Se acercó volando y se paró a un lado del gato ― Por eso le pedí a Franz que no hablara de ello. En ese pozo, entre los dos lograron imaginar una salida del horrible mundo de Eduardo, una salida que nos condujo hasta la habitación de Jenny.

―Le dije a Jenny que se ocultara en la ciudad de los juguetes ―habló Paquito―, mi primera intención era lograr que los otros pudieran al fin ver este portal y cruzarlo para poder escapar, pero su imaginación de adolescentes los hace más realistas, Por fortuna Pablo tuvo ese otro plan.

―Entonces ¿realmente eres Jenny? ―el gato comenzó a maullar con dolor mientras se paraba en sus dos patas traseras y las delanteras recargadas en el pecho de la niña

―Sí, no me pasó nada malo.

Medianoche lamió toda la cara de la niña. Ella sólo reía diciendo que le hacía cosquillas con su lengua rasposa.

―Entonces ¿los otros escaparon? ―preguntó Jenny

―Sí, fue grandioso. Y lo mejor es que nadie volverá a esclavizar niños para explotar su encanto.

―Ya me platicarás ―Jenny se paró de un salto tomando a medianoche en sus brazos―, antes quiero mostrarte algo.

Paquito siguió a Jenny hasta el otro lado de la montaña, pero el sendero que siempre tomaban para ir a la playa estaba bloqueado por una puerta de madera apolillada. Jenny abrió la puerta con una enorme sonrisa.

Paquito se quedó estupefacto, simplemente no podía creer lo que veían sus ojos,

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Había un pueblo pequeño, con modestas pero preciosas casas blancas que surgían entre los pinos; una avenida principal terminaba en el mar de aguas verdes y claras; en un parque lleno de juegos, estaban varios niños que reconocía. Eran muchos de sus amigos del orfanato, jugando con otros niños y niñas, ayudados por adultos a volar cometas o sentados en el suelo, rodeando a la señora Viviana quien les leía un libro de cuentos. Al lado del parque estaba la iglesia de Tejamanil, y el padre Ramiro jugando soccer con los niños mayores.

―Bien, introdúcelos ―dijo Teko―, yo voy a visitar a las bellas lechuzas que creaste en el bosque ―dicho esto, el búho se perdió entre los pinos.

―¿Qué es esto? ―preguntó Paquito

―Bueno, recordé el sueño que me platicaste. Tú querías que tus amigos llegaran aquí, así que simplemente lo imaginé.

―Pero ¿y toda esta gente?

― No fue nada difícil ―Jenny se encogió de hombros―, sólo tuve que llamarlos y los que poseen aun que sea un mínimo de encanto acudieron. Vinieron de muchas partes del mundo, de diferentes ciudades y orfanatos. Los que necesitaban a sus padres se encontraron con los que necesitaban a sus hijos. Nadie sabe ni pregunta cómo llegaron hasta aquí, sólo saben que son felices y nadie se acuerda siquiera de que pueden regresar al mundo real.

―Al fin llegas, Paquito ―una mujer bajita, algo regordeta y morena llegaba con un hombre más alto que ella, también moreno, pero más delgado. Ambos miraban a los niños con ternura―. Te estábamos esperando para comer.

―Su madre acaba de hacer pastel de chocolate para el postre ―dijo el hombre―, luego de la comida iremos a jugar a la playa.

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