"Lo que no existió, no existe y no existirá. Pero irónicamente, lo que existió tampoco existe". Explicó alguien sin voz.
La historia que voy a contar no recuerdo quién me la contó. Quizás la escuche en un bar. Quizás fue mi abuelo en una noche de campamento. No recuerdo los nombres que tienen que ver con la historia, y aunque no es buen comienzo de mi parte, recuerdo el aspecto de aquella casa de la que hablaba al inicio de cómo las botellas regadas por su cama desnuda se movían con él. Sus manos desesperadas tapaban sus oídos con rabia mientras que las lágrimas caían a chorros por su cara. Aprovechando la fuerte lluvia de afuera, se lamentaba sin preocuparse por hacer ruido.
No sabría decir si fue por el alcohol lo que se le escurría por los pantalones, seguramente no tenía una vejiga en buen estado. Habían pasado semanas enteras de noches parecidas a esa, en una habitación a oscuras, en una casa con solo una bombilla. Sin mucho resentimiento cada mañana se levantaba entre vómitos, tomaba un baño y poco después iba por un café a la cocina que compartía con algunas ratas. Nunca tomaba ese café, pero pasaba todo el día observándolo.
La lluvia cesó por casualidad al mismo tiempo que sus lágrimas, y mientras que se rendía ante un sueño repentino, esa voz que alguna vez fue su consuelo volvió a atormentarlo con esa palabra recurrente.
—Te amo —se sentó en la cama de golpe, seguro de que su voz había golpeado su oído.
Observó con cautela buscando su rostro en la habitación. No le fue de mucha ayuda la luz de los faros que se colaba por su ventana. No había más que cajas llenas de ropa sucia, envolturas de dulces viejos y varias botellas de marcas diferentes.
Antes de que pudiese caer sobre su espalda de nuevo, escuchó caer lo que juro que fue un utensilio en el primer piso.
—Maldito animal —insultó suponiendo quién había sido.
Hay un detalle especial en la historia, hablaba de una hora en específico que ni siquiera los más valientes son capaces de enfrentar. Esa hora en la madrugada que logra detener tus ganas de ir al baño, en la que la noche parece más oscura, más fría y solitaria. Un momento donde dicen que si le pones suficiente atención al silencio, escucharás el susurro de lo más profundo de tu mente.
Perdió el equilibrio cuando pisó la linterna que estaba al pie de su cama, la tomó y bajó tambaleándose a la cocina. Con la luz blanca fue alumbrando cada rincón del lugar. Desde las paredes desgastadas del pasillo hasta la gotera en la puerta del baño, cruzó la sala fría e imprecó al aire cuando chocó contra uno de los muebles que perdió polvo al chocar con él. Dicen que no salía de ese lugar desde hace semanas, pero parecía estar abandonado desde hace meses. Siguió buscando fúrico hasta que unos ojos brillaron al hacer contacto directo con la luz.
—Cuántas veces te he dicho que te vayas —le reclamó al gato tomando una cucharilla sucia.
Dio un paso más, no se perdonaría si fallaba, reunió fuerzas y cuando estuvo listo, una particular voz apareció.
—A ella le gustaba —se frenó en seco al ver esa silueta oscura que apareció detrás del animal—. Pensé que te gustaba recordarla.
Su brazo quedó en el aire, su mano soltó el cubierto y sus piernas comenzaron a temblar en cuanto escuchó la voz.
—¿Acaso me equivoco? —Las manos oscuras y flacas hasta los huesos tomaron al pequeño animal. Se acercó tanto que pudo verse la túnica sucia que vestía.
—No... no soy quien buscas —escupió esas pocas palabras con velocidad.
Toda señal de ebriedad desapareció de él.
—Que la mano no te engañe —se inclinó lentamente hasta que pudo mostrar que sus ojos eran tapados por un tercer brazo que salía desde su espalda—. Eres quien busco —sonrió.
Sus labios vacilaban, sus ojos se llenaron de lágrimas y como reacción a tantas preguntas que le inundaron la cabeza, se orinó los pantalones.
—No me hagas daño —lloriqueó.
Con una sonrisa aquel sujeto tomó postura.
—Este, asqueroso animal —lo remedó—, me ha dicho que querías verme —la luz de la linterna falló y cuando volvió a encender, el gato ya no estaba—. Es un animal sabio, al menos eso le gusta decir.
El joven pensó. ¿Desde cuándo los gatos hablan? Y sobre todo, ¿Cuándo él había hablado con ese?
—¿Qué eres? —Se le escapó la pregunta.
—La oportunidad que tanto le has pedido.
—No eres un ángel... ¿Verdad?
—¿Has visto alguno? —Consideró la pregunta. Realmente no sabía cómo lucía algo como eso, pero que le diera tanto miedo no le daba una buena noticia.
—¿Qué quieres de mí? —Por un momento tuvo la idea de alumbrar el rostro del fenómeno, pero se ahorró verlo de nuevo.
—Le debo más que mis ojos al gato —la luz de la linterna falló de nuevo y al volver, no alumbraba el cuerpo del ser—. A pesar de ser tan interesante, no puede hablar, así que me pidió que hablara por él. Quiere algo que tienes y tú quieres algo que puedo darte —sus manos lo tomaron lentamente por los hombros—. Solo debes escuchar.
La luz de la linterna falló y no volvió.
Editado: 05.11.2025