—Yo... —dudó, mientras que las manos frías de la aparición lo apretaban.
—No deberías pensarlo demasiado. ¿No eres capaz de luchar por el verdadero amor? —fue directamente al grano—. ¿No es amar aferrarse a lo que verdaderamente importa?
Su frase despertó ese lado suyo que el joven cubría con alcohol. Volvió la luz de la linterna y alumbró algunos papeles regados en una mesa que tenían de frente; eran las mismas hojas que le habían dado la peor noticia de su vida. No entendía cómo habían llegado hasta ahí, pero antes de que pudiese pensar en eso, una de las manos del sujeto le enseñó una foto vieja manchada de café.
—¿No hay cosas que valen la pena sacar del pasado? —sus ojos se quedaron atrapados en el recuerdo que seguía vívido en su memoria, era ella con él en esa misma cocina—. ¿Ella no lo vale?
—Ella merece todo eso y más —a sus espaldas el demonio sonrió.
—Tráela aquí, convéncela de volver... vivan la vida que les arrebató.
—¿Es posible? — su mente se iba enredando de a poco en su deseo más íntimo.
—Solo si la convences... de no ser así —siguió antes de que el joven pudiese hablar—. Te quedarás con ella —le susurró a lo último.
¿Qué harías si la cosa que más deseas está detrás de una puerta que puedes abrir? ¿Acaso no serías capaz de aceptar cualquier cosa por tener esa oportunidad?
No sé si él estaba pensando o era el alcohol, no sabría decir si alguna magia recayó sobre el muchacho o si fue la presión de esas manos frías sobre sus hombros, quizás simplemente su mismo deseo lo cegó, pero asintió, y con eso el demonio tuvo suficiente.
Tapó de pronto su rostro con una sola de sus manos, sus piernas fallaron y sintió cómo caía por un vacío enorme. No se escuchaba gritar, pero sus pulmones se quedaban sin aire y su garganta le ardía. No podía moverse, aunque sentía cómo sus extremidades se movían sin control. De un momento a otro, pudo sentir de nuevo suelo debajo de sus pies.
Al sentir el impacto, abrió tantos sus ojos que la luz le hizo daño. Estaba aterrado, confundido, pero seguro de que nada tenía color. Sus manos ya no eran manos y lo notó cuando intentó quitarse una piquiña detrás de su oreja. Lenta y detalladamente observó lo que pudo de su nuevo cuerpo.
Saltó despavorido. Quiso gritar, aunque no hizo ni un solo ruido cuando intentó escapar de sí mismo.
Dicen que corrió por un par de minutos como si pudiera deshacerse de lo que era. También recuerdo que dijeron que aunque no podía ver nada, olía un olor tan desagradable que mis palabras no serían suficientes. No le daba importancia a lo débil que eran los techos mohosos por los que corría, ni a que un humo peculiar saliera por todas sus direcciones. Simplemente siguió corriendo.
—¿Por qué soy esto? —se dijo para sí mismo—. ¿Soy yo? No puedo... —finalmente, una de esas láminas de techo por el que iba se desplomó.
Comenzó a caer chocando con un montón de tuberías calientes y frías. Me atrevo a calcular que cayó a lo que sería un edificio de unos tres pisos. El polvo que esparció al terminar de caer le sacó unos cuantos estornudos. Con eso logró sacarle una pequeña carcajada a algo que pasaba por ahí.
Cada pelo de su nuevo cuerpo se levantó y, agobiado, se arrinconó en contra de la primera pared que consiguió.
—Disculpa, no quise asustarte —dijo una voz femenina—. Eres el primero que veo de tu clase — finalmente la araña salió de las sombras.
Aracnofobia, se le llama a la fobia a las arañas, él no padecía esto, pero su reacción mostró algo diferente: saltó con fuerza hacia la pared que había escogido como lugar seguro y terminó partiéndola, mientras caía se dio un par de veces contra los ladrillos del lugar hasta que cayó en un sitio familiar.
—Ya sabes lo que dicen —dejó caer el cuchillo con fuerza—. Cría humanos y te sacarán las vísceras —terminó de decir el cerdo rebanando una mano que cayó no muy lejos del intruso que había caído en la cocina.
Como era de esperarse, armó un revuelo al darse cuenta de que eran los cuerpos helados en los arneses que colgaban sobre él. El ruido llamó la atención del cerdo que dejó caer su teléfono de su oreja al escuchar tal desastre.
—¡Otro niño escapó de las ollas! —informó antes de darse vuelta—. Richard jamás hace bien su trabajo... —se detuvo al ver que no era lo que pensaba.
—¿Qué es eso? —preguntó curioso uno de sus compañeros que llegó corriendo a la cocina.
—No tengo idea —ambos se le quedaron viendo cómo chocaba con los utensilios y con cuerpos tirados en el suelo—. Acaba con los adultos que te quedan antes de que esa cosa los contamine.
—Pero, me gustan cuando se retuercen —explicó el cerdo Richard—. Hacen un sonido chistoso cuando les das con el martillo.
La araña preocupada salió a ver por encima de ellos. Mirarlo correr tan desesperado logró tocarle el corazón y, en cuanto pudo, se movió en misión de ayudarlo.
—Ve por el machete, quizás sabe a pollo —mientras que ambos cerdos reían a carcajadas, el joven desesperado buscaba la manera de escapar por alguna de las ventanas.
Editado: 05.11.2025