—No me importa qué sea —dio un paso cauteloso, viéndolo intentar escapar desesperado—, puede que sea comida.
Ambos cerdos caminaron desde direcciones diferentes para así atraparlo sin hacer más espectáculo.
A pesar de los muchos intentos, por donde fuera que corriera, conseguía más cuerpos sin vida y más ventanas selladas con maderas y clavos. Ya comenzaba a dudar si saldría de ahí.
—No sufrirás después de esto —se relamió los labios, calculando el golpe al animal que se había atrapado en una esquina.
De pronto, sin previo aviso, una olla de hierro cayó sobre la cabeza grasienta del cerdo más cercano. La araña aliviada siguió tumbando los objetos que había adoptado en algún momento como su vecindario, dando todo en busca de ayudar al joven.
El cerdo Richard reía a carcajadas hasta que uno de esos polvorientos utensilios cayó sobre él. En ese instante, sus miradas se centraron en el techo.
—¡Corre! —mandó la araña cortando las telarañas que había tejido durante décadas, las cuales mantenían gran parte del techo unido.
No entendía bien su nuevo cuerpo, pero en cuanto vio venirse el techo abajo, corrió tan rápido como pudo hacia donde vio deslizarse a la araña.
Ambos cerdos se vieron a la cara y corrieron como locos hacia fuera del lugar.
Finalmente, el techo dio con el suelo y el polvo se adueñó de los alrededores.
—¿Qué acaba de pasar?—preguntó un cerdo que apenas llegaba, mientras tosía.
Del polvo, como bala, salió el joven hacia las salas del restaurante. Se le hizo sencillo pasar por debajo del mostrador y saltar alguna que otra silla en el suelo. Buscaba la salida, pero entre los comensales comenzó a causar emoción.
En seguida, una vaca más gorda que cualquier vaca que hayas visto antes se tiró encima al sentirlo pasar cerca. Apresurado, se subió a la mesa sin querer y llamó la atención de los demás.
Dicen que era una sola mesa, que yo recuerde, el pobre joven saltaba de una a otra buscando librarse de los animales de granja que con los ojos vendados chocaban entre sí intentando dar con él.
Entre tanto, lío, Richard, el cerdo, salió con una escopeta en mano y sin medir daños disparó sin vergüenza. Una oveja cayó muerta por un balazo justo detrás de nuestro protagonista y le dio más razones para correr. Pero, le sirvió como distracción, porque todos los demás animales, al dar con el cuerpo, comenzaron a devorarlo como si no fuesen comido en años.
Una voz de esperanza lo llamó desde la puerta principal. La araña había vuelto por él.
No sabría decirte cómo esa ventana por la que planeó escapar estaba rota. Quizás, fue un balazo, posiblemente estaba así antes, pero dudo mucho que haya sido la araña.
Con la adrenalina al tope, saltó por el hoyo de la ventana donde lo esperaba su nueva amiga. Se tomó de él cuando este salió y juntos cayeron dando vueltas por el risco que daba entrada al lugar. Alguno que otro gallo, que estaba haciendo fila afuera, saltó desesperado detrás de ellos. A diferencia de los escapistas, ellos dieron contra el suelo directo y ellos llegaron rodando hasta el final.
En el desemboque de la cañería del restaurante, una araña y su nuevo compañero tomaban conciencia sin darse cuenta de que la sangre de las aves a su alrededor atraía otra criatura.
—¡Aléjate de mí! —dijo él—. ¿Cómo es que sonríes?
—Eres un gato bastante nervioso —bromeó.
—¿Me escuchas? —recalcó con velocidad—. Ni siquiera yo lo hago.
—Entre animales nos entendemos, no hace falta escucharte.
—No soy un animal —corrigió con velocidad.
—Sí, ninguno de aquí sabe lo que es realmente.
—Te lo digo en serio. Un ser me ha transformado en esto.
—¿Qué eras antes de esto?
—Un hombre, humano.
La mirada de la araña le contestó, no sabía de qué hablaba.
—Lo que... —miró arriba—, comían los cerdos —explicó.
—¿Comida? ¿Eras comida?
—No. Los humanos no son comida, no deberían comerlos.
—¿Por qué no? Son bastante nutritivos para los animales de granja que llegan al restaurante, y para quienes se pueden dar el lujo —el gato volteó hacia los gallos y les dio un vistazo lleno de terror—. Eres el primer gato que veo por aquí, ¿Cómo fue que llegaste hasta aquí?
Miró de nuevo a la araña. No sabía qué era lo que hacía en aquel lugar. Pero ni siquiera recordaba su nombre. Así pasaron un par de minutos hasta que la araña volvió a hablar.
—Te entiendo, te tomará tiempo saber quién eres realmente. Perdí mi pata el mismo día que me di cuenta de que somos animales perdidos —le enseñó el lugar donde le faltaba una pata—. No tengo hogar ahora, podría acompañarte mientras dejas de pensar que eres comida —de nuevo le sonrió de esa forma rara en la que solo una araña puede sonreír.
—Este no es mi cuerpo, debo volver a él.
—¿Cómo recuerdas eso y no sabes a qué vienes? —dejó la pregunta en el aire—. Lamentablemente, para ti, gato, no puedes huir de quién eres.
Editado: 05.11.2025