El loro curioso los detalló con cuidado al pasar frente a su jaula. Siguió repitiendo de manera sarcástica lo que había escuchado de la araña, incluso luego de que desaparecieron por el pasillo.
El gato no dejó de buscar algo que pareciera una salida o al menos un lugar por donde hacer una. Por otro lado, la araña mediante susurros intentaba que él le diera más explicaciones de lo que sucedía.
Si piensas en una gran cárcel, pensarías en muchas celdas. Pero estoy seguro de que nunca has estado en una para ratas. Hay un detalle en esas, tienen muchos pasillos y muchos agujeros.
De un salto, el gato pasó por encima de algunas ratas guardia. En esto sintió el pinchazo de agujas y arruinó su propio plan.
Llevado por el dolor, corrió sin rumbo. Tan desesperado estaba que incluso chocó con la jaula del ya nombrado loro. En cuanto la jaula tocó el piso, se rompió con facilidad y un bulloso loro comenzó a agregarle drama al escape del gato.
Por cada agujero que entraba, les daba paso a otros tres. Era el miedo su guía, así que terminaba por escoger al azar.
El mismo loro que lo seguía en vuelo lo sobrepasó, y de manera astuta la araña se fijó en que él sí parecía conocer un camino.
—¡Gato! —gritó sujetándose con fuerza—. ¡El loro! —con sus últimas palabras logró hacer que mirara hacia arriba.
Las agujas cruzaban cerca de sus orejas, más ratas desesperadas por atraparlo aparecían y entre tanto desastre por conseguirlo, una de ellas apuñaló a otra sin querer. Con tan solo la primera gota de sangre las ratas hambrientas de afuera rompieron las telas que reemplazaban las paredes y en estampida cayeron sobre todo aquel que estuviera cerca del cadáver.
En poco tiempo, todo el lugar comenzó a derrumbarse encima de las ratas y el ave comenzó a desesperarse. Sin chance para pensar, pareció para la araña que escogía caminos al azar.
Dieron de nuevo con las ratas regordetas que no podían ni correr de su propia mansión y quedaron debajo de las telas.
El ave siguió subiendo a toda velocidad con el gato de cerca. Hasta que por fin entró por la chimenea y como pudo subió lo suficiente para salir. Los tres lograron ver el cielo nublado.
El loro sobrevoló por encima del desastre viendo cómo las ratas obesas salían desde abajo de las telas para ser rodeadas por las hambrientas, siguió hasta una rama de un árbol cercano y se posó ahí.
—¿Salieron? —preguntó con real impresión.
—Casi y no lo logramos —respondió la araña dejando al gato tomar aire detrás de ella—. Gracia...
—¿Qué es él? —interrumpió forzando su vista lo más que pudo.
—Un gato —explicó la araña dándose vuelta—. O al menos así se ve.
—Soy un humano, no sé qué es este lugar, pero no debería de estar aquí —replicó en cuanto pudo.
—¿Qué es un gato? ¿Puede comerse? —siguió el ave acercándose un poco.
—¿Humano? —continúo la araña con el gato—. Lo he escuchado antes, pero no sé qué significa.
El loro pensó en que la araña había enloquecido en el momento en que estableció una conversación con el animal que él no conocía. Según parecía, ella era la única que lo escuchaba o estaba loca.
—Dices que no debes estar aquí, pero —el pájaro se acercó un poco más al insultado gato—. Aquí estás. ¿Por qué?
Logró hacerlo pensar.
Él quiso asegurarse de que las ratas no llegarían a subir hasta el risco y notó que estaban muy ocupadas abajo.
—Estoy en busca de algo que perdí hace un tiempo, algo que no puedo perder —volteó hacia el loro—. Pero no sé qué hago aquí.
Se dieron cuenta de que él no lo había escuchado por su mirada de confusión. Después de quedar en un acuerdo con la araña, ella comenzó a ser su traductora.
—¿Qué perdiste? —interrogó.
—Algo importante —dijo la araña por el gato.
— ¿Por qué lo perdiste si era importante?
—Se lo arrebataron.
—¿Quién? ¿No tuviste que tener más cuidado? —siguió bajando—. ¿Y si no quiere ser conseguido?
—¿Sabes de un lugar con cosas perdidas? —Cambió el tema por orden del gato.
—Sé de alguien que sabe —voló por encima de ellos y se posó sobre las ruinas de las que escaparon—. El perro recoge basura por allá, luego la lleva a aquel lugar.
Las orejas del gato se movieron con entusiasmo; podría conseguir lo que quería. Sentía un alivio real pese a que no se acordara de cómo había llegado o qué debía buscar, pero el instinto ahora era lo único que se le hacía familiar.
—¡No! —fue lo último que dijo el loro antes de salir volando despavorido.
La araña miró al gato y confundidos se concentraron en un sonido particular que se les acercaba.
Editado: 05.11.2025