El Mundo Gris.

Escuché algo diferente.

Un murmullo hizo que abriera los ojos. Se dio cuenta de que no había estado soñando con esas voces, alguien tenía una conversación cerca de ahí.

—Sí —pudo entender al acercarse.

—No —dijo otro.

—Escuché algo diferente —agregó un último.

La araña no se rindió y continuó preguntando sobre la ubicación del basurero del que habló el loro. Pero los topos solo seguían dándole respuestas diferentes y discutiendo entre ellos.

El gato se acercó con cuidado y se sentó al lado de la araña, viendo hacia el hoyo en el suelo de dónde provenían las voces. Esperaba conseguir explicaciones por sí solo.

—Desde hace mucho tiempo dejó de estar en esa dirección, Bob —reprochó el primer tipo al segundo.

—No, no. Las lombrices te comieron el cerebro. El lugar del que habla la dama queda en dirección a la roca azul del fondo —la araña y el gato intentaron buscar la roca de la que hablaban, pero no había ni una roca cerca.

—Escuché algo diferente —agregó el tercero.

—¿Hay alguien más contigo? Percibo un olor diferente —quiso saber el primero.

—Lo dudo, he escuchado que una dama no puede andar con cualquiera en cualquier parte.

—Escuché algo diferente —terminó el tercero como de costumbre.

—Estoy con quien les hablé —se acercó un poco más al felino—. Es un gato.

Me atrevo a decir que ese trío no había guardado tanto silencio en mucho tiempo. Hasta que fue roto por los primeros dos.

—¿Un qué? —preguntaron en coro.

—No sabría explicar —miró al gato—. Está lleno de pelo.

—Seguro es lindo —confirmó el primero.

—Apuesto que puede haber algo más lindo —contradijo el otro—. Yo escuché que tener tanto pelo es malo para la salud.

—Escuché algo diferente —el tercero repitió su frase.

—¿No tienen idea entonces? —Quiso saber la araña con su última gota de esperanza.

—Sí, sigue mis indicaciones y llegarás en menos tiempo del que esperas. Vamos para allá de vez en cuando — mintió, nunca habían salido.

—Nunca he ido, no me gusta cómo se ve — también mintió, eran ciegos —, y he escuchado que ese perro del que hablas es un desordenado.

—Escuché algo diferente —con esas palabras ambos emprendieron su viaje según las introducciones del primer topo.

Era el único que había dado una guía real. El bosque estaba repleto de árboles enormes que al moverse con la brisa rechinaban, eran antiguos y unos estaban repletos, otros estaban secos desde hacía años. Algunos iban creciendo parcialmente, mientras que otros eran tan grandes que ya nadie podía ver su fin. A pesar de la fauna y el lindo paisaje que complementaban los riachuelos, no había nadie viviendo por allí.

—Dime si ves otro árbol crecer de la nada. No quiero acercarme a ellos, no me dan buenas espina —la araña vio hacia arriba y notó lo frondosos que eran, algo dentro de ella se sintió cómoda con eso.

—Estaremos bien.

Pasó una hora de camino cuando un aleteo conocido llegó hasta sus oídos.

—No te has rendido —pareció estar impresionado el loro—. Sí que es importante.

—Lo dijimos, loro —respondió la araña.

—Tú solo hablas, araña —bajó el vuelo—. ¿Y si lo que buscan no está aquí?

«¿Podré comérmelo?», pensó el gato al escucharlo preguntar muchas más cosas como esas.

—El gato está seguro —repitió por décima vez la araña.

—Parece ser muy asustadizo para estar seguro. ¿Estás seguro de que no correrás al ver al perro? Tengo ese presentimiento.

El gato no hizo ninguna seña, siguió caminando pensando en que ni siquiera el emplumado lo haría cambiar de parecer. Algo que era propio de él.

Yo no lo sé, pero ese gato sí que sabía que cuando una idea se le metía a la mente, nada en el mundo iba a detenerlo. Así como ese olor, esa terquedad se le hizo familiar.

La tanta bulla del loro comenzó a molestarlo, hablaba y hablaba. Su voz era chillona, hablaba en voz alta y no dejaba de sobrevolarlos mientras tanto.

—¿Y si no conseguimos al perro? —siguió el loro

Hasta la araña buscaba taparse los oídos para dejar de escucharlo. Era demasiado y no pensaba en detenerse.

—¿Qué tal si alguien más consiguió lo que buscas? —el gato cerró sus ojos buscando no explotar—. ¿Me estás prestando atención? Sabes que puedo tener razón, nunca me he equivocado antes. ¿Qué pasará si cuando lo consigues no lo quieres? O...

—¿Te puedes callar? —gritó el gato, pero para cuando abrió los ojos, no estaba en un bosque, sino en un auto.

Su mirada quedó perdida en la chica que estaba a su lado. Se había quedado sin palabras después de su grito. En su cara se le pudo ver el corazón quebrarse. Como si le fuera dolido tanto como un buen golpe sus palabras.

Él se quedó sin palabras también, ni siquiera entendía qué pasaba. Algo era seguro, esa chica era la dueña de aquel olor que lo cautivaba.

—Lo siento, yo —una por una, las lágrimas de la chica fueron cayendo por sus mejillas—, no quería gritarte, Marina...

Se sorprendió de que su nombre haya salido tan natural de su boca. Ella era alguien importante, lo supo por su nombre.

Nuestro nombre nos da identidad. Somos quienes lo moldeamos y le damos un sentido, una importancia. No solo para nosotros, sino para el mundo en general. Puede haber muchos con nuestro nombre, pero solo un tú. De manera increíble, todo el mundo le hace honor a su nombre, aunque lo lleve alguien más. Curioso, ¿no?

Para el gato ese nombre no significaba nada, pero para ese chico dentro de él, lo era todo. Su cuerpo conoció ese nombre, sus bellos se erizaron, su respiración cambió y su mente le mostró quién era ella.

—¡Gato! —La voz de la araña lo sacó de su trance.

—Sí que es un loro parlanchín— intervino el espantapájaros con el gato en sus manos.



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En el texto hay: fantasia, oscuridad, animales

Editado: 05.11.2025

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