Aún les sorprendía cómo había aceptado ayudarlos. Pero en silencio lo escuchaban ir en contra de los métodos de su dueño.
—En mis tiempos la basura se traía de manera diferente, se apilaba e incluso olía diferente. Estas ideas estúpidas que trae solo arruinan lo bello del lugar —se dieron un momento para ver lo feo que era todo—. No da gracia, y realmente cansa tener que hacer las cosas por él.
Torres de basura se menudeaban hasta donde alcanzaba la vista de cualquiera. Tan grandes como árboles y anchas como edificios. Fácilmente más de unas tres décadas de basura a la redonda. Sería una buena vivienda para un sinfín de criaturas, pero ni una mosca se cruzaba. Raro, sí, pero le atribuyeron este logro al cánino que aseguraba que tenía más años que ellos juntos en ese mundo.
Fueron a parar frente a una puerta enorme. Deslumbrante dentro del panorama. Era de madera robusta y tenía lindos diseños con material amarillo brillante, quizás oro. La sorpresa fue tanta que duraron un par de segundos procesando la entrada, ¿cómo había llegado algo tan precioso como eso al lugar tan horrendo? Sin duda era un misterio enorme, incluso pensaron que en algún momento se pudieron ver más cosas así en ese sitio. Quizás nunca fue un basurero.
—Mi amo los espera adentro —insistió el canino rascándose la oreja detrás de ellos—. No le gusta esperar.
El gato miró a la araña y viceversa. Tragaron hondo y por mero instinto se acercaron a la puerta que se abrió sola para ellos. Lindas cobijas desprendían de las paredes, acompañadas de faroles con luces rojas y una melodía pegadiza de fondo. Ninguno sabía describir la sensación que tenían al caminar, pero el violín ayudaba a entrar en confianza. No había ruido alguno más que el de su respirar. Se podría decir que sus corazones hablaban del miedo que sentían al latir tan fuerte contra sus pechos.
La araña volvió a estar encima del gato.
—Es el final del viaje —dijo para tranquilizar a ambos.
Y él creyó en eso al ver la silueta que posaba al final del pasillo. Dentre las sábanas que ya cubrían su vista y el suelo supo identificar no solo su sombra sino también la voz de la chica que había perdido meses atrás, al tesoro que se había ferrado con su vida.
Corrió pronunciando su nombre. El gato cruzó tan desesperado por dentro de las sábanas que la araña no pudo sostenerse y se cayó.
Finalmente podría verla de nuevo, realmente era ella y la tenía justo frente a él. Siguió detrás de ella llamándola tan fuerte como podía, y cuando la tuvo su espalda frente a él, se frenó. Ella volteó a verlo, y como de costumbre alzó al animal con cuidado.
—Hola, criaturita —pegó su nariz con la suya—.Sabes que a él no le gustas, no deberías estar aquí.
Tan entusiasmado estaba que ni siquiera pensó en sus palabras. Debía convencerla de volver con él, así que intentó hablar. Ella solo escuchó maullidos.
—Seguro no has comido nada, tenemos que hablar sobre tu dieta —sonrió y con suavidad lo devolvió al piso.
Ella caminó hasta una esquina donde no había nada y aunque no quería apartarse ni un segundo de su lado, el gato se quedó mirando detenidamente en lo que haría. La chica subió su mano derecha y tomó el picaporte de una puerta y de dentro sacó una bolsa de golosinas.
—He visto eso antes —se dijo mientras ella volvía hacia él.
Una extraña sensación le recorrió el cuerpo cuando su amada se agachó frente a él. Sin darse cuenta, se alejó unos pasos de ella, algo en todo su ser le decía que había vivido ese momento antes. Hasta que desde detrás de él, escuchó su voz.
—Quizás ya se cansó de esa cosa —se esuchó reprochar.
Se congeló al darse cuenta de que eso no era más que un vil recuerdo. Negándose a eso también quiso saltar a ella, pero antes de que diera un paso alguien más entró dentro de la habitación. El demonio llegó desde atrás de la chica con una sonrisa de oreja a oreja.
El gato de inmediato fue a por ella. Pero los ojos cafés que tanto amaba ver se derritieron y el cuerpo de la chica dio a parar con el piso. No fue más que un saco de tela sin vida y con un rostro ajeno.
—Dime —la voz del demonio vino de todas partes haciendo sentir más pequeño al minino—. ¿Quién manejaba ese día? —el gato fue dando pasos cortos y lentos hacia atrás—. ¿Eras tú quien la llevaba? ¿O el alcohol? —Mientras se carcajeaba una sombra voladora pasó por encima de su cabeza.
—¡Gato, sal de aquí! —gritó la araña lanzándose hacia la cara del ser buscando de ser distracción.
Aunque dio tiempo para que el petrificado animal se moviera, ella no hizo más que caer en las manos del monstruo.
—Tantos ojos y no pudiste darte cuenta —con su otra mano le dio permiso a la sombra alada para que fuera por el gato.
Hizo de su mano un puño y regresó a las sombras.
—¿Creíste que aferrándote a la idea podías traerla de vuelta? Ella ya no existe, nadie lo sabe mejor que tú —el gato logró escabullirse hasta la puerta deseando que esta estuviera de su lado de nuevo, pero el loro pudo alcanzarlo y lo arrojó al suelo con él—. No... no lo hacías por ella, lo hacías por ti.
No iba a quedar atrapado ahí y finalmente había encontrado una razón para callar al ave de una vez por todas. El loro cuidaba la puerta, pero aunque logró frenar su primer ataque, su pico era su única defensa, y no fue rival suficiente para el miedo y las garras del gato.
—Eres tan egoísta que decidiste venir hasta aquí para arrebatarle su paz una última vez —el ave yacía herida en el suelo y el demonio no dudó en pasarle por encima en camino hacia el gato—. No te bastó con quitar los colores de tu vida, quisiste hacer lo mismo.
Aruñaba desesperado las puertas. Sus garras no eran las primeras ahí, esa madera perfecta por fuera mostraba una cara diferente desde adentro.
—Ay gato —las luces fueron menguando—. No importa las veces que me pidas que te traiga aquí, las veces que quiera redimirte, las tantas promesas que hagas en vida —lo tomó al fin—. Sigues sin cambiar el final.
Editado: 27.11.2025