Ryan, sintiéndose curioso y ansioso por explorar, decidió salir de casa sin que su madre, Caroline, se diera cuenta. Caminó por la vereda hasta llegar a un kiosco cercano. Al entrar, se acercó a la señora que atendía y comenzó a hacerle preguntas sobre las galletas que estaban a la venta.
"Disculpe, señora, ¿cómo se llaman esas galletas?", preguntó Ryan con entusiasmo, señalando un paquete en particular. La señora, amablemente, le respondió con paciencia y le dio más detalles sobre el producto.
Sin embargo, la curiosidad de Ryan no se detuvo allí. Con una sonrisa en el rostro, volvió a formular otra pregunta a la señora, interesado en conocer más detalles sobre los productos del kiosco. Comenzó a entablar una conversación animada con la señora, compartiendo su emoción por descubrir cosas nuevas.
A medida que Ryan continuaba con sus preguntas y su charla entusiasta, la señora, sintiéndose abrumada, perdió la paciencia. Con un tono brusco, finalmente le gritó a Ryan: "¡Cállate! Pareces un tonto preguntando tantas tonterías".
Ryan, sintiéndose herido y desilusionado por la reacción de la señora, agachó la mirada con tristeza. En ese momento crucial, la madre de Ryan, que se había dado cuenta de su ausencia, llegó a la tienda buscándolo. Al escuchar el tono grosero de la señora hacia su hijo, Caroline se enfureció y se acercó a ellos.
"Señora, usted no tiene derecho a hablar así a mi hijo. Si no puede tratarlo con respeto, mejor será que cierre su boca", exclamó Caroline con firmeza y protección, llevando de la mano a Ryan para salir de la tienda.
En el camino de regreso a casa, Ryan se sentía confundido por el comportamiento de la señora, mientras Caroline lo reconfortaba, asegurándole que siempre lo protegería y apoyaría.