El mundo es más oscuro, cuanto más indiferentes son las personas, esas fueron las últimas palabras que escuché de mi papá, cuando salió de la aldea no tuvo el valor de voltear a mirarme. Diez años pasaron desde ese día, diez años pensando que mi hermano y yo no fuimos una buena razón para quedarse ¿tan poco nos quisieron? Todo el pueblo le dijo que era una estupidez salir en busca de mi mamá, que no valía la pena seguirla, ella ya se había perdido. Aun así, no le importó y nos abandonó. El sufrió el mismo destino, desaparecer para siempre en el mundo exterior, en las ruinas de la civilización. Mi hermano apenas iba a cumplir cinco años, para él, ellos sólo eran las historias que yo le contaba, no extrañaba a las personas, extrañaba la idea de tener padres.
Se acercaba el día de mi partida, al igual que a mi papá todos me decían que era una estupidez, que mi hermano ya estaba perdido. Pero yo estaba decidida, de cierta manera entendí por qué fue tras de ella... pero no porque nos dejó. Abandonarlo allá afuera nunca se me pasó por la mente, él era mi única familia, hacía cosas estúpidas como todo adolescente, quien no las ha hecho, eso no era razón para dejarlo a su suerte, era mi trabajo protegerlo… y lo iba a hacer.
Como siempre el cielo estaba oscuro, solo unos rayos de luz pálidos se colaban entre las nubes grises y negras, tenues pero suficientes para saber si era de día o de noche. El mundo era lúgubre y frío, siempre lo había sido y siempre lo seria, decían los ancianos, las consecuencias de la arrogancia humana. En alguno de los libros que la vieja Sara tenía guardados, creo haber leído que en un tiempo todo tenía color, las hojas eran verdes, el cielo azul, el agua cristalina, las nubes blancas, el único color que podía recordar era el rojo de la sangre y como le caía de los nudillos, al otro, la boca resemblaba una fuente escupiendo pequeños chorros cuando trataba de respirar, ese color era intenso y parecía brillar. Quede varios minutos hipnotizada, viéndola, era un rojo intenso y brillante. Los dos idiotas que se pelearon por otro lado, eran unos imbéciles, luchando por el amor de una mujer que desapareció poco tiempo después.
Una vez puesto un pie afuera, la gente del pueblo me dio la espalda, la indiferencia se apoderó de ellos, a partir de ese momento yo ya no les importaba, y el mundo se hizo un poco más oscuro para mí. Camine por unas horas, ya casi era medio día, en el exterior todo era muy parecido, los árboles no se distinguían unos de otros por la poca luz, hubo un momento en el que sentí estar andando en círculos, pero me dije que no, no podía ser tan tonta, por lo que continúe con mi búsqueda. Solo podía pensar en encontrarlo, no note el paso del tiempo y ya estaba por anochecer, la oscuridad sería total, para ese momento estaba segura que iba a ser imposible seguir buscándolo, y no sabía cómo regresar, me era difícil recordar que camino había tomado para llegar hasta donde me encontraba… ahora entiendo por qué les dicen perdidos a los que salen.
El cuerpo me tiritaba del frío y no había forma de protegerme de él, pero estaba tan cansada que al final el sueño me ganó. Pase la noche debajo de una piedra, tenía suficiente pasto para hacer de colchón, pero aun así se sintió duro como una tabla. En la mañana me levanté despacio, sintiendo un dolor terrible en cada articulación, apenas me puse de pie escuché unos pasos, abrí bien los ojos y me quedé completamente inmóvil, no por que quisiera, fue el miedo el que no me dejó. Los oía acercarse, era como si alguien arrastrara los pies. Me había acurrucado en medio de las raíces de un árbol, por alguna razón salía calor de ellas, eran tibias, oculta allí nadie me vería. Note una silueta pasar en frente de donde me encontraba, a unos cinco pasos, un escalofrío me recorrió la espalda, quien fuera no se percató de mi presencia, solo siguió su camino. Recuerdo que los adultos nos contaban sobre los cascarones, aquellos que llevaban tanto tiempo en el bosque, que perdían toda la razón y vagaban sin rumbo, esperando la muerte, nunca pensé que me encontraría con uno. Los pasos se alejaron, con cuidado me levanté, miré en la dirección por donde se marchó y caminé en sentido opuesto. De repente escuché una voz pidiendo ayuda, la reconocí de inmediato, era la de mi hermano, volteé a mirar y vi su silueta pasar por un rayo de luz que se escapó de entre los árboles, fue tan solo un segundo, pero pude ver su rostro antes de que desapareciera de nuevo entre las sombras, definitivamente era él. Corrí en su dirección y lo llamé ¡Dante! él se giró de un golpe y me susurró ¿Diana? Una sensación de alivio se apoderó de mi cuerpo, por primera vez desde que salí me sentí relajada. Al llegar a donde estaba lo abracé y le dije cuanto me alegraba de saber que se encontraba bien, entre lágrimas me pedía perdón por lo que hizo, que era un estúpido por salir. Quería preguntarle el motivo por el que cometió semejante estupidez, pero ya de nada valía saberlo, lo hecho, hecho estaba, en ese instante solo pensaba en como regresar.
Comenzamos a caminar sin rumbo, trataba de parecer calmada, pero por dentro el desespero empezaba a apoderarse de mí, miraba en todas direcciones buscando algo que me señalará un camino de regreso, cualquier cosa que se me hiciera conocida, pero nada me era familiar. Poco a poco una idea germinaba en mi mente, la podía sentir crecer con cada paso, sus raíces se apoderaban de cada pensamiento... nos estábamos alejando. Cada vez el paisaje era más extraño, no creía haber pasado por esos lados, Dante me seguía sin decir una palabra, murmuraba para el con la cabeza agachada. Se recriminaba por haber salido, y maldecía a una mujer, no me fue difícil entender que lo hizo porque ella se lo pidió, tal vez por impresionarla o llamar su atención. En el pueblo, cuando salí, no recordé haber visto a ninguna chica preocupada por él, de seguro ni le importó... pobre Dante.
Llevábamos varias horas caminando, el cuerpo ya nos pedía descanso y comida. Escuchamos el correr de agua, debía de haber algún rio cerca, intenté pasar saliva, pero solo sentí mi lengua seca pegarse al paladar. En minutos estábamos a la orilla de esa fuente de salvación, un pequeño riachuelo, bebimos como si nunca lo hubiéramos hecho en nuestras vidas, hasta el punto que terminamos vomitándolo todo, y después, volvimos a hacerlo. Habiendo saciado nuestra sed, el estómago nos comenzó a gruñir, nos miramos y soltamos una carcajada, era la primera vez que alguno de los dos reía desde que salimos. Decidimos pasar la noche en ese lugar, busque un árbol con raíces grandes para dormir, el calor que emitían nos mantendría a salvo del frío, era extraño que generaran calor, pero en ese momento lo agradecía.
Editado: 13.10.2021