Olivia:
Hace 250 años, al terminar la Gran Guerra, la humanidad tuvo que levantarse de entre la destrucción y cenizas.
Reconstruirse y renacer.
Seguir viviendo, en realidad, sobreviviendo, con las consecuencias, que la Guerra había dejado.Toda la muerte y destrucción que había generado aún estaba fresca en la memoria.
Muchas naciones habían caído y la anarquía estaba apoderándose de todo. La sociedad que conocían colapsó, la gente no sólo tenía miedo, sino que además, estaba desesperanzada.
Nuestros antepasados tenían una convicción clara; no volverían a cometer los mismos errores. No dejarían que aquello que nos había destruido volviera a repetirse; por eso crearon una sociedad nueva.
Sabían que el orden era necesario, que las personas deberían respetar las reglas, para sostener la paz y la seguridad de todos.
Lo que digo puede parecer una utopía, y lo fue, en ese momento, pero nuestros antepasados lo lograron. Sobre los escombros de lo que fue nuestra sociedad, se creó New Arlen. Un sitio en el que la humanidad podía volver a creer.
Como su nombre lo indica, era una promesa, para toda esa sociedad, la cual necesitaba volver a sentir seguridad y confianza en sí misma.
Aunque, como siempre, hubo detractores. No todos los ciudadanos aceptaron las nuevas reglas, no quisieron adaptarse y prefirieron el exilio, no sin antes generar nuevos conflictos armados y provocar aún más muertos. El ser humano es violento, pero, aquellas personas, no estaban dispuestas a escuchar, sólo querían caos.
El muro fue creado para separarnos de ellos, de quienes aún hoy, no comprenden que New Arlen es nuestra única salvación. Aislarnos de todo el mundo exterior, de su violencia, destrucción y odio; ese fue el camino que nuestros fundadores siguieron.
Ellos, los salvajes, han intentado durante años, atacarnos, debilitar el gobierno, saquearnos, derrocarnos, asesinarnos... pero no lo han logrado. Seguimos siendo fuertes y sosteniendo las convicciones en las que nuestra sociedad se creó.
En la actualidad estamos más a salvo que nunca, los salvajes permanecen en su lugar, lejos de nosotros.
Hoy, somos libres y estamos gobernados por uno de los mejores hombres que he conocido, uno que se preocupa por todos nosotros, que se ha enfrentado muchas veces a la maldad y odio que nos tienen los salvajes; ese hombre es John Anderson, mi padre.
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William:
Después de la Gran Guerra, que casi destruye todo, la gente necesitaba aferrarse a algo, a cualquier cosa.
Necesitaban creer que había una forma de dejar el pasado realmente atrás, una luz de esperanza, por más ilógica que fuera la idea... necesitaban creer en algo.
Fue en ese momento que la Orden de New Arlen apareció y le hizo sentir a la mayoría que eran lo que necesitaban, aunque no lo supieran.
Así comenzaron a controlarlos, marcarlos como ganado y manejar sus vidas, en todos los sentidos posibles. Desde la cantidad de hijos que se podían tener, casamientos, lecturas aprobadas, creencias e incluso que se decía o no en público.
Hace 250 años, un grupo de personas se dio cuenta de que New Arlen solo provocaría opresión, que era un régimen totalitario, disfrazado de salvación; por lo que decidieron negarse al control. Se levantaron en armas y lucharon por su libertad.
Allí nacieron los primeros Rebeldes.
Como consecuencia de aquel enfrentamiento, los rebeldes, se vieron obligados a abandonar sus tierras, pertenencias e incluso, seres queridos, que no comprendían la realidad de lo que estaba sucediendo. Familias enteras fueron separadas por la absurda creencia de que Arlen los salvaría.
En el momento en que abandonaron el lugar, se comenzó a construir El Muro, para generar aún más división entre quienes aceptaban ser oprimidos y quienes no.
Hasta el día de hoy, vivimos bajo nuestras reglas y en libertad.
El muro que crearon para separarnos de ellos es una farsa; lo hemos atravesado miles de veces y lo seguimos haciendo. Ellos también lo han hecho, pero escapando de Arlen; algunos han logrado despertar y se han unido a nosotros.
El muro no evita los conflictos. Ha habido pequeñas batallas y muertes a lo largo de los años.
La Orden siempre encuentra una nueva forma de culparnos, de justificar su violencia contra nosotros, pero, ninguno de sus líderes, durante todos estos años ha sido tan sádico como John Anderson.