El Muro

III. Decisiones

Olivia:

Caminé las cuadras que me separaban de mi destino con la mayor velocidad que mis pies me lo permitieron. No deseaba cruzarme con nadie o que vieran hacia dónde me dirigía. No solía ir a la casa de Shia y estaba segura de que eso llamaría la atención.

Cuando llegué golpeé la puerta al instante, me abrió.

—¿Despertó? —pregunté nerviosa. Si no lo había hecho, significaba que algo de verdad andaba mal y no estaba lista para ayudarla en ese caso.

—Si, una hora después de que te fuiste. Se ha estado quejando toda la noche. 

Bajó la mirada un poco avergonzado, como si sintiera culpa de lo que estaba sucediendo. Por mi parte respiré aliviada.

Me tomé un momento para mirarlo; estaba claro que no había dormido, pálido y con ojeras. Hacía mucho tiempo que no lo veía así.

—Todo estará bien. —le dije mientras hundía una mano en su pelo y lo despeinaba a propósito. Reprimí el impulso de abrazarlo, nosotros no hacíamos eso, hacía mucho tiempo.

—¿Cómo lo sabes? ¿Tu intuición te lo dice? —preguntó sonriendo.

—No. Mi intuición me grita que nos metimos en algo que hará que nos maten a ambos, pero, por algún motivo, tengo más confianza en mi mellizo y sé que encontrarás la forma de solucionar todo. Siempre lo haces.

—Shia es la lógica, el que piensa frío, el que analiza antes de hacer algo y Olivia el corazón, la que actúa sin pensar demasiado. ¿No es así? —dijo sonriendo amargamente, recordando la forma en la que nos decía nuestra madre. Le devolví el gesto y acto seguido me dirigí a la habitación.

Allí estaba la chica; si alguien me hubiera preguntado, le diría que parecía más mi hermana que la de ese tipo que estaba sentado en los pies de la cama. Su cabello era castaño, sus ojos color miel, piel ligeramente tostada y de complexión delgada.

—Volviste. —me dijo el salvaje por lo bajo.

—Will, trátala bien. —Su comentario no me había parecido agresivo, pero, ella lo conocía más que yo y esperaba que eso no cambiara. —Soy Emily. Quería agradecerte por lo que hiciste. Will y Shia me contaron. —su voz era dulce, pero un poco ronca, supuse que por los golpes que le habían dado.

—¿Por qué te atacaron? —pregunté mientras me sentaba en la cama a su lado, ignorando completamente unos ojos verdes que seguían todos mis movimientos —¿Qué pasó?

—Los malditos estaban... torturando a... un perrito. Les dije que se metieran con alguien de su tamaño.

—Eso te pasó por descuidada. —dijo Will por lo bajo.

—Ya me has regañado toda la noche. Deja de molestar. —replicó enojada. Él bajó la mirada y sentí como se apoderaba de mi rostro, una enorme sonrisa.

—¿Para qué cruzaron el muro? ¿Por qué se arriesgaron? 

La miré y ella levanto la vista para dirigirla a su hermano.

—Mientras menos sepas, mejor. ¿No lo crees?

La respuesta no me había dejado conforme para nada, pero debía admitir que tenía razón.

—¿Desayunaste? 

La interrogué volviéndome a centrar en lo que realmente me había traído hasta ahí.

—No tenía hambre pero este sujeto me obligó. —Giré para mirarlo y por primera vez lo vi sonreír. Sentí que había estado mirándolo por horas, hasta que el hechizo que me había lanzado se desvaneció. —Muy bien. Toma esto. —Saqué de mi bolso los analgésicos. —Cada seis horas hasta que vuelva. ¿De acuerdo?

—¿Cómo conseguiste tantos y tan rápido? —Shia estaba detrás y mi miedo se hizo realidad.

No podíamos tener medicamentos en las casas. Solo los recetados y en la cantidad exacta que se nos dice. Ni más, ni menos.

Mire un segundo a Emily y luego a Shia. Sentía como los engranajes de mi cerebro se movían a toda velocidad. Decidí que debía decir la verdad, al menos parte de ella.

—Los robé del hospital. Pero no se preocupen, nadie se dará cuenta de que faltan. —Intenté parecer segura, pero era obvio que mi hermano no me había creído. —También te traje ropa limpia. Supongo que tendrás ganas de bañarte y de sacarte esa ropa con sangre.

—Gracias. Estos dos neandertales jamás lo habrían pensando. —Me sonrió ampliamente, lo que hizo que sintiera un poco de orgullo. —Iré ahora. —agregó.

—Yo tengo que ir a trabajar. Volveré más tarde.

Saludé con un gesto y me dispuse a irme de la casa. Sin embargo, tenía la mano en el picaporte cuando alguien me tomó del brazo y me giró.

—¿Vas a hablar? —me preguntó con esos ojos espantosamente fríos.

—No habría venido si fuera a hacerlo. ¿Esta es la forma en la que agradeces? Salve la vida de tu hermana. Te la estoy perdonando, a ti y a ella, no tendrían posibilidades si abro la boca. ¿Sabes quién es mí padre? 

Me solté de forma brusca, odiaba que me agarrara del brazo.

—Lo sé perfectamente princesa. —Volvió a tomarme, pero esta vez la muñeca, tirando hacia él. —Si quieres hablar hazlo, pero no hasta que Emily pueda irse. — me estaba hablando muy bajo, hasta podría decir que rogaba y eso me conmovió un poco.

—No voy a decir nada. No voy a poner en riesgo a mi hermano. —respondí haciéndome la fuerte y aparentando frialdad. —Ahora si me disculpas debo irme. —le eché una mirada asesina y me fui.

*****

William:

Arlen es aburrido. No hay nada para hacer. Tuve que estar toda la tarde mirando la cara de Shia, que no es para nada jocoso, ya que las pastillas que se había tomado Emily, la durmieron.

Estábamos sentados en la cocina, esperando algo, no sé qué... tal vez morir espontáneamente del hastío.

—¿Quién es Aidan Finnes? —pregunté, intentando sacar un tema de conversación.

—¿Cómo sabes ese nombre? —Shia estaba semi dormido, pero cuando escuchó que lo nombraba se puso alerta.

—Solo responde la pregunta. —giré el vaso que tenía en la mano sin mirarlo.

—Es el asistente personal de mi padre... y el prometido de Liv. —En ese momento sí lo miré, algo en mi se desplomó. —Van a casarse. En seis meses.




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