El Muro

IV. Hermano

William:

Por favor que no esté en la casa. Por favor que no esté en la casa Repetía para mis adentros una y otra vez, como un mantra. La chica había dicho que iba a volver, ojalá no lo hubiera hecho aún.

Si Edgar la veía comenzaría a hacer preguntas que ni ella, ni nosotros podríamos responder.

Mi plan era bastante simple. Llegábamos a la casa de Shia, Edgar veía a Emily. Yo recibía algún insulto por mi falta de inteligencia, por no cuidarla como debía y nos íbamos. Rápido. Teníamos otras cosas que hacer.

Aunque con mi hermano, nunca se sabe.

— ¿Cómo la descubrieron? — preguntó de repente, en el momento en el que atravesamos el muro. — ¿Dónde estabas cuando la atacaron?

— Hacíamos un reconocimiento de la zona, nos separamos para que fuera más rápido y... unos adolescentes la atacaron. No sé qué hacían a esa hora en la calle. Ellos no salen de noche.

— Lo que hacían ellos no me interesa. Sabes que no puedes dejarla sola. — masculló molesto. — Era su primer encargo y te separaste de ella.

Me giré para mirarlo, molesto: - No lo era. Ha tenido cientos de ellos. Desde los 15 años que atraviesa esta puerta. Lo sabrías si estuvieras en casa, si no me hubieras dejado a cargo de ella y si nos hablaras. ¿Sabes lo difícil que es al menos? ¿Lo difícil que fue?

— Eras completamente capaz de cuidarla cuando te dejé a cargo de ella... — no me miraba y eso era lo que más odio me generaba.

— ¡Tenía 11 años! No podía hacerme cargo ni de mí mismo. Mamá había muerto y nos dejaste solos. — vociferé histérico y al instante miré hacia todos lados, rogando que nadie hubiera escuchado.

— Siempre tan poco hombre. Te quejas de todo, desde que éramos niños. Ya eres un adulto William. La vida no es justa. Contrólate. — quería golpearlo, era una necesidad, más que un deseo. Golpearlo hasta que quedara tendido en ese suelo, hasta que se le borrara esa sonrisa arrogante. — ¿Dónde está? — continuó como si nada hubiera pasado.

— Si era tan fácil te podrías haber quedado. — murmuré, iba a tener la última palabra, no lo dejaría ganar. — Estamos a dos cuadras. — agregué.

Por favor que no esté en la casa...

*****

Olivia:

Estaba en la casa de Shia. Había regresado luego de mi turno en el hospital.

Emily sanaba rápido, las vendas casi no tenían sangre y no había tenido fiebre; eso era positivo.

— Descansa. Te despertaré cuando te toque la siguiente pastilla y este la cena. — le dije al terminar. — Si quieres, luego de bañarte puedo cepillar tu cabello, así no moverás tanto el brazo. — ambas sonreímos de forma cómplice. Está chica me caía bien, era amable, agradable y divertida. Podría ser su amiga y eso me generaba terror. Si no fuera que era una salvaje...

— Gracias Liv. Eres genial. — la escuché decirme mientras salía de la habitación.

Me dirigí a la cocina, mi hermano estaba sentado en el sillón leyendo, no le pregunté qué. Estaba segura que nombraría algún libro prohibido, ya no sabía qué esperar de él, no quería más sorpresas.

Busqué por todas las alacenas hasta encontrar lo que quería.

— Voy a preparar la cena. — él me miró y sus ojos brillaron mientras asentía. — ¿Seremos tres? — agregué volviendo a centrarme en mi tarea.

— Tal vez. No lo sé. Will es impredecible la mayor parte del tiempo, al menos para mi. — escuché como cerraba el libro — Pero a ti te gusta eso ¿No es así?

Me giré bruscamente. ¿Estaba insinuando lo que creía? Tenía esa enorme sonrisa en su rostro, cómo la que pone cuando ha dicho algo con mala intención.

Si, estaba insinuando exactamente eso...

— Es un salvaje. — volví a darle la espalda. — Y no me gusta. — agregué.

— Tus ojos no dicen lo mismo hermana. No le sacas la mirada de encima cuando estás en la misma habitación que él. Te conozco más de lo que crees. Me he pasado la vida alrededor de tus gestos.

— ¿No has pensado que tal vez no le saco la mirada porque temo que nos mate? — no lo miré, evité sus ojos a propósito. — Además, no te pases de la raya. ¿De acuerdo? Estoy comprometida. — era la primera vez que lo decía en voz alta, me generó un vacío en el estómago.

— Con un tipo que odias, que jamás te llegará a los talones y que no te atrae. — allí estaba el Shia que yo conocía, el que parecía disfrutar de hacerme sentir mal. Ese era uno de los motivos por los cuales no estábamos tan unidos como cuando éramos niños; porque él siempre parecía estar buscando que yo reaccione a algo y pinchándome.

— Aidan es atractivo. — respondí de forma automática; es lo que todos decían de él.

— Pero a ti no te gustan los rubios, nunca te han gustado, no creo que eso haya cambiado. Y el atractivo no es lo único que debería interesarte de una persona.

— ¿No crees que hay otro tema más importante del que hablar que mi vida amorosa? Como el hecho de que conoces a dos salvajes, por ejemplo ¿Cómo es que tienes relación con ellos? — necesitaba salir de esa situación en ese instante y sabía la fórmula exacta para hacer que Shia se olvidara de todo.

— Los rebeldes tienen aliados de este lado del muro. Vivir en su tierra no es simple. Aunque la mayoría sean personas civilizadas y coherentes, hay otros, que no. Suelen ser más violentos y arrasan con todo lo que hay a su paso. En ocasiones necesitan alimentos y elementos que solo nosotros tenemos y que ellos no, o que necesitan. Los aliados les brindan un poco de ayuda. — hablaba como si sufriera, cómo si toda esa gente fuera digna de nuestra misericordia.

— ¿A cambio de qué? ¿Qué obtienes tú en beneficio? — por mucho que me rompiera la cabeza pensando, no veía lo que mi hermano podía estar ganando en esta relación, lo conocía, no era una persona demasiado altruista.

— Depende de lo que cada uno quiera o necesite. Algunos lo hacen solo por el hecho de sentir que desafían a la autoridad, a otros les dan pena los rebeldes y quieren ayudarlos, y otros, como yo por ejemplo, lo hacemos porque necesitamos un pase libre. — susurró. Mirando hacia abajo.




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